Por Neva Milicic, sicóloga.
En una época en que los trastornos de ansiedad son un tema recurrente, saber que un 10% de la población sufre trastornos ansiosos en alguna etapa de su vida, hace necesario preguntarse por qué se está viviendo bajo niveles tan altos de ansiedad y cómo hacer para disminuirlos.
Con frecuencia, los niños y los adolescentes se sienten indefensos y de alguna manera incompetentes para defenderse de un mundo peligroso, competitivo y exigente. Esta sensación de incompetencia es a veces reforzada por la familia.
Muchas veces, sin quererlo, y con “fines erróneamente educativos” se siembra ansiedad en los niños. Las amenazas por ejemplo, son un poderoso factor que estresa a los niños. “Si continúas así, vas a repetir”, “Vas a ver cuando llegue tu papá”, “Por ese camino vas derecho al fracaso”. Estos y otros mensajes resultan verdaderamente aterrorizadores para los niños y los adolescentes. Muchas veces ellos incorporan estas amenazas en sus sueños y por lo tanto su dormir no es reparador, sino que intranquilo.
En este contexto, el estar en contacto con personas que inspiran tranquilidad y protección, es para el niño o la niña un bálsamo, que en un mundo inseguro les entrega tranquilidad.
Saber que cuentan con la presencia de padres amorosos que van a cuidar de ellos constituye un escudo protector frente a un mundo que es percibido muchas veces por ellos como un lugar peligroso.
Contribuyen a esta inseguridad las noticias, que inundan la mente de los niños con asesinatos, accidentes y terremotos, que evidentemente existen, pero que constituyen una porción de la realidad. En tanto, la parte positiva de la realidad aparece invisibilizada, como por ejemplo, el afecto de los que quieren y se preocupan de los niños, el espectáculo que cada día nos regala la naturaleza al salir el sol, o la belleza de una noche estrellada.
Centrarse en lo positivo es un antídoto para la ansiedad, porque acostumbra al niño o al adolescente a focalizarse en los aspectos positivos de su entorno, y en sus fortalezas.
A veces, el poner expectativas demasiado altas, que el niño no se siente capaz de cumplir también, lo condena a vivir con trastornos de ansiedad.
Una mujer brillante contaba que en su familia casi todos eran abogados y que ella era más bien una niña tímida y con gran talento para las matemáticas, pero que le costaba hablar. Sin embargo, ella no se atrevió a defraudar las expectativas familiares y siguió el mandato familiar de estudiar derecho. Le fue bien, pero cada vez que tenía que alegar en un juicio tenía ataques de ansiedad. Parece un costo muy alto vivir con altos niveles de ansiedad para cumplir las demandas familiares. El respetar los talentos de los hijos y no abrumarlos con exigencias que signifiquen una presión excesiva es un factor para disminuir el estrés.
Sin duda cuesta cambiar el switch de la presión, por la invitación a hacer las cosas mejores y a tener espacios libres de tensión. No quiere decir que a veces no haya que apurarse y hacer algo bajo un cierto nivel de presión, pero es pésimo para la salud vivir bajo alto nivel de ansiedad.
Se ha distinguido el estrés —que es un margen de tensión, que siempre implica una tarea nueva—del distrés, en que la ansiedad viene porque las exigencias sobrepasan los recursos con que se cuenta para enfrentarlas.
Una buena descripción de la mezcla que es necesario tener, para favorecer el aprendizaje, la entrega una de las protagonistas de la novela “Aires difíciles”, de Almudena Grandes, en el párrafo que se transcribe a continuación. “Había observado la cuidadosa mezcla de disciplina e indulgencia con que Juan le trataba, exigiéndole con firmeza si era necesario, que hiciera las cosas que sabía hacer, mientras le perdonaba al mismo tiempo y sin esfuerzo los errores que pudiera cometer al emprender tareas que estaban por encima de sus capacidades”.
Recuerde que es importante infundir tranquilidad y confianza en las propias capacidades para favorecer el aprendizaje. Someter a los niños a presiones excesivas podría conducirlos a niveles de ansiedad crónica que resultan una mochila muy pesada de llevar en cualquier fase del ciclo de vida.
