Por Neva Milicic, sicóloga.
Dentro de la diversidad de valores que las familias quisieran inculcar a sus hijos, el respeto por las otras personas es sin duda un tema central. Pero no basta con respetar, es necesario ir más allá; es necesario ser capaz de visualizar en el otro a alguien con derechos, y que si está allí debe ser percibida como una oportunidad de encuentro con alguien diferente, constituyendo una posibilidad de crecimiento mutuo.
Ernst Junqer, el famoso escritor alemán en su libro “Los acantilados del mármol”, escrito al inicio de la Segunda Guerra Mundial, y cuya escritura le valió las amenazas del nacionalsocialismo, nos da una lección de los valores que deberíamos traspasar a nuestros hijos. Plantea cómo ir descubriendo en cada persona que aparece en nuestras vidas a alguien realmente especial. Es una obra maestra al espíritu humanista y una crítica a las tiranías en cualquiera de sus formas.
El protagonista del libro de Junger refiriéndose a cuán bien su hermano Otón trataba a las personas, escribió: “La norma por la que él se regía era la siguiente: tratar a todos los seres humanos que se nos acercasen como hallazgos raros descubiertos en una caminata”.
Le gustaba calificar a los humanos como “optimates”, palabra con la que quería indicar que a todos es preciso contarlos entre la nobleza genuina de este mundo y que cada uno de ellos puede obsequiarnos con las dávidas más excelsas. Tomaba a los seres humanos como si fueran vasijas de lo maravilloso y a todos les reconocía derechos de príncipes, como a imágenes excelsas. “Y realmente yo veía como todas las personas que se acercaban a él se abrían cual plantas que despertasen de un sueño invernal, y no es que se hicieran mejores, sino que se hacían más ellos mismos”.
Y Junger sabía de la importancia del respeto por el ser humano, porque le tocó vivir los horrores del nazismo, que al igual como sucede con todas las ideologías totalitarias, las ideas siempre prevalecen sobre los derechos de las personas.
Enseñar a nuestros hijos el respeto y la valoración por las personas constituye un aprendizaje básico para una convivencia social armónica, en que los encuentros primen por sobre los desencuentros, para lograr asumir una actitud abierta frente a las diferencias, intentando comprender la lógica emocional que existe detrás de las acciones y los pensamientos de quienes están en una posición diferente a la nuestra.
Cada persona es un pequeño mundo que por muchas semejanzas y vínculos que tenga con nosotros, nos dará un espacio, nos enseñará a vivir más abierto a las necesidades de los otros. En un mundo que tiende a centrarse cada vez más en el yo, en que hay “mi celular”, “mi computador personal”, “mi IPod” y “mi I phone”. Tendríamos que tener cuidado sobre qué adultos serán nuestros niños de hoy, con tanto egocentrismo, sumado a la violencia y al resurgimiento de fanatismos religiosos y políticos. Todo ello podría ser una mezcla explosiva desde el punto de vista social, si no le ponemos atajo.
Sólo en la medida que sembremos en los niños y las niñas la capacidad de mirar bondadosa y amorosamente a cada persona lograremos una cultura en que la vida y el buen trato predominen sobre la violencia y la destrucción, como ha ocurrido en tantos momentos oscuros de la humanidad.
Dentro de la diversidad de valores que las familias quisieran inculcar a sus hijos, el respeto por las otras personas es sin duda un tema central. Pero no basta con respetar, es necesario ir más allá; es necesario ser capaz de visualizar en el otro a alguien con derechos, y que si está allí debe ser percibida como una oportunidad de encuentro con alguien diferente, constituyendo una posibilidad de crecimiento mutuo.
Ernst Junqer, el famoso escritor alemán en su libro “Los acantilados del mármol”, escrito al inicio de la Segunda Guerra Mundial, y cuya escritura le valió las amenazas del nacionalsocialismo, nos da una lección de los valores que deberíamos traspasar a nuestros hijos. Plantea cómo ir descubriendo en cada persona que aparece en nuestras vidas a alguien realmente especial. Es una obra maestra al espíritu humanista y una crítica a las tiranías en cualquiera de sus formas.
El protagonista del libro de Junger refiriéndose a cuán bien su hermano Otón trataba a las personas, escribió: “La norma por la que él se regía era la siguiente: tratar a todos los seres humanos que se nos acercasen como hallazgos raros descubiertos en una caminata”.
Le gustaba calificar a los humanos como “optimates”, palabra con la que quería indicar que a todos es preciso contarlos entre la nobleza genuina de este mundo y que cada uno de ellos puede obsequiarnos con las dávidas más excelsas. Tomaba a los seres humanos como si fueran vasijas de lo maravilloso y a todos les reconocía derechos de príncipes, como a imágenes excelsas. “Y realmente yo veía como todas las personas que se acercaban a él se abrían cual plantas que despertasen de un sueño invernal, y no es que se hicieran mejores, sino que se hacían más ellos mismos”.
Y Junger sabía de la importancia del respeto por el ser humano, porque le tocó vivir los horrores del nazismo, que al igual como sucede con todas las ideologías totalitarias, las ideas siempre prevalecen sobre los derechos de las personas.
Enseñar a nuestros hijos el respeto y la valoración por las personas constituye un aprendizaje básico para una convivencia social armónica, en que los encuentros primen por sobre los desencuentros, para lograr asumir una actitud abierta frente a las diferencias, intentando comprender la lógica emocional que existe detrás de las acciones y los pensamientos de quienes están en una posición diferente a la nuestra.
Cada persona es un pequeño mundo que por muchas semejanzas y vínculos que tenga con nosotros, nos dará un espacio, nos enseñará a vivir más abierto a las necesidades de los otros. En un mundo que tiende a centrarse cada vez más en el yo, en que hay “mi celular”, “mi computador personal”, “mi IPod” y “mi I phone”. Tendríamos que tener cuidado sobre qué adultos serán nuestros niños de hoy, con tanto egocentrismo, sumado a la violencia y al resurgimiento de fanatismos religiosos y políticos. Todo ello podría ser una mezcla explosiva desde el punto de vista social, si no le ponemos atajo.
Sólo en la medida que sembremos en los niños y las niñas la capacidad de mirar bondadosa y amorosamente a cada persona lograremos una cultura en que la vida y el buen trato predominen sobre la violencia y la destrucción, como ha ocurrido en tantos momentos oscuros de la humanidad.