Por Neva Milicic, sicóloga.
Ser felices o no, no parece ser algo que dependa sólo de circunstancias externas sino de una actitud interior, que puede ser influenciada por la forma en que se es educado.
Los factores que contribuyen a favorecer a que los niños aprendan a ser felices, optimistas y que tengan una actitud positiva y constructiva frente a la vida, han sido estudiados desde diferentes enfoques, ya que esta actitud marca en forma decisiva todo el ciclo vital de las personas.
El renombrado economista Richard Layard, en su libro “La felicidad, lecciones de una nueva ciencia”, hace un acucioso estudio del tema y se pregunta: ¿Por qué, a pesar de las innegables mejoras en la calidad de vida de las personas, en los diferentes países, no parece haber un aumento significativo de la percepción felicidad?.
Evidentemente los niños y los adultos deberán enfrentar un sinnúmero de situaciones adversas en el transcurso de sus vidas, pero la forma de vivirlas será diferente y explicará cómo ellas los afectarán.
Al respecto, Layard cita a Víctor Frankl, un reconocido psiquiatra, quien estuvo recluido en Auschwitz: “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante cualquier conjunto dado de circunstancias”.
El autor plantea que, según las investigaciones, las personas más felices tendrían dos características centrales que son, el ser compasivas y agradecidas, virtudes que pueden ser desarrolladas mediante la enseñanza y el modelaje.
En otros trabajos, los indicadores de mayor felicidad se relacionan con el tener metas claras, ser razonablemente autónomo, tener una sensación de crecimiento personal y un nivel apropiado de aceptación de sí mismo.
Todas estas características están relacionadas y favorecen el tener un sentido de vida que oriente el actuar.
Y aquí los padres juegan un rol esencial en ayudar al niño a desarrollar estas características y a construir buenos recuerdos, a potenciarlos a través de la conversación sobre ellos, a dejarlos registrados en relatos escritos que evidencian las experiencias a través de fotografías que favorecen que ellos perduren en la memoria personal y familiar.
La anticipación de experiencias positivas genera en los niños una actitud esperanzada que se consolidará como rasgo de personalidad.
Para ello, es necesario sembrar de ilusiones las actividades futuras, con frases como, por ejemplo, “Vamos a ir de paseo el domingo al cerro y qué bien lo vamos a pasar; llevaremos una comida estupenda e invitaremos a todos los primos”.
Generar emociones positivas no es trivial, ya que ellas tienen un efecto directo en la actividad cerebral. Cuando se tienen sentimientos positivos, la actividad eléctrica del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo en su parte anterior es mayor. Cuando los sentimientos son negativos, sucede lo contrario.
Los niños tendrían diferencias de personalidad según cuál sea su hemisferio eléctricamente más activo.
Se ha planteado que los niños a los dos años y medio tienen una actividad eléctrica predominante del lado izquierdo; por eso serían más exploradores y seguros que los que tienen una actividad eléctrica predominante del lado derecho, quienes tienden a ser más apegados a sus madres , demostrando menos interés por explorar.
Estos datos deberían inducirnos como padres a favorecer en los niños las oportunidades de tener experiencias positivas, lo que no es tan complejo ni tan caro.
Es necesario estar atentos a sus intereses; jugar con ellos; aceptar sus invitaciones a entrar en el mundo de sus fantasías y, en general, tener apertura a acompañarlos en sus emociones así como proponerles actividades que les sean entretenidas.
Obviamente también se requiere controlar la presencia de factores que puedan afectarlos negativamente, como mirar en televisión imágenes de violencia, horror y crueldad, exponerlos a presenciar peleas entre sus padres o hacerlos víctimas de maltrato físico o psicológico.
Las experiencias repetidas de felicidad o infelicidad en la infancia tienen un efecto en la arquitectura cerebral que contribuirá al potencial de felicidad de los niños, y que les ayudará a evaluar en forma positiva y agradecida lo que les ha sido dado o, por el contrario, a asumir una actitud pesimista y quejumbrosa.
