Por Neva Milicic, sicóloga.
Cuantas veces escuchó usted a su hijo decir, cuando hacía algo de lo que estaba orgulloso decir ¡Mírame mamá! o ¡Mírame papá! Los niños y los adolescentes, buscan -y a veces no encuentran- la mirada aprobadora, cariñosa y orgullosa de sus padres. Ella es un importante estímulo para el crecimiento emocional y especialmente para los vínculos afectivos.
Quisiera compartir con ustedes, una cita del escritor peruano Fernando Ampuero, en uno de sus cuentos “La zurda”, que describe mejor magistralmente el valor de la mirada.
“(Mi abuelo materno hablaba siempre de las miradas que le decían todo. Él pensaba –y somos de la misma opinión- que las íntimas manifestaciones del alma no están hechas de frases profundas o de hallazgos geniales, sino de miradas secretas, frases truncas, sonrisas contenidas y polvo de estrellas)”.
Siempre me ha llamado la atención la mirada conmovida con la que los padres se vinculan con sus hijos recién nacidos; la ternura y orgullo, con que posteriormente “miran” lo que van aprendiendo sus hijos en edad preescolar. Desafortunadamente esas miradas se van haciendo menos frecuentes, a medida que los niños van creciendo y van siendo reemplazadas a veces, por miradas de enojo y furia contenida, y a veces claramente despectivas o de aburrimiento, en la etapa escolar y en la adolescencia.
Las miradas descalificadoras son tanto o más poderosas que las frases hostiles que las acompañan “Estoy harto(a) que dejes todo botado”, “No me extraña que te haya ido mal”, “Hasta cuando….”.
Si pudiéramos cuantificar los vínculos que expresan ternura, versus los que expresan hostilidad, quizás nos llevaríamos una desagradable sorpresa. Creo que los padres no necesitan hacerlo porque cada cual en su fuero interno, sabe cual es la proporción entre la ternura que está entregando a sus hijos y las rabias que está expresando. Mayor sería la sorpresa de muchos padres si alguien grabara en video nuestras miradas en los momentos que estamos llamando la atención a los hijos.
Virginia de ocho años, una niñita de una inteligencia brillante, muy perceptiva, fue llevada a consultar, porque era hipersensitiva a la actitud que sus compañeros tenían con ella. Estaba muy insegurizada. “Me miran feo” era una queja constante, y estaba teniendo trastornos del sueño.
Conversando con los padres, observando la relación y haciendo una historia de ella, se pudo concluir que estos padres habían mal evolucionado, lo que es frecuente –desde una mirada amorosa y orgullosa cuando era pequeña, a una mirada demandante e hipercrítica en la edad escolar-. Lo que, finalmente, había dejado a Virginia en un estado de vulnerabilidad emocional. Afortunadamente pudieron rectificar a tiempo su conducta parental y recuperar mayores espacios para expresar ternura.
Otras veces la evaluación resulta negativa, porque simplemente los padres por múltiples razones -muchas veces comprensible, otras veces inexplicables- no se dan el tiempo para mirar cariñosamente a sus hijos, de un modo que exprese todo el inmenso amor, que les tienen.
Las miles de cosas que usted hace cada día por su hijo, para que lleguen realmente a ser percibidas por ellos, como constructivas, deben ir acompañadas de una enorme dosis de ternura. Para que su hijo tenga el recuerdo imborrable de su mirada amorosa y orgullosa, aprenda a expresar con generosidad sus emociones positivas y controle en la medida de lo posible las miradas de enojo, especialmente cuando están en el máximo de la intensidad emocional. Contrólese, salga un rato de la situación, aíslese para calmarse y cuando se haya recuperado vuelva a reencontrarse con su hijo(a), para que pueda enseñarle cómo se hacen las cosas, desde una mirada amorosa y no desde la rabia.
Es muy importante, para la seguridad emocional de los niños, que inscriban en su memoria emocional, padres que se daban el tiempo de mirarlos y de hacerlo en forma amorosa.
