Por Neva Milicic, sicóloga.
En una columna anterior se analizó la clasificación realizada por Carol Dweck, de las personas en dos tipos: las personalidades con mentalidad de crecimiento versus las personas con mentalidad fija, y se describió a las personas con mentalidad de crecimiento.
Ahora se describirá el tipo de personalidad opuesta. Las personas con mentalidad fija, según la autora tienen la arraigada creencia que la inteligencia y los talentos son innatos y que, por lo tanto, poco y nada se puede hacer para modificarlos.
Así, por ejemplo, cuando Juanito obtuvo una mala calificación en la prueba de matemáticas, concluyó que no tenía nada que hacer, porque él “era malo para ese ramo” y que no valía la pena ni tenía sentido hacer un esfuerzo.
Cuando las personas sean niños o adultos, con esta mentalidad fija, sufren un fracaso o una derrota, está en duda su capacidad, por lo que su autoestima queda más herida, que si atribuyeran el fracaso a que les faltó esfuerzo o a que la tarea era muy difícil.
La actitud frente al aprendizaje de un niño con mentalidad fija es más pasiva. Tiene menos interés por aprender porque la variable principal es el talento y no el esfuerzo. Hay áreas en las que estos niños se dan por vencidos antes de empezar.
Muchas veces en forma no consciente, los padres refuerzan esta errónea creencia en el niño, no incentivándolo a esforzarse ante las dificultades y tampoco intentando ser un modelo, a la hora de asumir riesgos o perseverar antes las dificultades.
En los niños de mentalidad fija el temor a fracasar es mayor, ya que un fracaso es señal de falta de talento y así cuando les va mal en algo se transforman en un perdedor en esa área, y en un perdedor para siempre.
La autora plantea que por eso no es extraño “que muchos adolescentes no movilicen sus recursos para aprender, como una forma de proteger su ego. Para ellos es preferible “ser flojo que tonto”.
Al no esforzarse los niños y las personas con mentalidad fija, no sólo no logran aprender lo que necesitan sino que no activan sus conexiones cerebrales.
Hay una leyenda americana relatada por Laura Hillend-brand, de un caballo americano que estaba en tan malas condiciones que estuvieron a punto de sacrificarlo. Contra todo pronóstico y debido al esfuerzo, el caballo se recuperó y llegó a ser campeón.
Con ello no sólo su propietario, el entrenador, sino que toda la nación lo transformó en un símbolo de la lucha por la adversidad.
Un grave error que está en la base de las creencias de las personas con mentalidad fija, es la concepción de que las personas talentosas no necesitan hacer esfuerzos. Por lo tanto, si necesito hacer demasiado esfuerzo, quiere decir que no soy suficientemente dotado.
Tener la inteligencia de saber que el esfuerzo es necesario, es una señal de gran inteligencia.
Por supuesto la línea divisoria entre las dos mentalidades, la de crecimiento que conduce al éxito y la mentalidad fija, que se transforma en un obstáculo para el cambio, no es tan definida.
Es cierto que el talento ayuda, pero sin esfuerzo y sin resistencia a los obstáculos en el camino, cualquier aprendizaje se hace difícil.
Enseñar a los hijos a transitar con esperanza por las dificultades que supone el aprendizaje y hacerles comprender que cualquier logro no es fácil, es un desafío educativo.
Cuidado con no desanimarlos, cuando se equivocan o disminuyen sus logros. Es necesario convencerlos que el error y las dificultades son una parte normal de la vida, para evitar que se transformen en personalidades de mentalidad fija.
En una columna anterior se analizó la clasificación realizada por Carol Dweck, de las personas en dos tipos: las personalidades con mentalidad de crecimiento versus las personas con mentalidad fija, y se describió a las personas con mentalidad de crecimiento.
Ahora se describirá el tipo de personalidad opuesta. Las personas con mentalidad fija, según la autora tienen la arraigada creencia que la inteligencia y los talentos son innatos y que, por lo tanto, poco y nada se puede hacer para modificarlos.
Así, por ejemplo, cuando Juanito obtuvo una mala calificación en la prueba de matemáticas, concluyó que no tenía nada que hacer, porque él “era malo para ese ramo” y que no valía la pena ni tenía sentido hacer un esfuerzo.
Cuando las personas sean niños o adultos, con esta mentalidad fija, sufren un fracaso o una derrota, está en duda su capacidad, por lo que su autoestima queda más herida, que si atribuyeran el fracaso a que les faltó esfuerzo o a que la tarea era muy difícil.
La actitud frente al aprendizaje de un niño con mentalidad fija es más pasiva. Tiene menos interés por aprender porque la variable principal es el talento y no el esfuerzo. Hay áreas en las que estos niños se dan por vencidos antes de empezar.
Muchas veces en forma no consciente, los padres refuerzan esta errónea creencia en el niño, no incentivándolo a esforzarse ante las dificultades y tampoco intentando ser un modelo, a la hora de asumir riesgos o perseverar antes las dificultades.
En los niños de mentalidad fija el temor a fracasar es mayor, ya que un fracaso es señal de falta de talento y así cuando les va mal en algo se transforman en un perdedor en esa área, y en un perdedor para siempre.
La autora plantea que por eso no es extraño “que muchos adolescentes no movilicen sus recursos para aprender, como una forma de proteger su ego. Para ellos es preferible “ser flojo que tonto”.
Al no esforzarse los niños y las personas con mentalidad fija, no sólo no logran aprender lo que necesitan sino que no activan sus conexiones cerebrales.
Hay una leyenda americana relatada por Laura Hillend-brand, de un caballo americano que estaba en tan malas condiciones que estuvieron a punto de sacrificarlo. Contra todo pronóstico y debido al esfuerzo, el caballo se recuperó y llegó a ser campeón.
Con ello no sólo su propietario, el entrenador, sino que toda la nación lo transformó en un símbolo de la lucha por la adversidad.
Un grave error que está en la base de las creencias de las personas con mentalidad fija, es la concepción de que las personas talentosas no necesitan hacer esfuerzos. Por lo tanto, si necesito hacer demasiado esfuerzo, quiere decir que no soy suficientemente dotado.
Tener la inteligencia de saber que el esfuerzo es necesario, es una señal de gran inteligencia.
Por supuesto la línea divisoria entre las dos mentalidades, la de crecimiento que conduce al éxito y la mentalidad fija, que se transforma en un obstáculo para el cambio, no es tan definida.
Es cierto que el talento ayuda, pero sin esfuerzo y sin resistencia a los obstáculos en el camino, cualquier aprendizaje se hace difícil.
Enseñar a los hijos a transitar con esperanza por las dificultades que supone el aprendizaje y hacerles comprender que cualquier logro no es fácil, es un desafío educativo.
Cuidado con no desanimarlos, cuando se equivocan o disminuyen sus logros. Es necesario convencerlos que el error y las dificultades son una parte normal de la vida, para evitar que se transformen en personalidades de mentalidad fija.