Por Neva Milicic, sicóloga.
Educar a un hijo que presenta problemas de indisciplina en la casa o en el colegio resulta abrumador, y muchos padres declaran sentirse sobrepasados por el tema.
No pocos reconocen haber llegado al maltrato físico o psicológico como forma de intentar que el niño logre aprender a no transgredir las normas familiares.
Sin lugar a dudas, la disciplina prepara a los niños para la convivencia social, y es una herramienta educativa que favorece que los niños desarrollen actitudes positivas y valores que permiten tener mejores niveles de aceptación social.
Entre los problemas de disciplina más frecuentes que describen los padres están: no obedecer órdenes, transgredir las normas que se han acordado previamente, contestar a sus padres en forma grosera, mentir para evitar un castigo o para no cumplir con las tareas que les han dado en el colegio.
La disciplina se define como una actitud de respeto hacia las figuras de autoridad y hacia las normas que se debe respetar. Para que las reglas sean más fáciles de cumplir por los niños —no siempre es fácil—, se requiere que éstos comprendan con claridad su sentido. La obediencia ciega, es decir, obedecer sin comprender con claridad el porqué no es un valor.
En ocasiones, la indisciplina de los hijos acarrea un espiral de violencia en la familia. Los padres desesperados y agobiados por la indisciplina del hijo, suelen recurrir a medidas coercitivas en forma autoritaria, y a veces incluso al maltrato físico, lo que obviamente agrava el problema, cayéndose así en un círculo de violencia. Cuando se entra en esta dinámica, es difícil salir.
Por supuesto que hay matices en la percepción de lo que es ser indisciplinado/a. Los padres muy autoritarios tienden a considerar indisciplina conductas que son parte del desarrollo natural de un niño.
Por ejemplo, León, de 4 años, pintó la pared de su casa y su padre lo castigó severamente por algo que no es realmente un acto de desobediencia. Simplemente el niño quería pintar y hacer una obra de arte, pero para su padres eso sólo significaba que le había arruinado la pintura.
Hablamos de indisciplina cuando un niño tiene una intención clara de transgredir una norma y desobedecer a sus padres, o bien, de causar un daño en forma intencional.
Una conducta indisciplinada o desafiante del niño obedece a muchos factores; los más importantes son los factores genéticos y los que obedecen a la socialización.
En la impulsividad, un rasgo frecuente es que al niño le cuesta postergar la gratificación, y cuando quiere algo, le resulta muy difícil esperar, reaccionando con poca tolerancia a la frustración, y no aceptando un no por respuesta.
Cuando la indisciplina es muy grave a pesar de tener un contexto familiar adecuado, puede tratarse de algún cuadro psicopatológico, como un trastorno desafiante oposicionista. Son niños que reaccionan oponiéndose a la autoridad, o bien, un trastorno disocial. En estos casos es necesario pedir ayuda especializada.
Sin duda, los problemas emocionales también contribuyen a la indisciplina de los niños. Sentirse abandonado, maltratado, poco querido o sentirse sobreexigido en sus capacidades puede llevar a un niño o un adolescente a cometer actos de rebeldía.
A veces, en edades más tardías, la indisciplina es una forma de lograr el reconocimiento de sus compañeros y es sustentada por los compañeros.
Las crisis familiares mal resueltas que involucran niveles crecientes de violencia familiar, suponen un riesgo para el desarrollo emocional y social de los niños, y también pueden ser una causal de indisciplina.
Otro factores que dificultan la adquisición de normas disciplinarias son: la mala comunicación padre-hijo, la falta de involucración paterna y el no estar disponible para los hijos, que se refleja en una falta de atención a las necesidades de ellos/as.
Cuando nos encontramos frente a reiterados problemas de disciplina, es necesario tener la sabiduría de pedir ayuda, porque las causas pueden ser muchas y es un problema que puede arruinar la convivencia familiar y la infancia de los niños y dejar cicatrices.
Hay que recordar que los recuerdos infantiles felices son la base de una sana vida emocional. Las guerras por la disciplina en niños con temperamento difícil puede dañar gravemente la convivencia familiar, dejando en la memoria emocional de los niños recuerdos que serán nocivos para su desarrollo emocional.
