Por Neva Milicic, sicóloga.
No es fácil explicar a los niños un concepto tan doloroso irreversible y tan inevitable como es la muerte, sobre todo cuando ella se liga a la pérdida de un ser querido.
La explicación que se dé a los niños depende en gran medida de las creencias del sistema familiar y del contexto en que sucede, y en este sentido no hay una sola explicación posible. No hay dos contextos familiares que sean iguales. Obviamente la explicación dependerá de la edad del niño; es diferente la explicación que debe darse a un niño de 6 años que a uno de tres.
También dependerá del tipo de lazos, que el niño o la niña tengan con la persona fallecida, es diferente cuando ha muerto un hermano, que si se trata de un abuelo muy cercano o de una persona más lejana. Sin embargo hay algunos criterios generales que ayudan a enfrentar este evento crítico. Es necesario tener claro siempre que es difícil aceptar la idea de la muerte y que el niño estará afectado por un tiempo y que no es aconsejable negar la tristeza.
Magdalena, de 15 años, frente a la muerte de su hermano menor, a los seis meses me decía: “No te voy a negar que me da mucha pena pasar por la pieza que era de él, donde estuvo tanto tiempo enfermo, pero me consuela saber que no sufre y que tengo un angelito en el cielo que cuida de nosotros”.
Esta explicación esta mediada por sus creencias religiosas lo que le permite hacer una narrativa que la ayuda a enfrentar el dolor, dándole un sentido y con gran sabiduría para su edad.
Los niños captan la tristeza del lenguaje corporal en el ambiente y por las claves ambientales y, por lo tanto, hay que partir diciendo “ha pasado algo muy triste y por lo cual todos estamos muy afectados”. Ocultar la verdad puede ser muy dañino. Los expertos en elaboración del duelo son enfáticos en reiterar la necesidad de tratar el tema de la muerte con los niños con naturalidad y recalcando que frente a la dureza y el impacto de la muerte, que la gran tarea es aprender a encontrarle un lugar al dolor y aprender a vivir con la ausencia del ser querido, y valorando su recuerdo.
Entre los tres y los seis años en la medida que no captan el concepto de irreversibilidad, no logran creer que no vayan a volver a ver a la persona que se ha ido y así inventan toda clase de mecanismos fantásticos para recuperarlos. Hacen preguntas difíciles de responder como por ejemplo ¿Por qué no puedo hablar por teléfono con mi tata? ¿y si rezo va a regresar? ¿y si tomamos un avión? ¿y si hablamos con Jesús?
A veces piensan que ellos no lo hacen suficientemente bien, y que por eso no regresan, lo que aumenta el sufrimiento de las pérdidas, con la culpa.
A esta edad suelen entender las cosas en forma literal, por lo que no es recomendable utilizar metáforas como “se quedó dormido” o se fue de viaje, por que asocia estos temas de la vida cotidiana con la muerte y puede tener temor en dormirse o cuando el padre sale de viaje.
A partir de los 7 u 8 años, empieza a asociar las causas que producen la muerte y a comprender su irreversibilidad. A partir de los 11 o 12 años, empieza a plantearse la propia muerte como posible.
En todas las edades se aconseja dejar espacio para que el niño exprese su dolor, sus miedos, y pueda preguntar.
Brindarle la posibilidad de la cercanía con las personas que más quiere, hacerlo participar en los ritos, darles explicaciones breves y escuchar la idea que ellos se han formado de la situación, son mecanismos que permitirán elaborar no solo la pérdida de la persona que se ha ido, sino que entender el concepto de la universalidad de la muerte.
No es fácil explicar a los niños un concepto tan doloroso irreversible y tan inevitable como es la muerte, sobre todo cuando ella se liga a la pérdida de un ser querido.
La explicación que se dé a los niños depende en gran medida de las creencias del sistema familiar y del contexto en que sucede, y en este sentido no hay una sola explicación posible. No hay dos contextos familiares que sean iguales. Obviamente la explicación dependerá de la edad del niño; es diferente la explicación que debe darse a un niño de 6 años que a uno de tres.
También dependerá del tipo de lazos, que el niño o la niña tengan con la persona fallecida, es diferente cuando ha muerto un hermano, que si se trata de un abuelo muy cercano o de una persona más lejana. Sin embargo hay algunos criterios generales que ayudan a enfrentar este evento crítico. Es necesario tener claro siempre que es difícil aceptar la idea de la muerte y que el niño estará afectado por un tiempo y que no es aconsejable negar la tristeza.
Magdalena, de 15 años, frente a la muerte de su hermano menor, a los seis meses me decía: “No te voy a negar que me da mucha pena pasar por la pieza que era de él, donde estuvo tanto tiempo enfermo, pero me consuela saber que no sufre y que tengo un angelito en el cielo que cuida de nosotros”.
Esta explicación esta mediada por sus creencias religiosas lo que le permite hacer una narrativa que la ayuda a enfrentar el dolor, dándole un sentido y con gran sabiduría para su edad.
Los niños captan la tristeza del lenguaje corporal en el ambiente y por las claves ambientales y, por lo tanto, hay que partir diciendo “ha pasado algo muy triste y por lo cual todos estamos muy afectados”. Ocultar la verdad puede ser muy dañino. Los expertos en elaboración del duelo son enfáticos en reiterar la necesidad de tratar el tema de la muerte con los niños con naturalidad y recalcando que frente a la dureza y el impacto de la muerte, que la gran tarea es aprender a encontrarle un lugar al dolor y aprender a vivir con la ausencia del ser querido, y valorando su recuerdo.
Entre los tres y los seis años en la medida que no captan el concepto de irreversibilidad, no logran creer que no vayan a volver a ver a la persona que se ha ido y así inventan toda clase de mecanismos fantásticos para recuperarlos. Hacen preguntas difíciles de responder como por ejemplo ¿Por qué no puedo hablar por teléfono con mi tata? ¿y si rezo va a regresar? ¿y si tomamos un avión? ¿y si hablamos con Jesús?
A veces piensan que ellos no lo hacen suficientemente bien, y que por eso no regresan, lo que aumenta el sufrimiento de las pérdidas, con la culpa.
A esta edad suelen entender las cosas en forma literal, por lo que no es recomendable utilizar metáforas como “se quedó dormido” o se fue de viaje, por que asocia estos temas de la vida cotidiana con la muerte y puede tener temor en dormirse o cuando el padre sale de viaje.
A partir de los 7 u 8 años, empieza a asociar las causas que producen la muerte y a comprender su irreversibilidad. A partir de los 11 o 12 años, empieza a plantearse la propia muerte como posible.
En todas las edades se aconseja dejar espacio para que el niño exprese su dolor, sus miedos, y pueda preguntar.
Brindarle la posibilidad de la cercanía con las personas que más quiere, hacerlo participar en los ritos, darles explicaciones breves y escuchar la idea que ellos se han formado de la situación, son mecanismos que permitirán elaborar no solo la pérdida de la persona que se ha ido, sino que entender el concepto de la universalidad de la muerte.