Por Neva Milicic, sicóloga.
Hay personas que reclaman y se quejan sin cesar acerca de todo y que creen que el mundo está en deuda con ellos. Si hay una actitud cansadora y que predispone negativamente hacia quien la presenta, esa es la quejumbre.
En el reclamo lo que se intenta es modificar la conducta del otro, a quien de alguna manera, se intenta hacer que se sienta en falta, frente a quien reclama.
El problema del reclamo es que se trata de manipular al otro haciéndolo sentir incómodo y culpable. Comentarios del tipo: “Tú nunca me ayudas”, “No te acuerdas de mi cumpleaños” o “Siempre dejas todo de lado”, inducen en el otro una sensación de culpabilidad que las más de las veces, contrariamente a lo que se espera, no induce al cambio y se tiende a deteriorar la relación.
Los padres de Pablo, están preocupados, porque a sus diez años, tiene una actitud excesivamente quejumbrosa. Reclama por todo, nada le parece suficiente. Asume una actitud plañidera, que hace sentir a sus padres y a sus amigos culpables.
Contrariamente a lo que Pablo quiere, los demás pocas veces le hacen caso en sus demandas y más bien le rehúyen, ya que les molesta su tono quejumbroso y que los haga sentirse culpables.
En reiteradas ocasiones sus padres le han dicho que les solicite las cosas de otra manera, sin éxito. La madre es poco consciente de su propia actitud quejosa, la que sin duda constituye un modelo para su hijo.
Es bueno recordar que cuando se hace a alguien sentir culpable, más que deseos de cambiar, suele producirse mucha rabia, frente a quien lo hace sentirse culpable. ¿Quiere decir entonces, que no podemos quejarnos y que no hay que registrar las molestias? Por supuesto que no.
Cuando algo no nos parece o deseamos algo que creemos justo, tenemos todo el derecho a decirlo y a pedirlo. El problema está en el tono o en el inducir culpa en el mensaje. Es necesario pedirlo asertivamente. Es distinto decir: “Necesito que me ayudes a ordenar tu pieza”, que decir “estoy cansada de ordenarte la pieza, siempre dejas todo botado, nunca piensas en los demás”.
La primera respuesta, señala el legítimo derecho a pedir que el niño o la niña hagan algo correcto. La segunda está teñida de una actitud inculpadora destinada a que el otro se sienta mal, mientras que quien plantea el reclamo, queda como un mártir.
Aprender a pedir sin reclamar, es una estrategia más eficiente para lograr lo que se quiere y para mejorar las relaciones, que la queja. Por cierto, las quejas nos ayudan a descomprimirnos y a veces es bueno liberarse y darse permiso para quejarse, con las amigos(as), con el terapeuta o con quien se tenga al lado, pero no las utilice excesivamente ni para manipular.
A lo mejor en vez de tanta queja, será mejor buscar cómo solucionar los problemas, desde una actitud de enfrentamiento activo de los problemas.
A lo mejor, se podría instalar un libro de reclamos, como el que hay en las oficinas. Siempre, he sospechado que estos libros están allí, más para que la gente se descomprima que para solucionar los problemas, y como una forma inteligente de liberar al personal de las presiones y quejas del público. En este libro una vez al mes, cada cual podría hacer su “pedido fundamentado para solucionar las dificultades”. Exponer su versión del problema y ver cómo se podría modificar la situación, buscar maneras de concretizar los pedidos.
Recuerde que las personas quejumbrosas, aunque tengan toda la razón, son muy aburridas y provocan rechazo. Aprenda a pedir y si su hijo o hija es tan quejumbroso como Pablo, pregúntese si no será usted un modelo que está favoreciendo esta actitud.
Hay personas que reclaman y se quejan sin cesar acerca de todo y que creen que el mundo está en deuda con ellos. Si hay una actitud cansadora y que predispone negativamente hacia quien la presenta, esa es la quejumbre.
En el reclamo lo que se intenta es modificar la conducta del otro, a quien de alguna manera, se intenta hacer que se sienta en falta, frente a quien reclama.
El problema del reclamo es que se trata de manipular al otro haciéndolo sentir incómodo y culpable. Comentarios del tipo: “Tú nunca me ayudas”, “No te acuerdas de mi cumpleaños” o “Siempre dejas todo de lado”, inducen en el otro una sensación de culpabilidad que las más de las veces, contrariamente a lo que se espera, no induce al cambio y se tiende a deteriorar la relación.
Los padres de Pablo, están preocupados, porque a sus diez años, tiene una actitud excesivamente quejumbrosa. Reclama por todo, nada le parece suficiente. Asume una actitud plañidera, que hace sentir a sus padres y a sus amigos culpables.
Contrariamente a lo que Pablo quiere, los demás pocas veces le hacen caso en sus demandas y más bien le rehúyen, ya que les molesta su tono quejumbroso y que los haga sentirse culpables.
En reiteradas ocasiones sus padres le han dicho que les solicite las cosas de otra manera, sin éxito. La madre es poco consciente de su propia actitud quejosa, la que sin duda constituye un modelo para su hijo.
Es bueno recordar que cuando se hace a alguien sentir culpable, más que deseos de cambiar, suele producirse mucha rabia, frente a quien lo hace sentirse culpable. ¿Quiere decir entonces, que no podemos quejarnos y que no hay que registrar las molestias? Por supuesto que no.
Cuando algo no nos parece o deseamos algo que creemos justo, tenemos todo el derecho a decirlo y a pedirlo. El problema está en el tono o en el inducir culpa en el mensaje. Es necesario pedirlo asertivamente. Es distinto decir: “Necesito que me ayudes a ordenar tu pieza”, que decir “estoy cansada de ordenarte la pieza, siempre dejas todo botado, nunca piensas en los demás”.
La primera respuesta, señala el legítimo derecho a pedir que el niño o la niña hagan algo correcto. La segunda está teñida de una actitud inculpadora destinada a que el otro se sienta mal, mientras que quien plantea el reclamo, queda como un mártir.
Aprender a pedir sin reclamar, es una estrategia más eficiente para lograr lo que se quiere y para mejorar las relaciones, que la queja. Por cierto, las quejas nos ayudan a descomprimirnos y a veces es bueno liberarse y darse permiso para quejarse, con las amigos(as), con el terapeuta o con quien se tenga al lado, pero no las utilice excesivamente ni para manipular.
A lo mejor en vez de tanta queja, será mejor buscar cómo solucionar los problemas, desde una actitud de enfrentamiento activo de los problemas.
A lo mejor, se podría instalar un libro de reclamos, como el que hay en las oficinas. Siempre, he sospechado que estos libros están allí, más para que la gente se descomprima que para solucionar los problemas, y como una forma inteligente de liberar al personal de las presiones y quejas del público. En este libro una vez al mes, cada cual podría hacer su “pedido fundamentado para solucionar las dificultades”. Exponer su versión del problema y ver cómo se podría modificar la situación, buscar maneras de concretizar los pedidos.
Recuerde que las personas quejumbrosas, aunque tengan toda la razón, son muy aburridas y provocan rechazo. Aprenda a pedir y si su hijo o hija es tan quejumbroso como Pablo, pregúntese si no será usted un modelo que está favoreciendo esta actitud.