En una época en que los trastornos de ansiedad son un tema recurrente, saber que un 10% de la población sufre trastornos ansiosos en alguna etapa de su vida, hace necesario preguntarse por qué se está viviendo bajo niveles tan altos de ansiedad y cómo hacer para disminuirlos.
Con frecuencia, los niños y los adolescentes se sienten indefensos y de alguna manera incompetentes para defenderse de un mundo peligroso, competitivo y exigente. Esta sensación de incompetencia es a veces reforzada por la familia.
Muchas veces, sin quererlo, y con “fines erróneamente educativos” se siembra ansiedad en los niños. Las amenazas por ejemplo, son un poderoso factor que estresa a los niños. “Si continúas así, vas a repetir”, “Vas a ver cuando llegue tu papá”, “Por ese camino vas derecho al fracaso”. Estos y otros mensajes resultan verdaderamente aterrorizadores para los niños y los adolescentes. Muchas veces ellos incorporan estas amenazas en sus sueños y por lo tanto su dormir no es reparador, sino que intranquilo.
En este contexto, el estar en contacto con personas que inspiran tranquilidad y protección, es para el niño o la niña un bálsamo, que en un mundo inseguro les entrega tranquilidad.
Saber que cuentan con la presencia de padres amorosos que van a cuidar de ellos constituye un escudo protector frente a un mundo que es percibido muchas veces por ellos como un lugar peligroso.
Contribuyen a esta inseguridad las noticias, que inundan la mente de los niños con asesinatos, accidentes y terremotos, que evidentemente existen, pero que constituyen una porción de la realidad. En tanto, la parte positiva de la realidad aparece invisibilizada, como por ejemplo, el afecto de los que quieren y se preocupan de los niños, el espectáculo que cada día nos regala la naturaleza al salir el sol, o la belleza de una noche estrellada.
Centrarse en lo positivo es un antídoto para la ansiedad, porque acostumbra al niño o al adolescente a focalizarse en los aspectos positivos de su entorno, y en sus fortalezas.
A veces, el poner expectativas demasiado altas, que el niño no se siente capaz de cumplir también, lo condena a vivir con trastornos de ansiedad.
Una mujer brillante contaba que en su familia casi todos eran abogados y que ella era más bien una niña tímida y con gran talento para las matemáticas, pero que le costaba hablar. Sin embargo, ella no se atrevió a defraudar las expectativas familiares y siguió el mandato familiar de estudiar derecho. Le fue bien, pero cada vez que tenía que alegar en un juicio tenía ataques de ansiedad. Parece un costo muy alto vivir con altos niveles de ansiedad para cumplir las demandas familiares. El respetar los talentos de los hijos y no abrumarlos con exigencias que signifiquen una presión excesiva es un factor para disminuir el estrés.
Sin duda cuesta cambiar el switch de la presión, por la invitación a hacer las cosas mejores y a tener espacios libres de tensión. No quiere decir que a veces no haya que apurarse y hacer algo bajo un cierto nivel de presión, pero es pésimo para la salud vivir bajo alto nivel de ansiedad.
Se ha distinguido el estrés —que es un margen de tensión, que siempre implica una tarea nueva—del distrés, en que la ansiedad viene porque las exigencias sobrepasan los recursos con que se cuenta para enfrentarlas.
Una buena descripción de la mezcla que es necesario tener, para favorecer el aprendizaje, la entrega una de las protagonistas de la novela “Aires difíciles”, de Almudena Grandes, en el párrafo que se transcribe a continuación. “Había observado la cuidadosa mezcla de disciplina e indulgencia con que Juan le trataba, exigiéndole con firmeza si era necesario, que hiciera las cosas que sabía hacer, mientras le perdonaba al mismo tiempo y sin esfuerzo los errores que pudiera cometer al emprender tareas que estaban por encima de sus capacidades”.
Recuerde que es importante infundir tranquilidad y confianza en las propias capacidades para favorecer el aprendizaje. Someter a los niños a presiones excesivas podría conducirlos a niveles de ansiedad crónica que resultan una mochila muy pesada de llevar en cualquier fase del ciclo de vida.