Por Neva Milicic, sicóloga.
Si hay un mandato poderoso que se entrega a las mujeres en su socialización, desde que son pequeñas, es el de de ser “una madre perfecta”. Con ese parámetro de perfección desde el nacimiento y durante toda la crianza, las madres intentan acercarse al ideal de maternidad que se han forjado. Por supuesto la brecha entre lo que se quisiera ser y lo que objetivamente se logra realizar suele ser enorme, con las consiguientes culpas que ello acarrea.
Hay dos conceptos, en la literatura psicológica, que pueden ayudar a aliviar las culpas, de las madres ante la distancia entre lo querido y lo realizado. Uno es el concepto elaborado por Christiane Collange, en el sentido que la madre perfecta no existe. Desde el momento que somos seres humanos, es inevitable que las madres se cansen frente a las múltiples tareas que supone la educación de un hijo. Es prácticamente imposible no perder la paciencia, cuando un niño rompe algo, a pesar de habérsele advertido que no lo tomara; ponerse rabiosa frente a la tozudez que a veces manifiestan los niños haciendo exigencias que los padres no pueden satisfacer.
Por supuesto esta aceptación de las imperfecciones y errores que se pueden cometer en el proceso de ser madre, no significa asumir una actitud autocomplaciente y persistir en los errores cometidos. El tema de la frecuencia y la intensidad de los errores es lo que importa, equivocarse ocasionalmente y en cosas pequeñas es absolutamente normal y los niños(as) no se verán afectados de manera definitiva. Por el contrario, los errores graves y reiterados como el maltrato, provocan efectos devastadores en el psiquismo infantil.
Otro concepto que puede ayudar a tener una actitud de comprensión hacia nosotros mismos, es el concepto acuñado por Bruno Betthelheim de “ser un padre suficientemente bueno”. Desde esa perspectiva no perfeccionista, pero si centrada en las necesidades de los hijos, es bueno mirarse con honestidad y retomar aquellas ideas que nos parecen centrales para cumplir con el rol maternal, y así poder evaluar cómo nos sentimos en el actuar como madres. Esta evaluación no debe transformarse en una mochila a cargar, sino que convertirse en ideas que iluminen el camino.
Un tema que no es menor en la evaluación del rol materno es si nuestras expectativas de hacerlo en forma perfecta, se adaptan a las necesidades de cada hijo en particular. Por ejemplo, un niño que por estructura de personalidad tiende a ser más rígido e inflexible, sería poco inteligente emocionalmente, abrumarlo con muchas normas que le harían más difícil tener una actitud flexible frente a la vida. Por el contrario, si a un niño le cuesta organizarse y cumplir será necesario tener un sistema de normas claras y predecibles, que sin ser excesivas se cumplan.
El tema central en una maternidad nutritiva es la capacidad de crear vínculos positivos con los hijos a través del cuidado y el afecto expresado en forma cotidiana. Estos vínculos son la base para que los niños se desarrollen mejor. Es el vínculo amoroso que tienen con su madre y/o con su padre el que permitirá que ellos sientan que son una fuente de felicidad para sus papás. Para lograr este objetivo es necesario que los padres expresen con frecuencia y con intensidad a sus hijos cómo y cuánto los quieren.
Los niños dicen con frecuencia cuando les preguntan qué los hace felices: “Que mi mamá me regalonee” y el regaloneo adquiere formas diferentes según la edad y las características de los niños, pero siempre produce esa sensación de bienestar profundo que da el hecho de sentirse querido. El amor de los padres -y especialmente el de las madres- es el único afecto incondicional y es indispensable ser generosos/a al expresarlo.
Aunque haya una distancia importante entre lo que usted quisiera ser como madre y lo que realiza, no olvide que lo más importante para los hijos es sentir su cariño en cosas simples como por ejemplo, salir a pasear, leerles un cuento, prepararles sus comidas preferidas, cuidarlos y consolarlos cuando están tristes, en el marco de un vínculo amoroso. Sólo así nos transformaremos en madres suficientemente buenas.
