Tal como plantea Javier Marías en el tercer tomo de su novela “Tu rostro mañana”, nunca se sabe con certeza cuál es el origen de las ideas y convicciones que nos van formando y que explican nuestro carácter. El autor plantea una preocupación central: ¿Cómo hay algunas creencias que calan profundamente en nuestro mundo interno y que actúan como una guía, y que sin siquiera habérselo propuesto, se hacen nuestras?
Algunas de las preguntas que se hace Javier Marías sobre el origen de las creencias, me parece que son pertinentes al momento de cuestionarse cuáles serían las influencias más decisivas que contribuyen a moldear la forma de pensar de nuestros hijos. Provienen: ¿De un bisabuelo, un abuelo, un padre, no necesariamente nuestro? ¿De un maestro lejano al que nunca escuchamos, y que educó al que sí tuvimos? ¿De una madre, de una aya, que la cuidó a ella de niña? ¿De unos libros que no hemos leído y de una época que no vivimos?.
Ciertamente que a estas preguntas se podrían agregar una infinidad de interrogantes, que sería útil que los padres se formularan en función de tener al menos una noción aproximada de qué y quiénes influencian la forma en que nuestros hijos piensan y actúan, o que tal vez explican en forma importante lo que “no piensan” y lo” que no hacen” y que quizás sería bueno que hicieran.
Por ejemplo preguntarse ¿Quiénes son sus amigos más cercanos? ¿Qué libros eligen leer? ¿Quiénes son las personas de la familia, que ellos más quieren y admiran? ¿Cómo distribuyen y utilizan su tiempo libre? ¿Qué tipo de películas ven con más frecuencia? ¿Cuáles son los contenidos de sus programas favoritos de TV? ¿Con quiénes chatean?
La respuesta a cualquiera de estas preguntas puede iluminar a los padres y ayudarlos a percibir las influencias que su hijo(a) está recibiendo en los decisivos años de la infancia y la adolescencia. Cabría también preguntarse: ¿Son estas influencias a las que realmente queremos que estén expuestos? ¿Qué carencias podrían tener? ¿Cuáles otras influencias serían positivas para su mejor desarrollo cognitivo y emocional?
Una parte importante de la respuesta sobre cómo están operando las diferentes influencias sobre la mente de nuestros hijos la puede entregar la observación de la conducta de los niños, el análisis de sus temas de conversación, los juguetes que eligen, los compañeros con quienes les gusta estar, los programas que prefieren ver, los lugares que les gustaría visitar, la música que quieren escuchar, los blogs que escriben, los sitios de internet que visitan y los libros que quisieran leer.
Además de esta observación del comportamiento de los hijos, el darse espacios relajados para tener una conversación con ellos(as) sobre su opinión sobre diversos temas y sobre cómo se originaron sus posiciones al respecto, puede dar luces a la familia sobre qué influencias se podrían agregar, así como también da la posibilidad de evaluar si las influencias que están actuando sobre los hijos aportan positiva o negativamente a su desarrollo personal.
Hay que recordar que estas influencias que actúan sobre los niños determinan en forma significativa su visión de mundo. Lo que se piensa y cree en la infancia y en la adolescencia se va consolidando en sistemas de creencias que orientarán su accionar, transformándose en una especie de mapa mental a través del cual irán recorriendo el camino que les tocará vivir.
Algunas de las preguntas que se hace Javier Marías sobre el origen de las creencias, me parece que son pertinentes al momento de cuestionarse cuáles serían las influencias más decisivas que contribuyen a moldear la forma de pensar de nuestros hijos. Provienen: ¿De un bisabuelo, un abuelo, un padre, no necesariamente nuestro? ¿De un maestro lejano al que nunca escuchamos, y que educó al que sí tuvimos? ¿De una madre, de una aya, que la cuidó a ella de niña? ¿De unos libros que no hemos leído y de una época que no vivimos?.
Ciertamente que a estas preguntas se podrían agregar una infinidad de interrogantes, que sería útil que los padres se formularan en función de tener al menos una noción aproximada de qué y quiénes influencian la forma en que nuestros hijos piensan y actúan, o que tal vez explican en forma importante lo que “no piensan” y lo” que no hacen” y que quizás sería bueno que hicieran.
Por ejemplo preguntarse ¿Quiénes son sus amigos más cercanos? ¿Qué libros eligen leer? ¿Quiénes son las personas de la familia, que ellos más quieren y admiran? ¿Cómo distribuyen y utilizan su tiempo libre? ¿Qué tipo de películas ven con más frecuencia? ¿Cuáles son los contenidos de sus programas favoritos de TV? ¿Con quiénes chatean?
La respuesta a cualquiera de estas preguntas puede iluminar a los padres y ayudarlos a percibir las influencias que su hijo(a) está recibiendo en los decisivos años de la infancia y la adolescencia. Cabría también preguntarse: ¿Son estas influencias a las que realmente queremos que estén expuestos? ¿Qué carencias podrían tener? ¿Cuáles otras influencias serían positivas para su mejor desarrollo cognitivo y emocional?
Una parte importante de la respuesta sobre cómo están operando las diferentes influencias sobre la mente de nuestros hijos la puede entregar la observación de la conducta de los niños, el análisis de sus temas de conversación, los juguetes que eligen, los compañeros con quienes les gusta estar, los programas que prefieren ver, los lugares que les gustaría visitar, la música que quieren escuchar, los blogs que escriben, los sitios de internet que visitan y los libros que quisieran leer.
Además de esta observación del comportamiento de los hijos, el darse espacios relajados para tener una conversación con ellos(as) sobre su opinión sobre diversos temas y sobre cómo se originaron sus posiciones al respecto, puede dar luces a la familia sobre qué influencias se podrían agregar, así como también da la posibilidad de evaluar si las influencias que están actuando sobre los hijos aportan positiva o negativamente a su desarrollo personal.
Hay que recordar que estas influencias que actúan sobre los niños determinan en forma significativa su visión de mundo. Lo que se piensa y cree en la infancia y en la adolescencia se va consolidando en sistemas de creencias que orientarán su accionar, transformándose en una especie de mapa mental a través del cual irán recorriendo el camino que les tocará vivir.