En su mensaje de Navidad "Urbi et Orbi", Benedicto XVI presentó al mundo la auténtica solidaridad que trajo el Niño Jesús, pues de lo contrario el mismo futuro de la humanidad quedará en peligro.
Por Iglesia de Santiago.
"Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina", afirmó hablando desde el balcón de la basílica vaticana, antes de felicitar al mundo en 64 idiomas y de impartir la bendición "urbi et orbi" (a la ciudad de Roma y al mundo).
Escuchaban al Papa decenas de miles de peregrinos que llenaban la plaza de San Pedro en un mediodía más bien nublado. Cientos de millones de personas desde todos los continentes siguieron el acontecimiento por televisión, radio o Internet.
Su mensaje se convirtió en una meditación sobre el misterio de la Navidad, a la luz de los dramáticos acontecimientos de la actualidad.
Pidió que brille la luz de Navidad "y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad" en los lugares más desesperados del planeta.
En particular, dijo, "donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común".
Pidió llevar la luz de la Navidad allí "donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia".
Presentó el mensaje de la Navidad allí "donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las naciones del bienestar".
El Papa imploró que "la luz divina de Belén se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos".
Que el mensaje de Navidad, siguió deseando, "se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente".
"Que haga fructificar los esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia --añadió--, y prefieren en cambio el camino del diálogo y la negociación para resolver las tensiones internas de cada país y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que afectan a la región".
Su mirada se detuvo de manera particular en el ensangrentando continente africano.
En particular, se hizo portavoz del anhelo de los habitantes de Zimbabue, "atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente sigue agravándose".
Recordó también a "los hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz".
La Luz del Niño Dios que trae en Navidad, dijo, "la esperan sobre todo los niños de estos y de todos los países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir".
Por Iglesia de Santiago.
"Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina", afirmó hablando desde el balcón de la basílica vaticana, antes de felicitar al mundo en 64 idiomas y de impartir la bendición "urbi et orbi" (a la ciudad de Roma y al mundo).
Escuchaban al Papa decenas de miles de peregrinos que llenaban la plaza de San Pedro en un mediodía más bien nublado. Cientos de millones de personas desde todos los continentes siguieron el acontecimiento por televisión, radio o Internet.
Su mensaje se convirtió en una meditación sobre el misterio de la Navidad, a la luz de los dramáticos acontecimientos de la actualidad.
Pidió que brille la luz de Navidad "y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad" en los lugares más desesperados del planeta.
En particular, dijo, "donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común".
Pidió llevar la luz de la Navidad allí "donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia".
Presentó el mensaje de la Navidad allí "donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las naciones del bienestar".
El Papa imploró que "la luz divina de Belén se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos".
Que el mensaje de Navidad, siguió deseando, "se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente".
"Que haga fructificar los esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia --añadió--, y prefieren en cambio el camino del diálogo y la negociación para resolver las tensiones internas de cada país y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que afectan a la región".
Su mirada se detuvo de manera particular en el ensangrentando continente africano.
En particular, se hizo portavoz del anhelo de los habitantes de Zimbabue, "atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente sigue agravándose".
Recordó también a "los hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz".
La Luz del Niño Dios que trae en Navidad, dijo, "la esperan sobre todo los niños de estos y de todos los países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir".