Por Neva Milicic, sicóloga,
Cuando se vive en un mundo tan violento como el actual, no es extraño que la violencia haya llegado al contexto escolar. Las cifras de la violencia son preocupantes: un 15% de los niños relata haber sido acosado y un 60% describe haber estado involucrado, alguna vez, en un episodio violento.
La violencia produce siempre sufrimiento en los niños. Una de las formas que más daña a los niños es la violencia que proviene de sus compañeros. Esta forma de violencia, que se ha llamado hostigamiento, acoso escolar o matonaje, deja secuelas emocionales en todos los que están involucrados en ella, ya sea como víctima, como victimario o como testigo.
Los niños pasan una gran cantidad de horas en el colegio, y el que lo vivan como un lugar amenazante debería constituir una preocupación no sólo para el colegio, sino que especialmente para la familia. Es más probable que si los padres están atentos, el niño o la niña se atreva a hablar de lo que le sucede en el contexto familiar. Habitualmente los victimarios presionan a sus víctimas a que guarden silencio a través de amenazas de todo tipo. Cuando un niño es victimizado se siente desprotegido y vulnerable; un sufrimiento que sin duda dejará una cicatriz en su personalidad y un sentimiento de no ser valioso que puede acompañarlo por mucho tiempo, si no recibe ayuda.
El acoso es diferente a las peleas normales que se dan entre los niños. Es una relación abusiva en que uno de ellos tiene más poder que el otro, ya sea física o psicológicamente .
Una de las formas que asume la violencia escolar es la exclusión. Sentirse excluido es 'pertenecer al grupo de los rechazados' y con mucha frecuencia ser sujeto de burlas y humillaciones por otros compañeros. La exclusión genera en los niños que la sufren consecuencias impredecibles, que en ocasiones conducen a conductas fóbicas o de ansiedad crónica.
En nuestro país una de las formas frecuentes del acoso escolar es el cyber–bullying, en que los niños(as) a partir de los 10 a 11 años comienzan a agredirse a través de los correos electrónicos, el chat o del fotolog. De alguna manera, los acosadores, que se sienten protegidos por el anonimato, pueden ser extremadamente crueles en las cosas que escriben o en las fotos que ponen. Transformar fotos, insultar, inventar historias son las formas más conocidas, en un escenario en que la víctima no puede defenderse. Aunque la mayoría de las veces el agresor es descubierto, el daño a la víctima ya está hecho. El área más afectada es la autoestima, ya que es una humillación que deja sin defensa y cuyos efectos son impredecibles.
Los niños y las niñas, la mayoría de las veces, no denuncian el hostigamiento del que son víctimas. No lo hacen porque están amenazados y creen que si denuncian la situación va a empeorar. No tienen esperanzas y empiezan a retraerse y en ocasiones dejan de ir al colegio.
Los niños acosados no les cuentan a sus padres, a veces porque han sido amenazados y en otras ocasiones porque están muy avergonzados para hacerlo o porque no encuentran el espacio apropiado para comunicarlo.
La tarea de los padres es estar alerta a las señales que dan los niños para protegerlos, y si sus hijos les refieren alguna situación abusiva, es muy perjudicial minimizarla y es necesario buscar ayuda especializada.
La misma actitud de buscar ayuda debe tenerse cuando usted cree o tiene evidencia de que su hijo está agrediendo a otro. Tanto las víctimas como los agresores necesitan ayuda para evitar el sufrimiento que ello implica y las consecuencias posteriores que pueden dejar en la personalidad de los niños. El circuito del maltrato debe ser detenido lo antes posible.