Por Neva Milicic, sicóloga
El otro día asistí a una excelente conferencia sobre “La representación social de la infancia”, de la sicóloga Josefina Martínez, en que ella enfatizó el daño que una visión adultista ha causado en los niños, ya que se preocupa exclusivamente de lo que llegarán hacer y ser, sin atender a la necesidad que los niños lo pasen bien y de lo que hacen hoy.
Aunque la infancia es un período tan corto, sostenía ella, y representa un espacio muy limitado de la vida, los adultos estamos siempre esperando a que los niños crezcan, como si estuviéramos muy urgidos para que dejen de ser niños. Eso explicaría por qué los tenemos tan sobreagendados.
Una dramática novela que da cuenta de los aspectos negativos del autoritarismo para las familias, y no sólo para los niños, es el libro de John Boyne, “El niño con el pijama a rayas”. Por supuesto tiene muchas interpretaciones además de la que expondremos en esta columna.
El padre del niño protagonista es una figura autoritaria que estaba muy lejos de lo que sus hijos pensaban, sentían y de cómo interpretaban la realidad. Ciertamente, en alguna medida, todos los adultos estamos muy lejos del mundo interno de los niños, pero al menos tenemos una intuición de lo que les sucede.
Habitualmente la forma de relación que establece con los hijos se basa más en lo que se quiere decir a los niños que en darse el tiempo de escuchar y de comprender cómo el niño está registrando emocionalmente las situaciones que viven.
Por ejemplo, como en el caso del protagonista, cuando un niño se cambia de casa, los padres no se conectan con que el niño puede tener muchísima pena por tener que dejar a sus amigos. Ciertamente no se trata de que la familia no se cambie de casa, pero resulta indispensable que el niño tenga donde “vaciar sus penas y como descomprimirse”.
Una vez que el niño tiene la posibilidad de que alguien entienda y sepa lo que le sucede, se sentirá mejor, porque se sentirá comprendido y atendido. Sentir que los que los cuidan, tienen oídos para escucharlos empáticamente, es un factor no sólo para que el niño se sienta bien, sino que previene acciones peligrosas que eventualmente los niños pueden cometer.
Los sistemas autoritarios tienen muchas zonas prohibidas sobre las cuales los niños no deben conversar ni preguntar, por lo cual el niño enfrentado a este tabú organiza sus propias teorías, como sucede con la sexualidad por ejemplo.
En la novela que citaba al comienzo, en el escritorio el padre había un letrero que decía, “Estrictamente prohibido entrar y sin ninguna excepción”. La mente de los niños generaliza y tiende a bloquear los canales de comunicación con los adultos que ponen estas barreras. Uno se pregunta y ¿qué pasa si hay un incendio y si alguien tiene un accidente? ¿No sería necesario considerar las excepciones?
Las familias autoritarias suelen ser muy categóricas en sus mensajes, lo que casi siempre es un error, porque siempre hay excepciones. Por ejemplo, es bueno obedecer a los adultos, pero si alguien trata de abusar sexualmente, aunque sea mayor, no hay que obedecerlo. Los sistemas autoritarios muchas veces, por falta de información, cometen enormes errores. Las personas autoritarias “creen que se lo saben todo y que tienen la razón en todo”.
La representación social de la infancia es que los niños tienen que obedecer y los adultos siempre tienen la razón. En esa lógica hemos sido educados, por lo que a veces se nos olvida conectarnos con lo que realmente le sucede al niño. Ojala pudiéramos acercarnos a ellos para entender su lógica, y no nos quedemos fuera de algo importante.
¿Qué les está pasando a los niños? ¿Cuáles son las creencias que tienen?
Es necesario no desestimar la percepción de los niños para que no nos pase como al padre del niño protagonista del libro, que demasiado tarde comprendió lo que había pasado con su hijo. Una relación más horizontal sin duda facilita la comunicación y nos hace prevenir muchos riesgos.
