Por Neva Milicic, sicóloga.
No deja de impresionarme la cantidad de madres que, al momento de preguntarles ¿Quién es responsable de imponer la disciplina?, dan por respuesta "En esta familia la bruja soy yo". Esta frase, dicha con una mezcla de agobio, rabia y orgullo, es una queja, por el rol fácil que tienen algunos padres, actuando como el "bueno" de la familia.
En otras ocasiones, la situación es a la inversa, y el papá juega el rol de "comisario" en tanto que la madre es el "hada madrina".
Pero en ambos casos se trata de autoridades muy disociadas en su rol parental, lo que termina por debilitar a ambas figuras como autoridad y, finalmente, redundan en un daño para los niños.
El brujismo podría ser descrito como tomar el control de las reglas, de los límites y los castigos. Es la persona encargada de decir que no, en tanto que el otro padre asume el papel "del bueno", pero la posición del "bueno no es tan buena" como pareciera, ya que el bueno está descalificado, como una persona sin poder y sin autoridad.
La disociación de la autoridad en dos roles completamente separados no es beneficiosa para nadie. Si es la madre la que ejerce el control, genera, sin duda, una gran sobrecarga sobre ella. Es sentirse siempre responsable de decidir qué es bueno y qué es malo para los niños, y tener poco tiempo para los vínculos amorosos.
Es agotador para la madre tener que absorber todos los conflictos que surgen con los niños por la autonomía. Además, se irá distanciando poco a poco de la pareja. El padre se siente descalificado por la madre y a su vez ella suele sentirse desautorizada por él.
No es fácil compartir el poder en la educación de los hijos, porque las diferencias de creencias que provienen de la forma en que se educa a los niños es muchas veces causa de los conflictos de pareja a la hora de educar a los hijos.
Mantener los límites de las disputas dentro de la pareja y evitar que se traspase a los hijos es una tarea casi imposible en algunos casos, pero hay que intentar que haga el menor daño posible. El amor por los hijos debe incluir la capacidad de fortalecer la autoridad del otro, dejando espacio y validando en la medida de lo posible las decisiones del otro. Los padres deben tomar espacios en los cuales se ejerce la autoridad en forma conjunta, de manera que los niños los perciban como aliados en la toma de decisiones y no como enemigos.
Esto no significa estar siempre de acuerdo; es muy posible que en algunas áreas uno de los padres, habitualmente el que se tilda de bruja(o), sea más competente y tenga más tiempo para ejercer su autoridad. Pero ello no puede implicar anular el poder del otro padre; es necesario ampliar la proximidad y los espacios con los hijos y definir algunos espacios que sean de exclusiva responsabilidad del padre. El levantarlos o llevarlos al colegio, o quizás hacer un deporte; en definitiva, asumir un rol de autoridad en el área en que se sienta más competente.
La idea es establecer, en cuanto sea posible, una alianza para que los hijos perciban a sus padres como personas con autoridad, pero también a ambos como personas bondadosas.
El rol de bruja puede ser muy cansador, aburrido y empobrecedor, y por otra parte ser siempre el que cede ante los niños entrega una figura de autoridad debilitada.
Liberarse de roles que nos aprisionan, valga la redundancia, es muy liberador.
No deja de impresionarme la cantidad de madres que, al momento de preguntarles ¿Quién es responsable de imponer la disciplina?, dan por respuesta "En esta familia la bruja soy yo". Esta frase, dicha con una mezcla de agobio, rabia y orgullo, es una queja, por el rol fácil que tienen algunos padres, actuando como el "bueno" de la familia.
En otras ocasiones, la situación es a la inversa, y el papá juega el rol de "comisario" en tanto que la madre es el "hada madrina".
Pero en ambos casos se trata de autoridades muy disociadas en su rol parental, lo que termina por debilitar a ambas figuras como autoridad y, finalmente, redundan en un daño para los niños.
El brujismo podría ser descrito como tomar el control de las reglas, de los límites y los castigos. Es la persona encargada de decir que no, en tanto que el otro padre asume el papel "del bueno", pero la posición del "bueno no es tan buena" como pareciera, ya que el bueno está descalificado, como una persona sin poder y sin autoridad.
La disociación de la autoridad en dos roles completamente separados no es beneficiosa para nadie. Si es la madre la que ejerce el control, genera, sin duda, una gran sobrecarga sobre ella. Es sentirse siempre responsable de decidir qué es bueno y qué es malo para los niños, y tener poco tiempo para los vínculos amorosos.
Es agotador para la madre tener que absorber todos los conflictos que surgen con los niños por la autonomía. Además, se irá distanciando poco a poco de la pareja. El padre se siente descalificado por la madre y a su vez ella suele sentirse desautorizada por él.
No es fácil compartir el poder en la educación de los hijos, porque las diferencias de creencias que provienen de la forma en que se educa a los niños es muchas veces causa de los conflictos de pareja a la hora de educar a los hijos.
Mantener los límites de las disputas dentro de la pareja y evitar que se traspase a los hijos es una tarea casi imposible en algunos casos, pero hay que intentar que haga el menor daño posible. El amor por los hijos debe incluir la capacidad de fortalecer la autoridad del otro, dejando espacio y validando en la medida de lo posible las decisiones del otro. Los padres deben tomar espacios en los cuales se ejerce la autoridad en forma conjunta, de manera que los niños los perciban como aliados en la toma de decisiones y no como enemigos.
Esto no significa estar siempre de acuerdo; es muy posible que en algunas áreas uno de los padres, habitualmente el que se tilda de bruja(o), sea más competente y tenga más tiempo para ejercer su autoridad. Pero ello no puede implicar anular el poder del otro padre; es necesario ampliar la proximidad y los espacios con los hijos y definir algunos espacios que sean de exclusiva responsabilidad del padre. El levantarlos o llevarlos al colegio, o quizás hacer un deporte; en definitiva, asumir un rol de autoridad en el área en que se sienta más competente.
La idea es establecer, en cuanto sea posible, una alianza para que los hijos perciban a sus padres como personas con autoridad, pero también a ambos como personas bondadosas.
El rol de bruja puede ser muy cansador, aburrido y empobrecedor, y por otra parte ser siempre el que cede ante los niños entrega una figura de autoridad debilitada.
Liberarse de roles que nos aprisionan, valga la redundancia, es muy liberador.