Por Neva Milicic, sicóloga.
Quizás un valor que los niños pueden aprender a través de la difícil experiencia que es el divorcio para ellos, es el valor de la reconstrucción, es decir cómo poder volver a armarse y organizar una vida después de una crisis cuyos efectos son tan intensos.
Cualquiera que sean las razones por las que los padres han decidido poner término a un matrimonio, tal como plantea J. Wallerstein y Sandra Blakeslees en su muy buen libro sobre el divorcio, “¿Y los niños que?”, es necesario empezar la tarea de reconstruirse, de ser una familia diferente. Ojala en lo personal busque para reconstruirse y descomprimirse, un espacio que no sean los hijos. Ir botando las rabias y los resentimientos asociados a toda pérdida, permite dejar espacios a nuevos sentimientos y experiencias.
Será necesario, y quizás sea lo más difícil, construir una relación diferente con la pareja. El otro o la otra, por enojado que usted esté, es el padre o la madre de sus hijos y para la salud mental del niño, es necesario que tenga en lo posible una buena imagen.
En la etapa post divorcio habrá que prepararse para ejercer la paternidad de una forma distinta. Cualquiera que haya sido el contexto y las razones de la separación, siempre será un proceso doloroso. Aunque usted sea quien lo haya decidido, aunque el amor ya no exista. El divorcio es una crisis y las crisis, aunque necesarias y aunque permitan crecer, dejan huellas. En toda crisis hay que dejar un espacio para la recuperación, para volver a tomar el control y para construir nuevos lazos sociales.
Con los niños la reconstrucción supone entender la nueva vida que comienza. Para él no importa quién es el responsable del divorcio, ellos se atemorizan y aunque lo hayan esperado, lo que viene les parece un horizonte cargado de tristeza. Lo que usted entiende sobre el divorcio, es diferente a lo que ellos procesan y están habitualmente muy preocupados, de qué va a pasar con ellos.
Hay que ayudarlos a mantener ciertos lazos estables, cuidar las relaciones previas con la familia extensa. No hay que agregar sufrimiento innecesario, a las pérdidas que ya tienen.
Para los más chicos es más complejo, porque entienden menos y cuentan con menos recursos para elaborar la situación. Por eso no es raro que vuelvan a chuparse el dedo o a hacerse pipí. Prestarles atención y acogerlos con mucho afecto y ternura, intentando mantener ciertas rutinas, es la única alternativa.
En los niños mayores, la rabia suele ser una expresión que asume un papel central, especialmente si no tiene espacio para elaborar sus conflictos. Los sentimientos agresivos pueden resultar muy invasivos.
A veces la rabia tiene la forma de agresión hacia el padre o la madre lo que si bien es comprensible, es necesario poner los límites afectuosamente. El niño o la niña debe sentir que su madre y su padre, son personas a las que debe respetar, que están pasando por un problema entre ellos, pero que los quieren muchísimo.
Tenga cuidado cuando que, a veces, sus legítimos deseos de venganza pueden llevarlo a hacer tonterías que dañen a sus hijos. En esa espiral mutua de agresión que suele ser el divorcio, los daños pueden ser incalculables. Lo que sucede con los adultos deber ser un tema entre ellos y si se necesita ayuda (siempre se necesita) es necesario pedirles a otros adultos, que apoyen y hagan mediación.
No utilizar a los niños para agredir al otro, los niños no pueden ser las armas.
Una enseñanza importante durante y después del divorcio, es el valor de la reconstrucción emocional, de sí mismo, de la relación con su ex-conyuge y con sus hijos.
La fortaleza y el apoyo que usted pueda brindarles y mostrar, será para ellos un modelo en la vida adulta.
El niño irá procesando que por oscuro que se vea el camino actual y el horizonte, siempre hay alternativas para reconstruir y que muchas veces el sol brilla mejor después de la tormenta.
Durante la tormenta acójalo con ternura y cuidado, porque la falta de cuidado y protección, puede provocar daños más irreparables que la tormenta.