El otro día asistí a una excelente conferencia sobre “La representación social de la infancia”, de la sicóloga Josefina Martínez, en que ella enfatizó el daño que una visión adultista ha causado en los niños, ya que se preocupa exclusivamente de lo que llegarán hacer y ser, sin atender a la necesidad que los niños lo pasen bien y de lo que hacen hoy.
Aunque la infancia es un período tan corto, sostenía ella, y representa un espacio muy limitado de la vida, los adultos estamos siempre esperando a que los niños crezcan, como si estuviéramos muy urgidos para que dejen de ser niños. Eso explicaría por qué los tenemos tan sobreagendados.
Una dramática novela que da cuenta de los aspectos negativos del autoritarismo para las familias, y no sólo para los niños, es el libro de John Boyne, “El niño con el pijama a rayas”. Por supuesto tiene muchas interpretaciones además de la que expondremos en esta columna.
El padre del niño protagonista es una figura autoritaria que estaba muy lejos de lo que sus hijos pensaban, sentían y de cómo interpretaban la realidad. Ciertamente, en alguna medida, todos los adultos estamos muy lejos del mundo interno de los niños, pero al menos tenemos una intuición de lo que les sucede.
Habitualmente la forma de relación que establece con los hijos se basa más en lo que se quiere decir a los niños que en darse el tiempo de escuchar y de comprender cómo el niño está registrando emocionalmente las situaciones que viven.
Por ejemplo, como en el caso del protagonista, cuando un niño se cambia de casa, los padres no se conectan con que el niño puede tener muchísima pena por tener que dejar a sus amigos. Ciertamente no se trata de que la familia no se cambie de casa, pero resulta indispensable que el niño tenga donde “vaciar sus penas y como descomprimirse”.
Una vez que el niño tiene la posibilidad de que alguien entienda y sepa lo que le sucede, se sentirá mejor, porque se sentirá comprendido y atendido. Sentir que los que los cuidan, tienen oídos para escucharlos empáticamente, es un factor no sólo para que el niño se sienta bien, sino que previene acciones peligrosas que eventualmente los niños pueden cometer.
Los sistemas autoritarios tienen muchas zonas prohibidas sobre las cuales los niños no deben conversar ni preguntar, por lo cual el niño enfrentado a este tabú organiza sus propias teorías, como sucede con la sexualidad por ejemplo.
En la novela que citaba al comienzo, en el escritorio el padre había un letrero que decía, “Estrictamente prohibido entrar y sin ninguna excepción”. La mente de los niños generaliza y tiende a bloquear los canales de comunicación con los adultos que ponen estas barreras. Uno se pregunta y ¿qué pasa si hay un incendio y si alguien tiene un accidente? ¿No sería necesario considerar las excepciones?
Las familias autoritarias suelen ser muy categóricas en sus mensajes, lo que casi siempre es un error, porque siempre hay excepciones. Por ejemplo, es bueno obedecer a los adultos, pero si alguien trata de abusar sexualmente, aunque sea mayor, no hay que obedecerlo. Los sistemas autoritarios muchas veces, por falta de información, cometen enormes errores. Las personas autoritarias “creen que se lo saben todo y que tienen la razón en todo”.
La representación social de la infancia es que los niños tienen que obedecer y los adultos siempre tienen la razón. En esa lógica hemos sido educados, por lo que a veces se nos olvida conectarnos con lo que realmente le sucede al niño. Ojala pudiéramos acercarnos a ellos para entender su lógica, y no nos quedemos fuera de algo importante.
¿Qué les está pasando a los niños? ¿Cuáles son las creencias que tienen?
Es necesario no desestimar la percepción de los niños para que no nos pase como al padre del niño protagonista del libro, que demasiado tarde comprendió lo que había pasado con su hijo. Una relación más horizontal sin duda facilita la comunicación y nos hace prevenir muchos riesgos.