Cuantas veces escuchó usted a su hijo decir, cuando hacía algo de lo que estaba orgulloso decir ¡Mírame mamá! o ¡Mírame papá! Los niños y los adolescentes, buscan -y a veces no encuentran- la mirada aprobadora, cariñosa y orgullosa de sus padres. Ella es un importante estímulo para el crecimiento emocional y especialmente para los vínculos afectivos.
Quisiera compartir con ustedes, una cita del escritor peruano Fernando Ampuero, en uno de sus cuentos “La zurda”, que describe mejor magistralmente el valor de la mirada.
“(Mi abuelo materno hablaba siempre de las miradas que le decían todo. Él pensaba –y somos de la misma opinión- que las íntimas manifestaciones del alma no están hechas de frases profundas o de hallazgos geniales, sino de miradas secretas, frases truncas, sonrisas contenidas y polvo de estrellas)”.
Siempre me ha llamado la atención la mirada conmovida con la que los padres se vinculan con sus hijos recién nacidos; la ternura y orgullo, con que posteriormente “miran” lo que van aprendiendo sus hijos en edad preescolar. Desafortunadamente esas miradas se van haciendo menos frecuentes, a medida que los niños van creciendo y van siendo reemplazadas a veces, por miradas de enojo y furia contenida, y a veces claramente despectivas o de aburrimiento, en la etapa escolar y en la adolescencia.
Las miradas descalificadoras son tanto o más poderosas que las frases hostiles que las acompañan “Estoy harto(a) que dejes todo botado”, “No me extraña que te haya ido mal”, “Hasta cuando….”.
Si pudiéramos cuantificar los vínculos que expresan ternura, versus los que expresan hostilidad, quizás nos llevaríamos una desagradable sorpresa. Creo que los padres no necesitan hacerlo porque cada cual en su fuero interno, sabe cual es la proporción entre la ternura que está entregando a sus hijos y las rabias que está expresando. Mayor sería la sorpresa de muchos padres si alguien grabara en video nuestras miradas en los momentos que estamos llamando la atención a los hijos.
Virginia de ocho años, una niñita de una inteligencia brillante, muy perceptiva, fue llevada a consultar, porque era hipersensitiva a la actitud que sus compañeros tenían con ella. Estaba muy insegurizada. “Me miran feo” era una queja constante, y estaba teniendo trastornos del sueño.
Conversando con los padres, observando la relación y haciendo una historia de ella, se pudo concluir que estos padres habían mal evolucionado, lo que es frecuente –desde una mirada amorosa y orgullosa cuando era pequeña, a una mirada demandante e hipercrítica en la edad escolar-. Lo que, finalmente, había dejado a Virginia en un estado de vulnerabilidad emocional. Afortunadamente pudieron rectificar a tiempo su conducta parental y recuperar mayores espacios para expresar ternura.
Otras veces la evaluación resulta negativa, porque simplemente los padres por múltiples razones -muchas veces comprensible, otras veces inexplicables- no se dan el tiempo para mirar cariñosamente a sus hijos, de un modo que exprese todo el inmenso amor, que les tienen.
Las miles de cosas que usted hace cada día por su hijo, para que lleguen realmente a ser percibidas por ellos, como constructivas, deben ir acompañadas de una enorme dosis de ternura. Para que su hijo tenga el recuerdo imborrable de su mirada amorosa y orgullosa, aprenda a expresar con generosidad sus emociones positivas y controle en la medida de lo posible las miradas de enojo, especialmente cuando están en el máximo de la intensidad emocional. Contrólese, salga un rato de la situación, aíslese para calmarse y cuando se haya recuperado vuelva a reencontrarse con su hijo(a), para que pueda enseñarle cómo se hacen las cosas, desde una mirada amorosa y no desde la rabia.
Es muy importante, para la seguridad emocional de los niños, que inscriban en su memoria emocional, padres que se daban el tiempo de mirarlos y de hacerlo en forma amorosa.