Por Neva Milicic, sicóloga.
Las personas realmente inteligentes cognitiva y emocionalmente tienen una virtud fundamental, que es la capacidad de mirar la realidad desde la perspectiva de los otros y es por ello que pueden cambiar y anticipar las consecuencias de sus actos, en función de las señales que captan de su medio social.
Un buen ejemplo de cómo esta capacidad de mirar el mundo, desde la perspectiva del otro, puede generar cambios, lo constituye en el campo de la educación, María Montessori, quien fue la primera mujer en licenciarse en medicina en Italia. A ella le interesaban mucho los niños, y al visitar los jardines infantiles y las escuelas de educación básica, se dio cuenta de que en gran medida, estos establecimientos educacionales, estaban pensado desde la perspectiva de los adultos y no desde la mirada de los niños. En su opinión los muebles eran grandes y pesados, las reglas eran militarizadas y estaba ausente en el currículum la naturaleza y el color.
La mirada de María Montessori se centró en ver qué es lo que los niños requerían y les interesaba. Así diseñó muebles apropiados para su tamaño, juguetes educativos atractivos, y se preocupó que la naturaleza y la vida cotidiana estuvieran incluidos en el currículum de los niños. Este cambio de mirada, sin duda -aunque no suficiente aún- cambió el mundo de la educación, y comenzó a atender las necesidades de los niños.
Cuando un niño de pocos años es arrastrado por un centro comercial durante horas -incluso a lo mejor no querrá ir porque como decía un niño pequeño: “solo veo rodillas”- implica una visión adultista. Posteriormente y de manera lamentable irá acomodando su visión de mundo, y a lo mejor perderá muchos de sus intereses por la naturaleza y por el juego, y tenderá a desarrollar su espíritu consumidor, porque se hará por costumbre adicto.
Otro ejemplo de mirar al mundo desde la perspectiva de los niños, lo constituyó la institutriz Hellen Keller, quien fue capaz en esa época de enseñar a una niña ciega y sorda-muda, y desarrollar su inteligencia social. La fuerza de un vínculo entre ambas, que duró toda la vida, la iluminó para enseñarle desde lo que ella podía aprender. No es casualidad que la primera palabra que ella lograría decir fuera “doll”, muñeca en inglés, pues muy probablemente, esta muñeca era en el mundo de esta pequeña niña un elemento central de su seguridad afectiva. También le enseñó a partir de las vibraciones de los labios a hablar y ella aprendió a hablar no sólo su legua materna sino varios idiomas. Esto es saber desde la mirada de un niño.
Quizás sería bueno hacer un esfuerzo consciente y deliberado, ojalá con un papel en mano, para ver qué están viendo y viviendo nuestros hijos del mundo, y a qué experiencias los estamos exponiendo. Piénselo y a partir de allí a lo mejor puede diseñar para ellos experiencias y actividades que estén más acordes a su desarrollo y a sus intereses infantiles.
Quizás sería bueno dar vuelta su forma de mirar los problemas, ponerse en los zapatos de los hijos, mirar el mundo con sus ojos. Quizás eso nos abra perspectivas que enriquezcan la forma de educar y relacionarnos con los niños.
Las personas realmente inteligentes cognitiva y emocionalmente tienen una virtud fundamental, que es la capacidad de mirar la realidad desde la perspectiva de los otros y es por ello que pueden cambiar y anticipar las consecuencias de sus actos, en función de las señales que captan de su medio social.
Un buen ejemplo de cómo esta capacidad de mirar el mundo, desde la perspectiva del otro, puede generar cambios, lo constituye en el campo de la educación, María Montessori, quien fue la primera mujer en licenciarse en medicina en Italia. A ella le interesaban mucho los niños, y al visitar los jardines infantiles y las escuelas de educación básica, se dio cuenta de que en gran medida, estos establecimientos educacionales, estaban pensado desde la perspectiva de los adultos y no desde la mirada de los niños. En su opinión los muebles eran grandes y pesados, las reglas eran militarizadas y estaba ausente en el currículum la naturaleza y el color.
La mirada de María Montessori se centró en ver qué es lo que los niños requerían y les interesaba. Así diseñó muebles apropiados para su tamaño, juguetes educativos atractivos, y se preocupó que la naturaleza y la vida cotidiana estuvieran incluidos en el currículum de los niños. Este cambio de mirada, sin duda -aunque no suficiente aún- cambió el mundo de la educación, y comenzó a atender las necesidades de los niños.
Cuando un niño de pocos años es arrastrado por un centro comercial durante horas -incluso a lo mejor no querrá ir porque como decía un niño pequeño: “solo veo rodillas”- implica una visión adultista. Posteriormente y de manera lamentable irá acomodando su visión de mundo, y a lo mejor perderá muchos de sus intereses por la naturaleza y por el juego, y tenderá a desarrollar su espíritu consumidor, porque se hará por costumbre adicto.
Otro ejemplo de mirar al mundo desde la perspectiva de los niños, lo constituyó la institutriz Hellen Keller, quien fue capaz en esa época de enseñar a una niña ciega y sorda-muda, y desarrollar su inteligencia social. La fuerza de un vínculo entre ambas, que duró toda la vida, la iluminó para enseñarle desde lo que ella podía aprender. No es casualidad que la primera palabra que ella lograría decir fuera “doll”, muñeca en inglés, pues muy probablemente, esta muñeca era en el mundo de esta pequeña niña un elemento central de su seguridad afectiva. También le enseñó a partir de las vibraciones de los labios a hablar y ella aprendió a hablar no sólo su legua materna sino varios idiomas. Esto es saber desde la mirada de un niño.
Quizás sería bueno hacer un esfuerzo consciente y deliberado, ojalá con un papel en mano, para ver qué están viendo y viviendo nuestros hijos del mundo, y a qué experiencias los estamos exponiendo. Piénselo y a partir de allí a lo mejor puede diseñar para ellos experiencias y actividades que estén más acordes a su desarrollo y a sus intereses infantiles.
Quizás sería bueno dar vuelta su forma de mirar los problemas, ponerse en los zapatos de los hijos, mirar el mundo con sus ojos. Quizás eso nos abra perspectivas que enriquezcan la forma de educar y relacionarnos con los niños.