"...Por nuestra parte, de cara al país, asumimos hoy la defensa de esa vida inocente con la misma fuerza que lo hicimos ayer, en otras circunstancias, por fidelidad en nuestro seguimiento de Cristo...".
Por Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile.
A propósito de una resolución de la Contraloría General de la República, que aplica una sentencia del Tribunal Constitucional sobre la distribución de la llamada "píldora del día después", hemos escuchado diversas opiniones favorables a este producto que nos preocupan profundamente, pues es un tema en extremo delicado, que toca el derecho humano más fundamental de todos: el derecho a la vida.
Nos duele también que entre las consignas que se levantan se ofenda a las legítimas convicciones religiosas de personas y grupos.
Quisiera al respecto aportar a este debate recordando algunos aspectos centrales que hemos hecho presentes en el planteamiento público "Acoger y Promover la Vida", del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile en 2007, a propósito de las "Normas Nacionales para la Regulación de la Fertilidad Humana", punto de partida de la actual discusión.
Decíamos entonces que una primera palabra que necesita nuestro país se refiere a la valoración de la procreación en el contexto del matrimonio y de la familia, de la vida y del desarrollo del país.
Asimismo, se hace del todo necesaria la educación a la responsabilidad de ese maravilloso don de Dios que es la sexualidad humana.
Leí hace poco a un autor español, que, no sin razón, sostiene que la sexualidad humana no es un fenómeno puramente biológico. Es un lenguaje cargado de mensajes y de significados.
Pero a lo largo del último medio siglo se ha ido desvinculando la sexualidad de las realidades en las que encuentra sentido y se la ha convertido en un fin en sí misma.
Primero se la desvinculó del matrimonio, pues se dijo que no hacía falta casarse para practicar el sexo; bastaba con amarse.
Después se la separó de la procreación, pues se podía practicar el sexo y evitar los hijos, ya que se ha dicho que el amor de la pareja no tenía que proyectarse necesariamente en los hijos.
Finalmente, se ha desconectado la sexualidad del amor, diciendo que el amor compromete a la persona, mientras que el sexo ocasional y descomprometido favorece la creatividad y el disfrute del cuerpo.
Hay personas a las que esto les ha parecido un gran signo de la libertad y del progreso.
Ciertamente, esas ideas han favorecido la promiscuidad sexual y, a la larga, han aumentado los embarazos precoces y los abortos.
Ante esta realidad, ¿cuál es nuestra preocupación como personas y como sociedad por la soledad y las lágrimas de quienes han jugado con el amor y con la vida?
Se ha pretendido atajar estas situaciones ofreciendo como solución los preservativos, con gran despliegue publicitario. Pero con esto se han favorecido más aún la promiscuidad y la frivolidad en las relaciones sexuales.
Por lo tanto, quisieron "avanzar" otro poco, y surge así la oferta masiva de la "píldora del día después".
Es decir, se intenta sustituir la formación ética mediante el uso de recursos técnicos. Sin embargo, estos solos no dan resultados eficaces. Es la educación de los valores morales la que nos ayuda a crecer como seres humanos.
Sin ésta, como consecuencia, no se contribuye al desarrollo de una sociedad sana y responsable.
Para que estas políticas sanitarias sean efectivas se requiere educar y proteger el desarrollo moral adolescente, fortaleciendo en esta dimensión el apoyo de la familia y de la escuela.
Siendo la procreación un derecho humano, al Estado le cabe respetarla, protegerla, apoyarla y velar para que se enseñe a los jóvenes a valorarla y a vivirla, optando por una paternidad y una maternidad responsables.
Nos inquieta que se promuevan medidas que impiden asumir la responsabilidad y el desafío de construir un camino seguro hacia el desarrollo humano integral, basado en valores fundamentales como amor, familia, libertad, y responsabilidad (personal y social).
Y esto se debe en gran medida a que se diluye la argumentación frente a los derechos y a la dignidad humana, entregando una imagen reductiva de la persona, que aparece como un ser hedonista, materialista e individualista.
Desde el punto de vista ético, el solo hecho de que existan datos que muestren que es probable que esta "píldora" tenga un efecto "interceptivo" o abortivo hace que sea inadmisible su uso para quienes respetan la vida de los seres humanos.
La dignidad de las personas exige que la sociedad proteja a quienes no pueden ejercer la autonomía, como es el caso del ser humano antes de su implantación. El uso de fórmulas que tienden a desfigurar esta realidad no debe confundirnos.
