Por Neva Milicic, sicóloga
En un seminario con educadoras de párvulos, se planteó el tema de cuán beneficiosos o cuán traumáticos, pueden ser para los niños, las celebraciones escolares que involucran la presentación de un espectáculo.
Es muy posible que esta columna sea bien contracultura. A los padres, les gusta ver a sus niños actuar y disfrazarlos, y a veces presionan a los jardines y los colegios para que inventen estas dramatizaciones.
Una de las educadoras contó una experiencia, que le pasó como mamá. El niño debía disfrazarse de ratón, junto con otros compañeros. La mamá muy aplicada arrendó un disfraz y se lo puso en la mochila. Cuando llegó a buscar a su hijo al colegio, la tía la retó porque no había llevado el disfraz. Ella por supuesto se defendió, diciendo que estaba en la mochila. La revisaron y como no aparecía el disfraz en cuestión, le preguntaron al niño, donde estaba el disfraz y él respondió: “lo escondí debajo del auto, porque no me gusta disfrazarme de ratón”.
Se supone que las representaciones son un espacio para que ellos lo pasen bien. Sin embargo, la forma en que asumen estas dramatizaciones, suelen ser aterradoras para algunos niños. De tal manera, cabe preguntarse si el pánico escénico que tienen muchos adultos, no tendrá su origen en situaciones ansiosas, originadas en exigencias de “lucirse” y ser “protagónico”, cuando no se estaba preparado para ello.
Por ejemplo para niños de entre uno y dos años, aparecer sobre un escenario con un disfraz, cuyo significado le es completamente ajeno, como actuar vestido de pascuense, a los dos años. Con frecuencia lo que sucede, es que cuando enfrentan al público en el escenario, se pongan a llorar al ver a su mamá. ¿Qué sentido puede tener asustar a un niño de esa manera? ¿Qué los padres vean lo que el niño ha aprendido?
Cuando crecen como a los 4 años, algunos niños disfrutan haciendo representaciones, otros no. Habría que tener consideración por las necesidades y temores de los niños más tímidos.
Otro problema que sucede a menudo, es que estas representaciones son excesivamente largas, los niños se cansan, se enfrían. Los padres también se cansan, en un lógico narcisismo, les interesa ver a sus niños o niñas, y no les parece demasiado atractivo ver largas presentaciones de otros niños. Lo más grave es que como la percepción del niño es diferente a la de un adulto, para ellos el tiempo les parece muchísimo más largo. Se sostiene que 15 minutos en la vida de un niño equivalen a 12 horas en la vida de un adulto.
La idea es que las celebraciones, cuando son pequeños, sean más familiares, por cursos y más breves, sin presionar a aquellos niños que tienen ansiedad.
Hemos conocido a niños, que han perdido el control de esfínteres en el escenario por la ansiedad que esta situación les genera.
Las celebraciones realizadas como grandes espectáculos, demandan a los adultos a cargo, muchísima energía y tiempo. Quizás lo más sabio, sería simplificarlos y acortarlos adaptándolos a las necesidades de los niños.
Tenemos que subordinar el comprensible narcisismo de los adultos, a las necesidades infantiles, preguntando: ¿Están realmente disfrutando los niños la puesta en escena?
Esta columna que puede ser muy controversial, sólo tiene como objeto preguntarse, estas celebraciones que hacemos para los niños: ¿se adaptan realmente a sus necesidades?
En un seminario con educadoras de párvulos, se planteó el tema de cuán beneficiosos o cuán traumáticos, pueden ser para los niños, las celebraciones escolares que involucran la presentación de un espectáculo.
Es muy posible que esta columna sea bien contracultura. A los padres, les gusta ver a sus niños actuar y disfrazarlos, y a veces presionan a los jardines y los colegios para que inventen estas dramatizaciones.
Una de las educadoras contó una experiencia, que le pasó como mamá. El niño debía disfrazarse de ratón, junto con otros compañeros. La mamá muy aplicada arrendó un disfraz y se lo puso en la mochila. Cuando llegó a buscar a su hijo al colegio, la tía la retó porque no había llevado el disfraz. Ella por supuesto se defendió, diciendo que estaba en la mochila. La revisaron y como no aparecía el disfraz en cuestión, le preguntaron al niño, donde estaba el disfraz y él respondió: “lo escondí debajo del auto, porque no me gusta disfrazarme de ratón”.
Se supone que las representaciones son un espacio para que ellos lo pasen bien. Sin embargo, la forma en que asumen estas dramatizaciones, suelen ser aterradoras para algunos niños. De tal manera, cabe preguntarse si el pánico escénico que tienen muchos adultos, no tendrá su origen en situaciones ansiosas, originadas en exigencias de “lucirse” y ser “protagónico”, cuando no se estaba preparado para ello.
Por ejemplo para niños de entre uno y dos años, aparecer sobre un escenario con un disfraz, cuyo significado le es completamente ajeno, como actuar vestido de pascuense, a los dos años. Con frecuencia lo que sucede, es que cuando enfrentan al público en el escenario, se pongan a llorar al ver a su mamá. ¿Qué sentido puede tener asustar a un niño de esa manera? ¿Qué los padres vean lo que el niño ha aprendido?
Cuando crecen como a los 4 años, algunos niños disfrutan haciendo representaciones, otros no. Habría que tener consideración por las necesidades y temores de los niños más tímidos.
Otro problema que sucede a menudo, es que estas representaciones son excesivamente largas, los niños se cansan, se enfrían. Los padres también se cansan, en un lógico narcisismo, les interesa ver a sus niños o niñas, y no les parece demasiado atractivo ver largas presentaciones de otros niños. Lo más grave es que como la percepción del niño es diferente a la de un adulto, para ellos el tiempo les parece muchísimo más largo. Se sostiene que 15 minutos en la vida de un niño equivalen a 12 horas en la vida de un adulto.
La idea es que las celebraciones, cuando son pequeños, sean más familiares, por cursos y más breves, sin presionar a aquellos niños que tienen ansiedad.
Hemos conocido a niños, que han perdido el control de esfínteres en el escenario por la ansiedad que esta situación les genera.
Las celebraciones realizadas como grandes espectáculos, demandan a los adultos a cargo, muchísima energía y tiempo. Quizás lo más sabio, sería simplificarlos y acortarlos adaptándolos a las necesidades de los niños.
Tenemos que subordinar el comprensible narcisismo de los adultos, a las necesidades infantiles, preguntando: ¿Están realmente disfrutando los niños la puesta en escena?
Esta columna que puede ser muy controversial, sólo tiene como objeto preguntarse, estas celebraciones que hacemos para los niños: ¿se adaptan realmente a sus necesidades?