Por Neva Milicic, sicóloga.
La semana pasada nos habíamos referido a la utilidad de entregar retroalimentación positiva para favorecer que el niño o la niña tengan un buen autoconcepto. Los efectos del reconocimiento, de lo que el niño hace bien, es muy poderoso para la programación personal. Es decir, es necesario expresar con fuerza a través de gestos, palabras y acciones, aquello que se encuentra positivo en lo que el niño hace o es. Esto constituye la esencia de una parentalidad nutritiva.
Hay países en que uno de los objetivos educacionales más importantes es enseñar a los niños a tener una mirada positiva hacia la realidad y hacia sí mismo.
El opuesto a la retroalimentación positiva es la retroalimentación negativa. Si ella es usada con frecuencia y con intensidad alta, como suele ocurrir, sus efectos son devastadores para la construcción de la imagen personal y la autoestima de los niños. También hay efectos muy dañinos para la relación interpersonal con la persona que critica.
Un exceso de crítica acerca de lo que hace, dice o es un niño constituye una forma de maltrato, que humilla al niño y lo hace tener sentimientos de inferioridad que pueden acompañarlo incluso en la vida adulta. La mayoría de las veces que los adultos critican, no lo hacen con una intención de dañar al niño, sino que de “educarlos”. Quizás porque de alguna manera no se percibe cuán acostumbrados estamos a la cultura del No.
“No haga eso”, “No deje los libros botados”, “No sea apurón”, “No pelee tanto”.
Es más productivo y facilita el aprendizaje de los niños, transmitir ese mismo mensaje en positivo. Es decir, transformar la retroalimentación negativa en una guía positiva. En los ejemplos anteriores, es mejor decir, guarde los libros, vaya más lento, cuide a los amigos.
Las críticas —por bien intencionadas que sean— dañan la imagen personal y de alguna manera arruinan el día de un niño, además de ingresar en su imagen personal datos negativos acerca de sí mismos. Si usted se pone en los zapatos de los niños por un momento, eso le permitirá entender que una retroalimentación negativa puede herir su sensibilidad.
Aquellas personas que acostumbran a andar “diciendo verdades” —es decir, se sobrefocalizan en lo negativo e invisibilizan lo positivo— resultan muy tóxicas para la relación y muy dañina para el autoconcepto de las personas que viven con ella. Especialmente los hijos resultan muy dañados, ya que sus padres son las personas más significativas y los mensajes que les entregan, tiene un alto valor de programación personal. Si una mamá le dice a un niño cuando se equivoca que es un inútil, terminará convenciéndole que en realidad lo es. Si, por el contrario, le baja el perfil y lo ayuda a empezar de nuevo, el error será una oportunidad de aprender.
Haga una lista de los mensajes negativos que suele decir a sus hijos y transfórmelos en guías positivas de comportamiento.
Por ejemplo: “El hasta cuándo llegas tarde” transfórmelo en “Hagamos un trato para que puedas llegar puntual”. Los mensajes en positivo son más efectivos y no comprometen la relación.
Quién entrega guías positivas, le enseña a sus hijos por modelo a ser positivo y a no sembrar mensajes ácidos. Recuerde que educar es enseñar y no corregir. Si necesita imperiosamente dar alguna retroalimentación negativa, tenga la precaución de hacerlo cuando esté en buenas condiciones emocionales y elija con cuidado las palabras apropiadas. Así evitará los efectos negativos de una comunicación destructiva.
La semana pasada nos habíamos referido a la utilidad de entregar retroalimentación positiva para favorecer que el niño o la niña tengan un buen autoconcepto. Los efectos del reconocimiento, de lo que el niño hace bien, es muy poderoso para la programación personal. Es decir, es necesario expresar con fuerza a través de gestos, palabras y acciones, aquello que se encuentra positivo en lo que el niño hace o es. Esto constituye la esencia de una parentalidad nutritiva.
Hay países en que uno de los objetivos educacionales más importantes es enseñar a los niños a tener una mirada positiva hacia la realidad y hacia sí mismo.
El opuesto a la retroalimentación positiva es la retroalimentación negativa. Si ella es usada con frecuencia y con intensidad alta, como suele ocurrir, sus efectos son devastadores para la construcción de la imagen personal y la autoestima de los niños. También hay efectos muy dañinos para la relación interpersonal con la persona que critica.
Un exceso de crítica acerca de lo que hace, dice o es un niño constituye una forma de maltrato, que humilla al niño y lo hace tener sentimientos de inferioridad que pueden acompañarlo incluso en la vida adulta. La mayoría de las veces que los adultos critican, no lo hacen con una intención de dañar al niño, sino que de “educarlos”. Quizás porque de alguna manera no se percibe cuán acostumbrados estamos a la cultura del No.
“No haga eso”, “No deje los libros botados”, “No sea apurón”, “No pelee tanto”.
Es más productivo y facilita el aprendizaje de los niños, transmitir ese mismo mensaje en positivo. Es decir, transformar la retroalimentación negativa en una guía positiva. En los ejemplos anteriores, es mejor decir, guarde los libros, vaya más lento, cuide a los amigos.
Las críticas —por bien intencionadas que sean— dañan la imagen personal y de alguna manera arruinan el día de un niño, además de ingresar en su imagen personal datos negativos acerca de sí mismos. Si usted se pone en los zapatos de los niños por un momento, eso le permitirá entender que una retroalimentación negativa puede herir su sensibilidad.
Aquellas personas que acostumbran a andar “diciendo verdades” —es decir, se sobrefocalizan en lo negativo e invisibilizan lo positivo— resultan muy tóxicas para la relación y muy dañina para el autoconcepto de las personas que viven con ella. Especialmente los hijos resultan muy dañados, ya que sus padres son las personas más significativas y los mensajes que les entregan, tiene un alto valor de programación personal. Si una mamá le dice a un niño cuando se equivoca que es un inútil, terminará convenciéndole que en realidad lo es. Si, por el contrario, le baja el perfil y lo ayuda a empezar de nuevo, el error será una oportunidad de aprender.
Haga una lista de los mensajes negativos que suele decir a sus hijos y transfórmelos en guías positivas de comportamiento.
Por ejemplo: “El hasta cuándo llegas tarde” transfórmelo en “Hagamos un trato para que puedas llegar puntual”. Los mensajes en positivo son más efectivos y no comprometen la relación.
Quién entrega guías positivas, le enseña a sus hijos por modelo a ser positivo y a no sembrar mensajes ácidos. Recuerde que educar es enseñar y no corregir. Si necesita imperiosamente dar alguna retroalimentación negativa, tenga la precaución de hacerlo cuando esté en buenas condiciones emocionales y elija con cuidado las palabras apropiadas. Así evitará los efectos negativos de una comunicación destructiva.