Si hay un mandato poderoso que se entrega a las mujeres en su socialización, desde que son pequeñas, es el de de ser “una madre perfecta”. Con ese parámetro de perfección desde el nacimiento y durante toda la crianza, las madres intentan acercarse al ideal de maternidad que se han forjado. Por supuesto la brecha entre lo que se quisiera ser y lo que objetivamente se logra realizar suele ser enorme, con las consiguientes culpas que ello acarrea.
Hay dos conceptos, en la literatura psicológica, que pueden ayudar a aliviar las culpas, de las madres ante la distancia entre lo querido y lo realizado. Uno es el concepto elaborado por Christiane Collange, en el sentido que la madre perfecta no existe. Desde el momento que somos seres humanos, es inevitable que las madres se cansen frente a las múltiples tareas que supone la educación de un hijo. Es prácticamente imposible no perder la paciencia, cuando un niño rompe algo, a pesar de habérsele advertido que no lo tomara; ponerse rabiosa frente a la tozudez que a veces manifiestan los niños haciendo exigencias que los padres no pueden satisfacer.
Por supuesto esta aceptación de las imperfecciones y errores que se pueden cometer en el proceso de ser madre, no significa asumir una actitud autocomplaciente y persistir en los errores cometidos. El tema de la frecuencia y la intensidad de los errores es lo que importa, equivocarse ocasionalmente y en cosas pequeñas es absolutamente normal y los niños(as) no se verán afectados de manera definitiva. Por el contrario, los errores graves y reiterados como el maltrato, provocan efectos devastadores en el psiquismo infantil.
Otro concepto que puede ayudar a tener una actitud de comprensión hacia nosotros mismos, es el concepto acuñado por Bruno Betthelheim de “ser un padre suficientemente bueno”. Desde esa perspectiva no perfeccionista, pero si centrada en las necesidades de los hijos, es bueno mirarse con honestidad y retomar aquellas ideas que nos parecen centrales para cumplir con el rol maternal, y así poder evaluar cómo nos sentimos en el actuar como madres. Esta evaluación no debe transformarse en una mochila a cargar, sino que convertirse en ideas que iluminen el camino.
Un tema que no es menor en la evaluación del rol materno es si nuestras expectativas de hacerlo en forma perfecta, se adaptan a las necesidades de cada hijo en particular. Por ejemplo, un niño que por estructura de personalidad tiende a ser más rígido e inflexible, sería poco inteligente emocionalmente, abrumarlo con muchas normas que le harían más difícil tener una actitud flexible frente a la vida. Por el contrario, si a un niño le cuesta organizarse y cumplir será necesario tener un sistema de normas claras y predecibles, que sin ser excesivas se cumplan.
El tema central en una maternidad nutritiva es la capacidad de crear vínculos positivos con los hijos a través del cuidado y el afecto expresado en forma cotidiana. Estos vínculos son la base para que los niños se desarrollen mejor. Es el vínculo amoroso que tienen con su madre y/o con su padre el que permitirá que ellos sientan que son una fuente de felicidad para sus papás. Para lograr este objetivo es necesario que los padres expresen con frecuencia y con intensidad a sus hijos cómo y cuánto los quieren.
Los niños dicen con frecuencia cuando les preguntan qué los hace felices: “Que mi mamá me regalonee” y el regaloneo adquiere formas diferentes según la edad y las características de los niños, pero siempre produce esa sensación de bienestar profundo que da el hecho de sentirse querido. El amor de los padres -y especialmente el de las madres- es el único afecto incondicional y es indispensable ser generosos/a al expresarlo.
Aunque haya una distancia importante entre lo que usted quisiera ser como madre y lo que realiza, no olvide que lo más importante para los hijos es sentir su cariño en cosas simples como por ejemplo, salir a pasear, leerles un cuento, prepararles sus comidas preferidas, cuidarlos y consolarlos cuando están tristes, en el marco de un vínculo amoroso. Sólo así nos transformaremos en madres suficientemente buenas.