Por Neva Milicic, sicóloga.
La sensación de hacer bien algo produce una enorme satisfacción personal; el niño que logra realizar lo que se ha propuesto se siente exitoso. La percepción de tener éxito genera en él un sentimiento de competencia que lo estimula a continuar trabajando en aquello que ha logrado hacer.
Violet Oaklander en su libro sobre terapia infantil “El tesoro escondido”, plantea como uno de los pilares de la seguridad personal la sensación de dominio o maestría. Cuando un niño logra aprender a hacer algo nuevo, ha puesto un gran esfuerzo y como sabe que ha podido lograrlo, usa toda su capacidad de concentración en continuar aprendiendo.
Al lograr aprender a hacer algo nuevo, el niño experimenta una maravillosa sensación de dominio que lo impulsa a buscar nuevas experiencias en esa área.
Por el contrario, cuando las experiencias educativas a las que se expone, son muy difíciles para su estado de desarrollo, el efecto para el aprendizaje es contraproducente; las experiencias de fracaso lo conducen al desánimo, y a evitar intentarlo nuevamente.
Experiencias reiteradas de esta naturaleza generan en el niño/a sentimientos de incapacidad y van desarrollando un sentimiento de frustración, que lo desincentiva a experimentar, pero lo más peligroso es que el fracaso frecuentemente debilita el sentido de sí mismo.
Lograr que los niños tengan un fuerte sentido de sí mismos es uno de los objetivos educativos de mayor importancia en la familia. Un fuerte sentido de sí mismo se acompaña de un sentimiento positivo del yo que favorece la realización de acciones y el establecimiento de contacto consigo mismo, con los otros y con la realidad.
Carmencita había sido educada en un hogar de menores, después del abandono de sus padres biológicos. A sus cinco años, cuando fue adoptada, era una niñita con un grave retraso del lenguaje, aislada socialmente y bastante huraña.
El único contacto que su madre adoptiva lograba tener con ella era a través del juego y casi sin palabras de respuesta de la niña a las verbalizaciones de su mamá.
Una noche, los padres sintieron unos ruidos en la habitación vecina y al levantarse se encontraron a Carmencita, que jugaba sola con sus muñecas y unas tacitas.
Ella les hablaba a las muñecas, utilizando expresiones verbales cariñosas, muy semejantes a los que su madre adoptiva usaba con ella. A veces intercalaba otras frases que eran muy descalificatorios como:
“Niña tonta, otra vez te hiciste pipi”; “Quédate callada y no hagas ruido”.
Los padres con gran sabiduría la dejaron jugar sin interrumpirla. Pero al otro día le mamá le propuso: sigamos jugando a lo que jugabas anoche y fue intercalando frases fortalecedoras hacia las muñecas como “ya has aprendido a hablar muy bien”, “hoy parece que estas contenta” y expresiones amorosas, “tú sabes cómo te quiero, eres mi niña regalona”.
Carmencita acostumbrada a ser castigada cuando no lograba lo que le solicitaban, prefería no exponerse a hablar por temor a que la restaran.
En la medida que sin presiones y a través del juego, y de la exposición a situaciones en que claramente podía tener éxito fue disminuyendo su actitud rabiosa, liberando los bloqueos que tenía con sus padres en su desarrollo y generando vínculos amorosos y confiados.
Estos vínculos y los éxitos obtenidos reforzaron su capacidad de aprobar nuevas posibilidades de aprender.
Hay que recordar que los niños para querer seguir aprendiendo necesitan tener la oportunidad de hacerlo bien y ser reconocidos por sus logros.
La sensación de hacer bien algo produce una enorme satisfacción personal; el niño que logra realizar lo que se ha propuesto se siente exitoso. La percepción de tener éxito genera en él un sentimiento de competencia que lo estimula a continuar trabajando en aquello que ha logrado hacer.
Violet Oaklander en su libro sobre terapia infantil “El tesoro escondido”, plantea como uno de los pilares de la seguridad personal la sensación de dominio o maestría. Cuando un niño logra aprender a hacer algo nuevo, ha puesto un gran esfuerzo y como sabe que ha podido lograrlo, usa toda su capacidad de concentración en continuar aprendiendo.
Al lograr aprender a hacer algo nuevo, el niño experimenta una maravillosa sensación de dominio que lo impulsa a buscar nuevas experiencias en esa área.
Por el contrario, cuando las experiencias educativas a las que se expone, son muy difíciles para su estado de desarrollo, el efecto para el aprendizaje es contraproducente; las experiencias de fracaso lo conducen al desánimo, y a evitar intentarlo nuevamente.
Experiencias reiteradas de esta naturaleza generan en el niño/a sentimientos de incapacidad y van desarrollando un sentimiento de frustración, que lo desincentiva a experimentar, pero lo más peligroso es que el fracaso frecuentemente debilita el sentido de sí mismo.
Lograr que los niños tengan un fuerte sentido de sí mismos es uno de los objetivos educativos de mayor importancia en la familia. Un fuerte sentido de sí mismo se acompaña de un sentimiento positivo del yo que favorece la realización de acciones y el establecimiento de contacto consigo mismo, con los otros y con la realidad.
Carmencita había sido educada en un hogar de menores, después del abandono de sus padres biológicos. A sus cinco años, cuando fue adoptada, era una niñita con un grave retraso del lenguaje, aislada socialmente y bastante huraña.
El único contacto que su madre adoptiva lograba tener con ella era a través del juego y casi sin palabras de respuesta de la niña a las verbalizaciones de su mamá.
Una noche, los padres sintieron unos ruidos en la habitación vecina y al levantarse se encontraron a Carmencita, que jugaba sola con sus muñecas y unas tacitas.
Ella les hablaba a las muñecas, utilizando expresiones verbales cariñosas, muy semejantes a los que su madre adoptiva usaba con ella. A veces intercalaba otras frases que eran muy descalificatorios como:
“Niña tonta, otra vez te hiciste pipi”; “Quédate callada y no hagas ruido”.
Los padres con gran sabiduría la dejaron jugar sin interrumpirla. Pero al otro día le mamá le propuso: sigamos jugando a lo que jugabas anoche y fue intercalando frases fortalecedoras hacia las muñecas como “ya has aprendido a hablar muy bien”, “hoy parece que estas contenta” y expresiones amorosas, “tú sabes cómo te quiero, eres mi niña regalona”.
Carmencita acostumbrada a ser castigada cuando no lograba lo que le solicitaban, prefería no exponerse a hablar por temor a que la restaran.
En la medida que sin presiones y a través del juego, y de la exposición a situaciones en que claramente podía tener éxito fue disminuyendo su actitud rabiosa, liberando los bloqueos que tenía con sus padres en su desarrollo y generando vínculos amorosos y confiados.
Estos vínculos y los éxitos obtenidos reforzaron su capacidad de aprobar nuevas posibilidades de aprender.
Hay que recordar que los niños para querer seguir aprendiendo necesitan tener la oportunidad de hacerlo bien y ser reconocidos por sus logros.