Quizás un valor que los niños pueden aprender a través de la difícil experiencia que es el divorcio para ellos, es el valor de la reconstrucción, es decir cómo poder volver a armarse y organizar una vida después de una crisis cuyos efectos son tan intensos.
Cualquiera que sean las razones por las que los padres han decidido poner término a un matrimonio, tal como plantea J. Wallerstein y Sandra Blakeslees en su muy buen libro sobre el divorcio, “¿Y los niños que?”, es necesario empezar la tarea de reconstruirse, de ser una familia diferente. Ojala en lo personal busque para reconstruirse y descomprimirse, un espacio que no sean los hijos. Ir botando las rabias y los resentimientos asociados a toda pérdida, permite dejar espacios a nuevos sentimientos y experiencias.
Será necesario, y quizás sea lo más difícil, construir una relación diferente con la pareja. El otro o la otra, por enojado que usted esté, es el padre o la madre de sus hijos y para la salud mental del niño, es necesario que tenga en lo posible una buena imagen.
En la etapa post divorcio habrá que prepararse para ejercer la paternidad de una forma distinta. Cualquiera que haya sido el contexto y las razones de la separación, siempre será un proceso doloroso. Aunque usted sea quien lo haya decidido, aunque el amor ya no exista. El divorcio es una crisis y las crisis, aunque necesarias y aunque permitan crecer, dejan huellas. En toda crisis hay que dejar un espacio para la recuperación, para volver a tomar el control y para construir nuevos lazos sociales.
Con los niños la reconstrucción supone entender la nueva vida que comienza. Para él no importa quién es el responsable del divorcio, ellos se atemorizan y aunque lo hayan esperado, lo que viene les parece un horizonte cargado de tristeza. Lo que usted entiende sobre el divorcio, es diferente a lo que ellos procesan y están habitualmente muy preocupados, de qué va a pasar con ellos.
Hay que ayudarlos a mantener ciertos lazos estables, cuidar las relaciones previas con la familia extensa. No hay que agregar sufrimiento innecesario, a las pérdidas que ya tienen.
Para los más chicos es más complejo, porque entienden menos y cuentan con menos recursos para elaborar la situación. Por eso no es raro que vuelvan a chuparse el dedo o a hacerse pipí. Prestarles atención y acogerlos con mucho afecto y ternura, intentando mantener ciertas rutinas, es la única alternativa.
En los niños mayores, la rabia suele ser una expresión que asume un papel central, especialmente si no tiene espacio para elaborar sus conflictos. Los sentimientos agresivos pueden resultar muy invasivos.
A veces la rabia tiene la forma de agresión hacia el padre o la madre lo que si bien es comprensible, es necesario poner los límites afectuosamente. El niño o la niña debe sentir que su madre y su padre, son personas a las que debe respetar, que están pasando por un problema entre ellos, pero que los quieren muchísimo.
Tenga cuidado cuando que, a veces, sus legítimos deseos de venganza pueden llevarlo a hacer tonterías que dañen a sus hijos. En esa espiral mutua de agresión que suele ser el divorcio, los daños pueden ser incalculables. Lo que sucede con los adultos deber ser un tema entre ellos y si se necesita ayuda (siempre se necesita) es necesario pedirles a otros adultos, que apoyen y hagan mediación.
No utilizar a los niños para agredir al otro, los niños no pueden ser las armas.
Una enseñanza importante durante y después del divorcio, es el valor de la reconstrucción emocional, de sí mismo, de la relación con su ex-conyuge y con sus hijos.
La fortaleza y el apoyo que usted pueda brindarles y mostrar, será para ellos un modelo en la vida adulta.
El niño irá procesando que por oscuro que se vea el camino actual y el horizonte, siempre hay alternativas para reconstruir y que muchas veces el sol brilla mejor después de la tormenta.
Durante la tormenta acójalo con ternura y cuidado, porque la falta de cuidado y protección, puede provocar daños más irreparables que la tormenta.