Por Neva Milicic, sicóloga.
Una de las mayores limitaciones del desarrollo personal a cualquier edad son los miedos. Cuando se está preso de éstos, hay una enorme sensación de estar vulnerable y de no tener capacidad para defenderse ante las situaciones temidas. Si bien tener miedo es normal, y es una respuesta instintiva universal y de alerta que ayuda a defenderse de situaciones de peligro, algunas veces la respuesta ansiosa es excesivamente intensa para el estímulo que lo provoca, o simplemente no se justifica desde la perspectiva del adulto.
La tarea de los padres es minimizar los miedos. Es imposible y no sería sabio anularlos, en la medida que constituye una protección frente a los riesgos. El niño debe aprender a actuar con serenidad frente a los riesgos y a discriminar lo peligroso de lo que no lo es. Así, en el primer año de vida aparece un intenso miedo a las personas desconocidas. Alrededor de los ocho meses la guagua reaccionará con pavor cuando se acerca un desconocido, pero este miedo irá disminuyendo progresivamente, y cuando enfrente a los desconocidos en compañía de sus padres, hasta podría esbozarle una encantadora sonrisa.
Este miedo a los desconocidos es adaptativo, y evitará que el niño se vaya con personas extrañas, pero poco a poco él debe discriminar en qué personas confiar y en cuáles no. Cuando los niños son pequeños experimentan un miedo normal a separarse de sus padres o de las personas que los cuidan, pero a medida que van creciendo comienzan a atreverse a explorar situaciones nuevas, no necesariamente con la compañía de sus padres.
Si bien es necesario proteger a los niños de los peligros externos, a veces los miedos patológicos se originan en una actitud sobreprotectora, en que el afán de cuidarlos se les transmite la imagen de un mundo muy amenazante.
Otras veces los miedos se originan por formas equivocadas de establecer la disciplina y de manejar situaciones límites. Por ejemplo cuando un niño pequeño no se quiere volver de un paseo, existe la tentación de amenazarlo con dejarlo solo y decirle que si vienen, los perros nadie lo podrá defender. Obviamente el objetivo de los adultos no es sembrar el terror al abandono en la mente infantil, o a los perros sino lograr que obedezcan, pero después no es de extrañar, que el niño o la niña tenga miedo a los perros o a estar solo(a).
En general es conveniente no utilizar demasiadas amenazas y menos que ellas sean tan terroríficas, que inunden la fantasía del niño o la niña con sentimientos de desprotección.
En este sentido no es aconsejable dejar que los miedos se consoliden, por normales que parezcan; si permanecen mucho tiempo es necesario prestarles atención, para evitar que se transformen en una conducta fóbica.
Hay que darse el tiempo de escuchar a los niños y dejar que expresen los miedos y convencerlos que si bien muchas personas tienen miedo, es necesario aprender a manejarlos. Hay niños que por temperamento, tienden a desarrollar más miedos, lo que se relaciona con su capacidad de anticipar riesgos y con la sensibilidad a las diferentes situaciones. Con los niños muy sensibles, es necesario cuidar la exposición a la televisión y dosificar las imágenes terroríficas que tienen los cuentos, ayudándoles a distinguir lo que es realidad de lo que es fantasía, para así favorecer que puedan poner sus miedos bajo control y no dejar que la ansiedad limite sus posibilidades a enfrentar la realidad; de esa manera tendrán la capacidad de ser valientes y luchar sin miedo por lo que quieren lograr.
Una de las mayores limitaciones del desarrollo personal a cualquier edad son los miedos. Cuando se está preso de éstos, hay una enorme sensación de estar vulnerable y de no tener capacidad para defenderse ante las situaciones temidas. Si bien tener miedo es normal, y es una respuesta instintiva universal y de alerta que ayuda a defenderse de situaciones de peligro, algunas veces la respuesta ansiosa es excesivamente intensa para el estímulo que lo provoca, o simplemente no se justifica desde la perspectiva del adulto.
La tarea de los padres es minimizar los miedos. Es imposible y no sería sabio anularlos, en la medida que constituye una protección frente a los riesgos. El niño debe aprender a actuar con serenidad frente a los riesgos y a discriminar lo peligroso de lo que no lo es. Así, en el primer año de vida aparece un intenso miedo a las personas desconocidas. Alrededor de los ocho meses la guagua reaccionará con pavor cuando se acerca un desconocido, pero este miedo irá disminuyendo progresivamente, y cuando enfrente a los desconocidos en compañía de sus padres, hasta podría esbozarle una encantadora sonrisa.
Este miedo a los desconocidos es adaptativo, y evitará que el niño se vaya con personas extrañas, pero poco a poco él debe discriminar en qué personas confiar y en cuáles no. Cuando los niños son pequeños experimentan un miedo normal a separarse de sus padres o de las personas que los cuidan, pero a medida que van creciendo comienzan a atreverse a explorar situaciones nuevas, no necesariamente con la compañía de sus padres.
Si bien es necesario proteger a los niños de los peligros externos, a veces los miedos patológicos se originan en una actitud sobreprotectora, en que el afán de cuidarlos se les transmite la imagen de un mundo muy amenazante.
Otras veces los miedos se originan por formas equivocadas de establecer la disciplina y de manejar situaciones límites. Por ejemplo cuando un niño pequeño no se quiere volver de un paseo, existe la tentación de amenazarlo con dejarlo solo y decirle que si vienen, los perros nadie lo podrá defender. Obviamente el objetivo de los adultos no es sembrar el terror al abandono en la mente infantil, o a los perros sino lograr que obedezcan, pero después no es de extrañar, que el niño o la niña tenga miedo a los perros o a estar solo(a).
En general es conveniente no utilizar demasiadas amenazas y menos que ellas sean tan terroríficas, que inunden la fantasía del niño o la niña con sentimientos de desprotección.
En este sentido no es aconsejable dejar que los miedos se consoliden, por normales que parezcan; si permanecen mucho tiempo es necesario prestarles atención, para evitar que se transformen en una conducta fóbica.
Hay que darse el tiempo de escuchar a los niños y dejar que expresen los miedos y convencerlos que si bien muchas personas tienen miedo, es necesario aprender a manejarlos. Hay niños que por temperamento, tienden a desarrollar más miedos, lo que se relaciona con su capacidad de anticipar riesgos y con la sensibilidad a las diferentes situaciones. Con los niños muy sensibles, es necesario cuidar la exposición a la televisión y dosificar las imágenes terroríficas que tienen los cuentos, ayudándoles a distinguir lo que es realidad de lo que es fantasía, para así favorecer que puedan poner sus miedos bajo control y no dejar que la ansiedad limite sus posibilidades a enfrentar la realidad; de esa manera tendrán la capacidad de ser valientes y luchar sin miedo por lo que quieren lograr.