Educar a un hijo que presenta problemas de indisciplina en la casa o en el colegio resulta abrumador, y muchos padres declaran sentirse sobrepasados por el tema.
No pocos reconocen haber llegado al maltrato físico o psicológico como forma de intentar que el niño logre aprender a no transgredir las normas familiares.
Sin lugar a dudas, la disciplina prepara a los niños para la convivencia social, y es una herramienta educativa que favorece que los niños desarrollen actitudes positivas y valores que permiten tener mejores niveles de aceptación social.
Entre los problemas de disciplina más frecuentes que describen los padres están: no obedecer órdenes, transgredir las normas que se han acordado previamente, contestar a sus padres en forma grosera, mentir para evitar un castigo o para no cumplir con las tareas que les han dado en el colegio.
La disciplina se define como una actitud de respeto hacia las figuras de autoridad y hacia las normas que se debe respetar. Para que las reglas sean más fáciles de cumplir por los niños —no siempre es fácil—, se requiere que éstos comprendan con claridad su sentido. La obediencia ciega, es decir, obedecer sin comprender con claridad el porqué no es un valor.
En ocasiones, la indisciplina de los hijos acarrea un espiral de violencia en la familia. Los padres desesperados y agobiados por la indisciplina del hijo, suelen recurrir a medidas coercitivas en forma autoritaria, y a veces incluso al maltrato físico, lo que obviamente agrava el problema, cayéndose así en un círculo de violencia. Cuando se entra en esta dinámica, es difícil salir.
Por supuesto que hay matices en la percepción de lo que es ser indisciplinado/a. Los padres muy autoritarios tienden a considerar indisciplina conductas que son parte del desarrollo natural de un niño.
Por ejemplo, León, de 4 años, pintó la pared de su casa y su padre lo castigó severamente por algo que no es realmente un acto de desobediencia. Simplemente el niño quería pintar y hacer una obra de arte, pero para su padres eso sólo significaba que le había arruinado la pintura.
Hablamos de indisciplina cuando un niño tiene una intención clara de transgredir una norma y desobedecer a sus padres, o bien, de causar un daño en forma intencional.
Una conducta indisciplinada o desafiante del niño obedece a muchos factores; los más importantes son los factores genéticos y los que obedecen a la socialización.
En la impulsividad, un rasgo frecuente es que al niño le cuesta postergar la gratificación, y cuando quiere algo, le resulta muy difícil esperar, reaccionando con poca tolerancia a la frustración, y no aceptando un no por respuesta.
Cuando la indisciplina es muy grave a pesar de tener un contexto familiar adecuado, puede tratarse de algún cuadro psicopatológico, como un trastorno desafiante oposicionista. Son niños que reaccionan oponiéndose a la autoridad, o bien, un trastorno disocial. En estos casos es necesario pedir ayuda especializada.
Sin duda, los problemas emocionales también contribuyen a la indisciplina de los niños. Sentirse abandonado, maltratado, poco querido o sentirse sobreexigido en sus capacidades puede llevar a un niño o un adolescente a cometer actos de rebeldía.
A veces, en edades más tardías, la indisciplina es una forma de lograr el reconocimiento de sus compañeros y es sustentada por los compañeros.
Las crisis familiares mal resueltas que involucran niveles crecientes de violencia familiar, suponen un riesgo para el desarrollo emocional y social de los niños, y también pueden ser una causal de indisciplina.
Otro factores que dificultan la adquisición de normas disciplinarias son: la mala comunicación padre-hijo, la falta de involucración paterna y el no estar disponible para los hijos, que se refleja en una falta de atención a las necesidades de ellos/as.
Cuando nos encontramos frente a reiterados problemas de disciplina, es necesario tener la sabiduría de pedir ayuda, porque las causas pueden ser muchas y es un problema que puede arruinar la convivencia familiar y la infancia de los niños y dejar cicatrices.
Hay que recordar que los recuerdos infantiles felices son la base de una sana vida emocional. Las guerras por la disciplina en niños con temperamento difícil puede dañar gravemente la convivencia familiar, dejando en la memoria emocional de los niños recuerdos que serán nocivos para su desarrollo emocional.