Por Neva Milicic, psicóloga.
Todos quisiéramos que los niños aprendieran a hacer las cosas bien y con cuidado, pero a la vez quisiéramos que las hicieran con pasión y con gusto por lo que hacen.
La motivación por lo que se hace constituye una de las características de las acciones que tienen el sello de la excelencia.
Entender que para lograr tener éxito en lo que se propone, es necesario además del talento un margen de esfuerzo, es un signo de inteligencia emocional.
Aquellas cosas que las personas realizan con eficiencia no sólo es producto del talento, ni de la suerte sino que también es fruto de la constancia en el esfuerzo. Con dificultad aquellas cosas que se hacen sólo por obligación y por cumplir se caracterizan por ser excelentes.
Dosificar las exigencias no es una tarea fácil. Cuando se proponen y demandan tareas de muy poca envergadura el niño o la niña puede sentirse descalificado, o la tarea puede resultarles muy aburrida y poco desafiante. No constituye entonces una oportunidad real de aprendizaje.
Pero la actitud contraria de una exigencia excesiva, puede tener resultados desastrosos desde el punto de vista de la motivación, disminuir en forma significativa el sentimiento de autoeficacia, y alterar la relación con otros niños por un exceso de competitividad.
Un párrafo de la maravillosa novela de Murakami “Kafka de la orilla” describe en forma magistral los riesgos de las exigencias excesivas a los niños talentosos. “Con niños que tienen talento y justamente porque lo tienen, los adultos que los rodean les van poniendo el listón cada vez más alto. Y suele pasar que esos niños, agobiados por los problemas reales que les plantean, van perdiendo gradualmente el entusiasmo y la alegría lógicas ante la meta superada.
Los niños que se encuentran en esos ámbitos pronto acaban encerrándose en sí mismos, escondiendo sus emociones genuinas. Y hace falta mucho tiempo y esfuerzo para lograr abrir de nuevo sus corazones. La mente de los niños es muy maleable y se puede moldear de muchas maneras. Pero una vez que se ha moldeado y endurecido cuesta mucho volver atrás. En la mayoría de los casos es casi imposible”.
Por talentoso que sea un niño, un nivel de exigencia que excede sus capacidades va a bloquear su capacidad de aprendizaje. El niño puede comenzar a experimentar una profunda desazón frente a lo que tienen que aprender y con esto la confianza en sus propias capacidades.
Pablo, un niño que de pequeño tenía bastante talento matemático, sin ser un genio, era entrenado sistemáticamente por sus padres. Aprender más y más. Cada día debía tener un logro, ejercitarlo y mostrarlo. De pronto comenzó a tener evidentes signos de ansiedad, le transpiraban las manos, las aletas de la nariz y decía con mucha frecuencia “esto es muy difícil para mí”, “yo no soy bueno para esto”.
Comenzó a tener dificultades reales para comprender, debido al bloqueo, especialmente cuando el padre, que era un excelente matemático, trataba de enseñarle. Por supuesto no sólo la relación del niño con el aprendizaje se complicó, sino que los vínculos con sus padres comenzaron a estar teñidos de temor y rechazo. El niño trataba de estar cada vez más fuera de su casa, la que vivía como un lugar hostil y exigente. A los niños se les puede exigir y se les debe invitar a cumplir, pero es necesario hacer nuestro mejor esfuerzo para que aprendan con alegría y para que las exigencias se adecúen a sus capacidades. De tal manera que los niños no se vean expuestos al fracaso, porque los adultos hemos cometido la torpeza de poner la vara muy alta.
Todos quisiéramos que los niños aprendieran a hacer las cosas bien y con cuidado, pero a la vez quisiéramos que las hicieran con pasión y con gusto por lo que hacen.
La motivación por lo que se hace constituye una de las características de las acciones que tienen el sello de la excelencia.
Entender que para lograr tener éxito en lo que se propone, es necesario además del talento un margen de esfuerzo, es un signo de inteligencia emocional.
Aquellas cosas que las personas realizan con eficiencia no sólo es producto del talento, ni de la suerte sino que también es fruto de la constancia en el esfuerzo. Con dificultad aquellas cosas que se hacen sólo por obligación y por cumplir se caracterizan por ser excelentes.
Dosificar las exigencias no es una tarea fácil. Cuando se proponen y demandan tareas de muy poca envergadura el niño o la niña puede sentirse descalificado, o la tarea puede resultarles muy aburrida y poco desafiante. No constituye entonces una oportunidad real de aprendizaje.
Pero la actitud contraria de una exigencia excesiva, puede tener resultados desastrosos desde el punto de vista de la motivación, disminuir en forma significativa el sentimiento de autoeficacia, y alterar la relación con otros niños por un exceso de competitividad.
Un párrafo de la maravillosa novela de Murakami “Kafka de la orilla” describe en forma magistral los riesgos de las exigencias excesivas a los niños talentosos. “Con niños que tienen talento y justamente porque lo tienen, los adultos que los rodean les van poniendo el listón cada vez más alto. Y suele pasar que esos niños, agobiados por los problemas reales que les plantean, van perdiendo gradualmente el entusiasmo y la alegría lógicas ante la meta superada.
Los niños que se encuentran en esos ámbitos pronto acaban encerrándose en sí mismos, escondiendo sus emociones genuinas. Y hace falta mucho tiempo y esfuerzo para lograr abrir de nuevo sus corazones. La mente de los niños es muy maleable y se puede moldear de muchas maneras. Pero una vez que se ha moldeado y endurecido cuesta mucho volver atrás. En la mayoría de los casos es casi imposible”.
Por talentoso que sea un niño, un nivel de exigencia que excede sus capacidades va a bloquear su capacidad de aprendizaje. El niño puede comenzar a experimentar una profunda desazón frente a lo que tienen que aprender y con esto la confianza en sus propias capacidades.
Pablo, un niño que de pequeño tenía bastante talento matemático, sin ser un genio, era entrenado sistemáticamente por sus padres. Aprender más y más. Cada día debía tener un logro, ejercitarlo y mostrarlo. De pronto comenzó a tener evidentes signos de ansiedad, le transpiraban las manos, las aletas de la nariz y decía con mucha frecuencia “esto es muy difícil para mí”, “yo no soy bueno para esto”.
Comenzó a tener dificultades reales para comprender, debido al bloqueo, especialmente cuando el padre, que era un excelente matemático, trataba de enseñarle. Por supuesto no sólo la relación del niño con el aprendizaje se complicó, sino que los vínculos con sus padres comenzaron a estar teñidos de temor y rechazo. El niño trataba de estar cada vez más fuera de su casa, la que vivía como un lugar hostil y exigente. A los niños se les puede exigir y se les debe invitar a cumplir, pero es necesario hacer nuestro mejor esfuerzo para que aprendan con alegría y para que las exigencias se adecúen a sus capacidades. De tal manera que los niños no se vean expuestos al fracaso, porque los adultos hemos cometido la torpeza de poner la vara muy alta.