Por Neva Milicic, sicóloga.
Para cualquier padre es sumamente doloroso plantearse la sola idea que su hijo pueda ser un niño violento y que pueda estar teniendo conductas agresivas y de acoso hacia sus compañeros.
Es más frecuente que pidan ayuda los padres de los niños que son víctimas de actos crueles de sus compañeros, que las familias de los niños que ejercen la violencia. Es un hecho que no deja de ser preocupante.
Un niño que agrede necesita tanto o más ayuda que un niño que es hostigado, porque su pronóstico es más complejo y su tendencia a hacer sufrir a los demás puede derivar en problemas mayores en el futuro si no se para a tiempo.
Cuando la angustia es muy fuerte, ante los problemas de los hijos, muchas personas tienden a negar el problema y no quieren aceptarlo aduciendo, por ejemplo, que todos los niños son peleadores.
Lo único que se obtiene con esta actitud minimizadora de las dificultades es que el problema se haga mayor. El niño o la niña agresivo concluye que es fácil engañar a sus padres y que sus conductas quedarán impunes.
Aunque sea doloroso, si hay quejas reiteradas acerca del comportamiento de un niño, hay que abrirse a la idea de que puede estar en problema, y que es urgente ayudarlo a poner bajo control sus conductas violentas.
Algunas señales que deben alertar a los padres sobre una conducta violenta en sus hijos son:
-Tendencia a presentar conductas impulsivas perdiendo el control con frecuencia.
-Dificultad para que el niño se adecue a normas de disciplina familiares.
-Quejas y anotaciones reiteradas en la libreta de comunicaciones.
-Bromas antipáticas que dañan a compañeros y personas de la familia.
-Falta de freno en conductas agresivas ante el sufrimiento expresado por los otros.
-Rabia inmoderada frente a problemas triviales. Habitualmente se lo describe como alguien a quien ciega la rabia.
-Los hermanos o amigos se asustan ante su descontrol, por lo que se dejan abusar.
La preocupación por estos niños es que en el largo plazo tienden a quedarse muy solos, porque a nadie le gusta convivir con personas agresivas y se transforman en personas poco queribles.
El riesgo mayor es que al sentirse excluidos del conjunto de las buenas personas, se asocien con otros niños con alto potencial agresivo, constituyendo pandillas de niños abusadores.
Negarse a aceptar los signos de violencia en un niño es postergar la búsqueda de soluciones y, por lo tanto, dejar que se vaya desarrollando sin límites el potencial agresivo.
No se trata de estigmatizarlos; son niños que necesitan atención. Pero sí es necesario estar alerta cuando tienen conductas que pueden ser maltratadoras para sus hermanos o para sus iguales.
Algunos tipos de maltrato son: el maltrato físico que ocurre cuando el niño agrede físicamente en forma directa a otros, o bien, les rompe los juguetes o los materiales escolares.
El maltrato verbal ocurre cuando el niño se burla, pone sobrenombres, hace bromas pesadas o inventa calumnias.
También es un signo de maltrato la exclusión en forma sistemática de los juegos de amigos o compañeros, ya sea ignorándolos o excluyéndolos en forma explícita.
Estar atento a estas formas de agredir a otros, que en muchas ocasiones son conductas aprendidas, puede ayudarnos a buscar formas para que el niño mejore la convivencia social. Una mejoría que a quien más beneficia es al propio niño.
Y recuerde que responder a la violencia del niño con violencia sólo logrará perpetuar el círculo del matrato. Pida ayuda.
Para cualquier padre es sumamente doloroso plantearse la sola idea que su hijo pueda ser un niño violento y que pueda estar teniendo conductas agresivas y de acoso hacia sus compañeros.
Es más frecuente que pidan ayuda los padres de los niños que son víctimas de actos crueles de sus compañeros, que las familias de los niños que ejercen la violencia. Es un hecho que no deja de ser preocupante.
Un niño que agrede necesita tanto o más ayuda que un niño que es hostigado, porque su pronóstico es más complejo y su tendencia a hacer sufrir a los demás puede derivar en problemas mayores en el futuro si no se para a tiempo.
Cuando la angustia es muy fuerte, ante los problemas de los hijos, muchas personas tienden a negar el problema y no quieren aceptarlo aduciendo, por ejemplo, que todos los niños son peleadores.
Lo único que se obtiene con esta actitud minimizadora de las dificultades es que el problema se haga mayor. El niño o la niña agresivo concluye que es fácil engañar a sus padres y que sus conductas quedarán impunes.
Aunque sea doloroso, si hay quejas reiteradas acerca del comportamiento de un niño, hay que abrirse a la idea de que puede estar en problema, y que es urgente ayudarlo a poner bajo control sus conductas violentas.
Algunas señales que deben alertar a los padres sobre una conducta violenta en sus hijos son:
-Tendencia a presentar conductas impulsivas perdiendo el control con frecuencia.
-Dificultad para que el niño se adecue a normas de disciplina familiares.
-Quejas y anotaciones reiteradas en la libreta de comunicaciones.
-Bromas antipáticas que dañan a compañeros y personas de la familia.
-Falta de freno en conductas agresivas ante el sufrimiento expresado por los otros.
-Rabia inmoderada frente a problemas triviales. Habitualmente se lo describe como alguien a quien ciega la rabia.
-Los hermanos o amigos se asustan ante su descontrol, por lo que se dejan abusar.
La preocupación por estos niños es que en el largo plazo tienden a quedarse muy solos, porque a nadie le gusta convivir con personas agresivas y se transforman en personas poco queribles.
El riesgo mayor es que al sentirse excluidos del conjunto de las buenas personas, se asocien con otros niños con alto potencial agresivo, constituyendo pandillas de niños abusadores.
Negarse a aceptar los signos de violencia en un niño es postergar la búsqueda de soluciones y, por lo tanto, dejar que se vaya desarrollando sin límites el potencial agresivo.
No se trata de estigmatizarlos; son niños que necesitan atención. Pero sí es necesario estar alerta cuando tienen conductas que pueden ser maltratadoras para sus hermanos o para sus iguales.
Algunos tipos de maltrato son: el maltrato físico que ocurre cuando el niño agrede físicamente en forma directa a otros, o bien, les rompe los juguetes o los materiales escolares.
El maltrato verbal ocurre cuando el niño se burla, pone sobrenombres, hace bromas pesadas o inventa calumnias.
También es un signo de maltrato la exclusión en forma sistemática de los juegos de amigos o compañeros, ya sea ignorándolos o excluyéndolos en forma explícita.
Estar atento a estas formas de agredir a otros, que en muchas ocasiones son conductas aprendidas, puede ayudarnos a buscar formas para que el niño mejore la convivencia social. Una mejoría que a quien más beneficia es al propio niño.
Y recuerde que responder a la violencia del niño con violencia sólo logrará perpetuar el círculo del matrato. Pida ayuda.