Por Neva Milicic, sicóloga.
Las personas, en cualquier etapa de la vida, pasan varias horas al día en un monólogo interno, y este diálogo consigo mismas explica en gran medida como actúan frente a las diferentes situaciones, pero especialmente en aquellas relacionadas con áreas problemáticas de la conducta, lo que en los manuales de autoayuda llaman “las zonas erróneas”.
Cuando las personas conversan consigo mismo se preguntan: ¿Qué debería hacer? ¿Por qué no me resulta? O se dicen autoafirmaciones como ¡Eso estuvo bien!, o bien, ¡Lo hice fatal!
Este monólogo interno está fuertemente influenciado por las opiniones que los padres, los profesores y por sus compañeros, ya que ellos contribuyen poderosamente a lo que los niños y las niñas piensan sobre sí mismos.
En ocasiones, los niños, y también los adultos, se encuentran entrampados en monólogos internos que son muy paralizantes. Son temas en que los niños están pegados y que les llevan a veces reiteradamente a cometer los mismos errores. Esto ocurre cuando hay un predominio de autoafirmaciones negativas. Es el caso de Santiago, quien se decía a sí mismo “Todos me persiguen”, y por lo tanto actuaba agresivamente como una forma de defenderse. Como a su vez los compañeros le pegaban para defenderse de las agresiones del niño, Santiago veía confirmada su hipótesis de que lo perseguían.
Otro ejemplo es Camila, una adolescente de quince años con bajo rendimiento escolar. Ella tenía una conversación consigo misma que estaba plagada de afirmaciones negativas como las siguientes:
“A mí nada me resulta”; “Soy un fracaso”; “Haga lo que haga, siempre me va mal”.
Este diálogo era reforzado por los padres, con la mejor intención, con frases como: “¿Es que no puedes hacer nada bien?”,“¿Cuándo vas a madurar?”.
Este monólogo interno negativo operaba como una profecía autocumplida.
Fue necesario que los padres y Camila cambiaran las preguntas que se hacían frente a las dificultades y que se plantearan cómo podrían hacerlo de otra manera: “¿Qué puedo aprender de esto, que no me resultó?”, “¿Cómo puedo cambiar mis hábitos de estudio? Si un niño se hace una pregunta que no lo lleva a cambiar su modo de pensar seguirá en el pantano de las autoafirmaciones negativas.
Quizás le ayude a entender lo que pasa en la cabeza de sus hijos pensando en las situaciones en que usted está paralizado y que no puede cambiar. Si usted se pregunta, por ejemplo, ¿por qué me descontrolo con tanta facilidad? o ¿por qué dejo para mañana lo que debería hacer hoy? Piense si el preguntarse de manera negativa lo ha ayudado a cambiar o lo ha mantenido en la misma dificultad por mucho tiempo.
Hay pocas cosas más predecibles que las acciones y emociones que las personas experimentan frente a los errores que cometen. Si la pregunta que se hacen es la misma lo más probable es que el error se repita. Una clave para disminuir la posibilidad que los errores no se repitan reside en cambiar la formulación de las preguntas del ¿Por qué a mí? o ¿Por qué será así? Y aprovechar las situaciones y emociones difíciles para preguntarse ¿Cómo hacer para que resulte diferente?, o bien, ¿Cómo podría hacerlo diferente para tener otro resultado?
Enseñar a los niños a través del modelo de preguntas que se formulan sus padres a hacerse las interrogaciones en positivo es un camino para evitar caer en la trampa de las autoafirmaciones negativas permanentes, que conducen a paralizarse.
Las personas, en cualquier etapa de la vida, pasan varias horas al día en un monólogo interno, y este diálogo consigo mismas explica en gran medida como actúan frente a las diferentes situaciones, pero especialmente en aquellas relacionadas con áreas problemáticas de la conducta, lo que en los manuales de autoayuda llaman “las zonas erróneas”.
Cuando las personas conversan consigo mismo se preguntan: ¿Qué debería hacer? ¿Por qué no me resulta? O se dicen autoafirmaciones como ¡Eso estuvo bien!, o bien, ¡Lo hice fatal!
Este monólogo interno está fuertemente influenciado por las opiniones que los padres, los profesores y por sus compañeros, ya que ellos contribuyen poderosamente a lo que los niños y las niñas piensan sobre sí mismos.
En ocasiones, los niños, y también los adultos, se encuentran entrampados en monólogos internos que son muy paralizantes. Son temas en que los niños están pegados y que les llevan a veces reiteradamente a cometer los mismos errores. Esto ocurre cuando hay un predominio de autoafirmaciones negativas. Es el caso de Santiago, quien se decía a sí mismo “Todos me persiguen”, y por lo tanto actuaba agresivamente como una forma de defenderse. Como a su vez los compañeros le pegaban para defenderse de las agresiones del niño, Santiago veía confirmada su hipótesis de que lo perseguían.
Otro ejemplo es Camila, una adolescente de quince años con bajo rendimiento escolar. Ella tenía una conversación consigo misma que estaba plagada de afirmaciones negativas como las siguientes:
“A mí nada me resulta”; “Soy un fracaso”; “Haga lo que haga, siempre me va mal”.
Este diálogo era reforzado por los padres, con la mejor intención, con frases como: “¿Es que no puedes hacer nada bien?”,“¿Cuándo vas a madurar?”.
Este monólogo interno negativo operaba como una profecía autocumplida.
Fue necesario que los padres y Camila cambiaran las preguntas que se hacían frente a las dificultades y que se plantearan cómo podrían hacerlo de otra manera: “¿Qué puedo aprender de esto, que no me resultó?”, “¿Cómo puedo cambiar mis hábitos de estudio? Si un niño se hace una pregunta que no lo lleva a cambiar su modo de pensar seguirá en el pantano de las autoafirmaciones negativas.
Quizás le ayude a entender lo que pasa en la cabeza de sus hijos pensando en las situaciones en que usted está paralizado y que no puede cambiar. Si usted se pregunta, por ejemplo, ¿por qué me descontrolo con tanta facilidad? o ¿por qué dejo para mañana lo que debería hacer hoy? Piense si el preguntarse de manera negativa lo ha ayudado a cambiar o lo ha mantenido en la misma dificultad por mucho tiempo.
Hay pocas cosas más predecibles que las acciones y emociones que las personas experimentan frente a los errores que cometen. Si la pregunta que se hacen es la misma lo más probable es que el error se repita. Una clave para disminuir la posibilidad que los errores no se repitan reside en cambiar la formulación de las preguntas del ¿Por qué a mí? o ¿Por qué será así? Y aprovechar las situaciones y emociones difíciles para preguntarse ¿Cómo hacer para que resulte diferente?, o bien, ¿Cómo podría hacerlo diferente para tener otro resultado?
Enseñar a los niños a través del modelo de preguntas que se formulan sus padres a hacerse las interrogaciones en positivo es un camino para evitar caer en la trampa de las autoafirmaciones negativas permanentes, que conducen a paralizarse.