Por Neva Milicic, sicóloga.
Cada día hay más evidencia científica que revela que la capacidad de establecer relaciones sociales positivas y significativas tiene un efecto poderoso en la calidad de vida de las personas, sean estos niños, adolescentes o adultos.
Ésta es una de las áreas en que el aprendizaje por modelo es esencial. Los estudios del Dr. Karl Taylor y Sarah Brown, en la Universidad de Sheffield, en Gran Bretaña, encontraron que los padres con mayor participación social tienen un efecto positivo en el rendimiento académico de los hijos tanto en lectura como en matemáticas. A la inversa, los hijos de padres con bajo involucramiento social tienen menor rendimiento escolar.
Una de las explicaciones posible a estas diferencias dadas por los autores se relaciona con que la pertenencia a redes sociales más amplias da la posibilidad de conversar sobre el desarrollo de los hijos, lo que por supuesto supone ampliar la mirada sobre lo que se hace.
El estudio realizado por los autores sostiene que la diferencia de rendimiento de los niños, de padres con alto y bajo involucramiento social, no presenta diferencia por niveles socioeconómicos, lo que no debería sorprendernos. Si vemos las familias con mayor movilidad social en sectores de pobreza y que tienen hijos con más altos niveles educacionales, tienen habitualmente alta participación en actividades sociales, sean de pertenencia a iglesias de diferentes credos, o a participación en organizaciones políticas o deportivas.
En este sentido las iglesias protestantes son un buen modelo. Son espacios de encuentro no sólo de culto religioso sino que además muy abiertos a la participación comunitaria. Hay muchísimos conciertos, conferencias, exposiciones de pintura y talleres. Son un espacio de encuentro personal y cultural.
Ciertamente en estos espacios las familias aumentan su red personal, enriquecen su mundo conceptual y experiencial y en esa medida, pueden trasmitir a sus hijos códigos más amplios y menos restringidos, y conversaciones de temas relevantes. No se trata de abandonar a los hijos por una excesiva participación social, pero sí de lograr un equilibrio, y de transmitir estas experiencias sociales de manera positiva a los hijos.
Muchos adolescentes y adultos comentan con tristeza refiriéndose a sus conversaciones familiares, y cito un comentario textual y que resume la opinión de muchos: “Quiero mucho a mis padres, pero no sabría de qué conversar con ellos. Nunca tuvimos conversaciones personales ni tampoco de temas interesantes”.
Compartir con los hijos y las hijas las experiencias y conceptos que los padres van interiorizando en su trabajo y relaciones sociales es lograr de alguna manera que esos espacios sean compartidos. El niño asimismo tenderá, por la sintonía que se producen en las relaciones, a abrir las puertas del propio espacio y a contar sus experiencias, produciéndose así un aumento de la vinculación entre ambos, lo que sin duda tendrá su efecto en las otras relaciones sociales que el niño establezca.
Habría que tomarse en serio el estudio de los doctores Brown y Taylor, ya que trabajaron con 3.000 padres y evaluaron a los hijos de éstos desde el punto de vista del rendimiento académico varios años después, en un estudio longitudinal, encontrando lo que comentábamos al comienzo, que padres con alta participación social tiene hijos con mejor rendimiento escolar.
La tarea, desde el punto de vista personal y colectivo, es urgente. Para tener hijos con buenos rendimientos, no basta con exigir a los hijos que estudien, es necesario tener padres involucrados, participando en actividades sociales y con una involucración activa en el colegio de sus hijos.
Cada día hay más evidencia científica que revela que la capacidad de establecer relaciones sociales positivas y significativas tiene un efecto poderoso en la calidad de vida de las personas, sean estos niños, adolescentes o adultos.
Ésta es una de las áreas en que el aprendizaje por modelo es esencial. Los estudios del Dr. Karl Taylor y Sarah Brown, en la Universidad de Sheffield, en Gran Bretaña, encontraron que los padres con mayor participación social tienen un efecto positivo en el rendimiento académico de los hijos tanto en lectura como en matemáticas. A la inversa, los hijos de padres con bajo involucramiento social tienen menor rendimiento escolar.
Una de las explicaciones posible a estas diferencias dadas por los autores se relaciona con que la pertenencia a redes sociales más amplias da la posibilidad de conversar sobre el desarrollo de los hijos, lo que por supuesto supone ampliar la mirada sobre lo que se hace.
El estudio realizado por los autores sostiene que la diferencia de rendimiento de los niños, de padres con alto y bajo involucramiento social, no presenta diferencia por niveles socioeconómicos, lo que no debería sorprendernos. Si vemos las familias con mayor movilidad social en sectores de pobreza y que tienen hijos con más altos niveles educacionales, tienen habitualmente alta participación en actividades sociales, sean de pertenencia a iglesias de diferentes credos, o a participación en organizaciones políticas o deportivas.
En este sentido las iglesias protestantes son un buen modelo. Son espacios de encuentro no sólo de culto religioso sino que además muy abiertos a la participación comunitaria. Hay muchísimos conciertos, conferencias, exposiciones de pintura y talleres. Son un espacio de encuentro personal y cultural.
Ciertamente en estos espacios las familias aumentan su red personal, enriquecen su mundo conceptual y experiencial y en esa medida, pueden trasmitir a sus hijos códigos más amplios y menos restringidos, y conversaciones de temas relevantes. No se trata de abandonar a los hijos por una excesiva participación social, pero sí de lograr un equilibrio, y de transmitir estas experiencias sociales de manera positiva a los hijos.
Muchos adolescentes y adultos comentan con tristeza refiriéndose a sus conversaciones familiares, y cito un comentario textual y que resume la opinión de muchos: “Quiero mucho a mis padres, pero no sabría de qué conversar con ellos. Nunca tuvimos conversaciones personales ni tampoco de temas interesantes”.
Compartir con los hijos y las hijas las experiencias y conceptos que los padres van interiorizando en su trabajo y relaciones sociales es lograr de alguna manera que esos espacios sean compartidos. El niño asimismo tenderá, por la sintonía que se producen en las relaciones, a abrir las puertas del propio espacio y a contar sus experiencias, produciéndose así un aumento de la vinculación entre ambos, lo que sin duda tendrá su efecto en las otras relaciones sociales que el niño establezca.
Habría que tomarse en serio el estudio de los doctores Brown y Taylor, ya que trabajaron con 3.000 padres y evaluaron a los hijos de éstos desde el punto de vista del rendimiento académico varios años después, en un estudio longitudinal, encontrando lo que comentábamos al comienzo, que padres con alta participación social tiene hijos con mejor rendimiento escolar.
La tarea, desde el punto de vista personal y colectivo, es urgente. Para tener hijos con buenos rendimientos, no basta con exigir a los hijos que estudien, es necesario tener padres involucrados, participando en actividades sociales y con una involucración activa en el colegio de sus hijos.