Ser felices o no, no parece ser algo que dependa sólo de circunstancias externas sino de una actitud interior, que puede ser influenciada por la forma en que se es educado.
Los factores que contribuyen a favorecer a que los niños aprendan a ser felices, optimistas y que tengan una actitud positiva y constructiva frente a la vida, han sido estudiados desde diferentes enfoques, ya que esta actitud marca en forma decisiva todo el ciclo vital de las personas.
El renombrado economista Richard Layard, en su libro “La felicidad, lecciones de una nueva ciencia”, hace un acucioso estudio del tema y se pregunta: ¿Por qué, a pesar de las innegables mejoras en la calidad de vida de las personas, en los diferentes países, no parece haber un aumento significativo de la percepción felicidad?.
Evidentemente los niños y los adultos deberán enfrentar un sinnúmero de situaciones adversas en el transcurso de sus vidas, pero la forma de vivirlas será diferente y explicará cómo ellas los afectarán.
Al respecto, Layard cita a Víctor Frankl, un reconocido psiquiatra, quien estuvo recluido en Auschwitz: “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante cualquier conjunto dado de circunstancias”.
El autor plantea que, según las investigaciones, las personas más felices tendrían dos características centrales que son, el ser compasivas y agradecidas, virtudes que pueden ser desarrolladas mediante la enseñanza y el modelaje.
En otros trabajos, los indicadores de mayor felicidad se relacionan con el tener metas claras, ser razonablemente autónomo, tener una sensación de crecimiento personal y un nivel apropiado de aceptación de sí mismo.
Todas estas características están relacionadas y favorecen el tener un sentido de vida que oriente el actuar.
Y aquí los padres juegan un rol esencial en ayudar al niño a desarrollar estas características y a construir buenos recuerdos, a potenciarlos a través de la conversación sobre ellos, a dejarlos registrados en relatos escritos que evidencian las experiencias a través de fotografías que favorecen que ellos perduren en la memoria personal y familiar.
La anticipación de experiencias positivas genera en los niños una actitud esperanzada que se consolidará como rasgo de personalidad.
Para ello, es necesario sembrar de ilusiones las actividades futuras, con frases como, por ejemplo, “Vamos a ir de paseo el domingo al cerro y qué bien lo vamos a pasar; llevaremos una comida estupenda e invitaremos a todos los primos”.
Generar emociones positivas no es trivial, ya que ellas tienen un efecto directo en la actividad cerebral. Cuando se tienen sentimientos positivos, la actividad eléctrica del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo en su parte anterior es mayor. Cuando los sentimientos son negativos, sucede lo contrario.
Los niños tendrían diferencias de personalidad según cuál sea su hemisferio eléctricamente más activo.
Se ha planteado que los niños a los dos años y medio tienen una actividad eléctrica predominante del lado izquierdo; por eso serían más exploradores y seguros que los que tienen una actividad eléctrica predominante del lado derecho, quienes tienden a ser más apegados a sus madres , demostrando menos interés por explorar.
Estos datos deberían inducirnos como padres a favorecer en los niños las oportunidades de tener experiencias positivas, lo que no es tan complejo ni tan caro.
Es necesario estar atentos a sus intereses; jugar con ellos; aceptar sus invitaciones a entrar en el mundo de sus fantasías y, en general, tener apertura a acompañarlos en sus emociones así como proponerles actividades que les sean entretenidas.
Obviamente también se requiere controlar la presencia de factores que puedan afectarlos negativamente, como mirar en televisión imágenes de violencia, horror y crueldad, exponerlos a presenciar peleas entre sus padres o hacerlos víctimas de maltrato físico o psicológico.
Las experiencias repetidas de felicidad o infelicidad en la infancia tienen un efecto en la arquitectura cerebral que contribuirá al potencial de felicidad de los niños, y que les ayudará a evaluar en forma positiva y agradecida lo que les ha sido dado o, por el contrario, a asumir una actitud pesimista y quejumbrosa.