Por Neva Milicic, sicóloga.
En el libro “Desaprender la violencia”, un nuevo desafío educativo del profesor argentino, Alejandro Castro, se entregan algunas cifras, en un acápite, que da el nombre a esta columna.
El autor plantea que la violencia debería ser un problema prioritario en la salud pública, ya que, en nuestro continente, cada año alrededor de 300.000 personas mueren, por homicidios, suicidios y accidentes de tráfico.
Esto sin referirse a la violencia doméstica, al acoso escolar, y a todas esas situaciones en que “un ser humano actúa sobre otro o sobre otros de manera que causa sufrimiento o muerte”.
Por su parte la Organización Mundial de la Salud planteó en el año 2002 que cada año 1.6 millones de personas, mueren en forma violenta.
La violencia según esta organización sería la responsable del 14% de las defunciones de la población masculina y del 7% de la población femenina.
El programa de las Naciones Unidas para el desarrollo planteó en 1999, es decir a las puertas de este milenio, que la violencia sería el problema más importante en el siglo XXI.
El mensaje de Alejandro Castro es claro: la violencia es aprendida y la tarea de la familia y de la escuela es que el niño desaprenda la violencia y para ello hay que evitar exponerlo a situaciones que aumenten la violencia.
Aunque comparados con los animales, planteaba San Martín un psicólogo social, estamos mal dotados para matar por qué no tenemos garras, ni colmillos, sin embargo somos “los matadores” por excelencia, porque creamos las armas —que son una creación humana— producto de una cultura agresiva.
En realidad pienso que la naturaleza humana fue programada para cuidar, pero algo se torció en el camino que le enseñamos a los niños a agredir.
Cada vez que regalamos a un niño un arma de juguete, que es una réplica de la violencia adulta, estamos legitimando una herramienta para matar.
Así vestimos a la violencia de un disfraz atractivo. Les estamos sugiriendo que es un juego, y en forma no consciente estamos induciendo al niño a jugar a matar.
Cuando permitimos que nuestros hijos vean muchas horas de televisión con contenidos violentos, vamos incrementando en ellos su potencial agresivo, así como su temor a ser víctima de la violencia, entrando en un círculo agresivo.
Un problema más grave surge cuando en el interior de la familia se usa la violencia como forma de resolver los conflictos. Se sabe que si un niño es expuesto a mucha violencia es altamente posible que se transforme en alguien violento.
Es por ello que el castigo físico y el maltrato ha sido un tema, en el cual los psicólogos infantiles han invertido su mejor energía para intentar su disminución.
No se trata de tener una visión idealista y de negar los conflictos que existen. Pero hay dos tipos de formas de resolver los conflictos. Los que se resuelven a través de la destrucción y los constructivos, que se resuelven a través de una relación en que hay diálogo.
En ésta última forma, los que están involucrados logran avanzar a nuevas formas de ver la realidad y lograr comprender que hay diversas maneras de mirar un problema. En la forma constructiva hay una apertura a la perspectiva del otro.
Se trata de que los vínculos existentes, nos permitan solucionar los problemas, de manera que no se ponga en peligro al otro, ni en su integridad física ni psicológica.
Entender que cuando se daña a otro, a la larga o a la corta, el más dañado es el que ejerce la violencia.
La forma en que usted soluciona los conflictos que tenga en el mundo externo y en la relación con sus hijos, constituirá el mapa que el niño o la niña aprenderá para enfrentar las situaciones de violencia.
Ojalá puedan desaprender los modelos violentos a los que están sobreexpuestos y reemplazarlos por modos pacíficos de resolución de conflictos.
En el libro “Desaprender la violencia”, un nuevo desafío educativo del profesor argentino, Alejandro Castro, se entregan algunas cifras, en un acápite, que da el nombre a esta columna.
El autor plantea que la violencia debería ser un problema prioritario en la salud pública, ya que, en nuestro continente, cada año alrededor de 300.000 personas mueren, por homicidios, suicidios y accidentes de tráfico.
Esto sin referirse a la violencia doméstica, al acoso escolar, y a todas esas situaciones en que “un ser humano actúa sobre otro o sobre otros de manera que causa sufrimiento o muerte”.
Por su parte la Organización Mundial de la Salud planteó en el año 2002 que cada año 1.6 millones de personas, mueren en forma violenta.
La violencia según esta organización sería la responsable del 14% de las defunciones de la población masculina y del 7% de la población femenina.
El programa de las Naciones Unidas para el desarrollo planteó en 1999, es decir a las puertas de este milenio, que la violencia sería el problema más importante en el siglo XXI.
El mensaje de Alejandro Castro es claro: la violencia es aprendida y la tarea de la familia y de la escuela es que el niño desaprenda la violencia y para ello hay que evitar exponerlo a situaciones que aumenten la violencia.
Aunque comparados con los animales, planteaba San Martín un psicólogo social, estamos mal dotados para matar por qué no tenemos garras, ni colmillos, sin embargo somos “los matadores” por excelencia, porque creamos las armas —que son una creación humana— producto de una cultura agresiva.
En realidad pienso que la naturaleza humana fue programada para cuidar, pero algo se torció en el camino que le enseñamos a los niños a agredir.
Cada vez que regalamos a un niño un arma de juguete, que es una réplica de la violencia adulta, estamos legitimando una herramienta para matar.
Así vestimos a la violencia de un disfraz atractivo. Les estamos sugiriendo que es un juego, y en forma no consciente estamos induciendo al niño a jugar a matar.
Cuando permitimos que nuestros hijos vean muchas horas de televisión con contenidos violentos, vamos incrementando en ellos su potencial agresivo, así como su temor a ser víctima de la violencia, entrando en un círculo agresivo.
Un problema más grave surge cuando en el interior de la familia se usa la violencia como forma de resolver los conflictos. Se sabe que si un niño es expuesto a mucha violencia es altamente posible que se transforme en alguien violento.
Es por ello que el castigo físico y el maltrato ha sido un tema, en el cual los psicólogos infantiles han invertido su mejor energía para intentar su disminución.
No se trata de tener una visión idealista y de negar los conflictos que existen. Pero hay dos tipos de formas de resolver los conflictos. Los que se resuelven a través de la destrucción y los constructivos, que se resuelven a través de una relación en que hay diálogo.
En ésta última forma, los que están involucrados logran avanzar a nuevas formas de ver la realidad y lograr comprender que hay diversas maneras de mirar un problema. En la forma constructiva hay una apertura a la perspectiva del otro.
Se trata de que los vínculos existentes, nos permitan solucionar los problemas, de manera que no se ponga en peligro al otro, ni en su integridad física ni psicológica.
Entender que cuando se daña a otro, a la larga o a la corta, el más dañado es el que ejerce la violencia.
La forma en que usted soluciona los conflictos que tenga en el mundo externo y en la relación con sus hijos, constituirá el mapa que el niño o la niña aprenderá para enfrentar las situaciones de violencia.
Ojalá puedan desaprender los modelos violentos a los que están sobreexpuestos y reemplazarlos por modos pacíficos de resolución de conflictos.