Por nuestra parte, de cara al país, asumimos hoy la defensa de esa vida inocente con la misma fuerza que lo hicimos ayer, en otras circunstancias, por fidelidad en nuestro seguimiento de Cristo.
Por Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile.
A propósito de una resolución de la Contraloría General de la República, que aplica una sentencia del Tribunal Constitucional sobre la distribución de la llamada "píldora del día después", hemos escuchado diversas opiniones favorables a este producto que nos preocupan profundamente, pues es un tema en extremo delicado, que toca el derecho humano más fundamental de todos: el derecho a la vida.
Nos duele también que entre las consignas que se levantan se ofenda a las legítimas convicciones religiosas de personas y grupos.
Quisiera al respecto aportar a este debate recordando algunos aspectos centrales que hemos hecho presentes en el planteamiento público "Acoger y Promover la Vida", del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile en 2007, a propósito de las "Normas Nacionales para la Regulación de la Fertilidad Humana", punto de partida de la actual discusión.
Decíamos entonces que una primera palabra que necesita nuestro país se refiere a la valoración de la procreación en el contexto del matrimonio y de la familia, de la vida y del desarrollo del país.
Asimismo, se hace del todo necesaria la educación a la responsabilidad de ese maravilloso don de Dios que es la sexualidad humana.
Leí hace poco a un autor español, que, no sin razón, sostiene que la sexualidad humana no es un fenómeno puramente biológico. Es un lenguaje cargado de mensajes y de significados.
Pero a lo largo del último medio siglo se ha ido desvinculando la sexualidad de las realidades en las que encuentra sentido y se la ha convertido en un fin en sí misma.
Primero se la desvinculó del matrimonio, pues se dijo que no hacía falta casarse para practicar el sexo; bastaba con amarse.
Después se la separó de la procreación, pues se podía practicar el sexo y evitar los hijos, ya que se ha dicho que el amor de la pareja no tenía que proyectarse necesariamente en los hijos.
Finalmente, se ha desconectado la sexualidad del amor, diciendo que el amor compromete a la persona, mientras que el sexo ocasional y descomprometido favorece la creatividad y el disfrute del cuerpo.
Hay personas a las que esto les ha parecido un gran signo de la libertad y del progreso.
Ciertamente, esas ideas han favorecido la promiscuidad sexual y, a la larga, han aumentado los embarazos precoces y los abortos.
Ante esta realidad, ¿cuál es nuestra preocupación como personas y como sociedad por la soledad y las lágrimas de quienes han jugado con el amor y con la vida?
Se ha pretendido atajar estas situaciones ofreciendo como solución los preservativos, con gran despliegue publicitario. Pero con esto se han favorecido más aún la promiscuidad y la frivolidad en las relaciones sexuales.
Por lo tanto, quisieron "avanzar" otro poco, y surge así la oferta masiva de la "píldora del día después".
Es decir, se intenta sustituir la formación ética mediante el uso de recursos técnicos. Sin embargo, estos solos no dan resultados eficaces. Es la educación de los valores morales la que nos ayuda a crecer como seres humanos.
Sin ésta, como consecuencia, no se contribuye al desarrollo de una sociedad sana y responsable.
Para que estas políticas sanitarias sean efectivas se requiere educar y proteger el desarrollo moral adolescente, fortaleciendo en esta dimensión el apoyo de la familia y de la escuela.
Siendo la procreación un derecho humano, al Estado le cabe respetarla, protegerla, apoyarla y velar para que se enseñe a los jóvenes a valorarla y a vivirla, optando por una paternidad y una maternidad responsables.
Nos inquieta que se promuevan medidas que impiden asumir la responsabilidad y el desafío de construir un camino seguro hacia el desarrollo humano integral, basado en valores fundamentales como amor, familia, libertad, y responsabilidad (personal y social).
Y esto se debe en gran medida a que se diluye la argumentación frente a los derechos y a la dignidad humana, entregando una imagen reductiva de la persona, que aparece como un ser hedonista, materialista e individualista.
Desde el punto de vista ético, el solo hecho de que existan datos que muestren que es probable que esta "píldora" tenga un efecto "interceptivo" o abortivo hace que sea inadmisible su uso para quienes respetan la vida de los seres humanos.
La dignidad de las personas exige que la sociedad proteja a quienes no pueden ejercer la autonomía, como es el caso del ser humano antes de su implantación. El uso de fórmulas que tienden a desfigurar esta realidad no debe confundirnos.
Por nuestra parte, de cara al país, asumimos hoy la defensa de esa vida inocente con la misma fuerza que lo hicimos ayer, en otras circunstancias, por fidelidad en nuestro seguimiento de Cristo.