Un nuevo libro aborda la relación entre ambos y cómo las distintas etapas de la vida del hijo van cambiando al padre.
Por Noelia Zunino, Tendencias, La Tercera.
"¡Cuidado!". Pero la advertencia no sirve. "¡¡¡Cuidado!!!", dice la madre. Tampoco. Y está bien. De eso se trata.
Por algo, instintivamente, el niño escoge al padre, y no a la madre, para que lo lance al aire y lo vuelva a tomar, y por algo, también, cada vez que pide que el impulso sea más fuerte, más alto, lo consigue.
Porque es en esos momentos cuando comienza a forjarse un vínculo entre padre e hijo que hasta los dos años del niño no existía, y que tiene una influencia mucho más dependiente y recíproca de lo que se pensaba.
Que el padre influye en sus hijos está claro. Y especialmente en los que son hombres, obvio. Pero que ellos, los hijos -no las hijas-, son determinantes en la construcción de la personalidad del padre a lo largo de toda su vida, no.
Eso no se sabía hasta hace muy poco y es parte de la investigación que desarrolló Michael J. Diamond en su libro My father before me, donde explica cómo, por el hecho de ser padre, un hombre va cambiando su propia identidad y cómo su hijo es responsable de ayudarlo a redefinir su sentido de masculinidad.
El viaje, dice Diamond, es largo, "intrincado" y "complejo", y parte en los primeros años del niño, cuando por sus semejanzas biológicas el padre asume que está más capacitado para reconocer las necesidades de un hijo que de una hija y asume el rol natural de alejarlo de la órbita de la madre para mostrarle que hay una realidad distinta más allá de los brazos de la mamá y marcar la identidad masculina del niño.
EL JOVEN MAESTRO
Cuando cerca de los dos años de vida, el padre sale de la penumbra y se convierte en una figura reconocible y definida para el niño, éste se encuentra en una etapa de desarrollo explosivo en términos físicos y sicológicos.
El mundo de cuidado en el que estaba ya no es suficiente; están preparados para una estimulación más intensa que les cambiará la forma en que sienten, piensan, se mueven y perciben.
Y el padre está más preparado que la madre para eso. Según Diamond, el hecho de que el vínculo entre la mujer y la guagua se haya establecido tan fuerte durante los primeros meses de vida, la hace más proclive a la protección que a la exploración que puede involucrar riesgos.
El hombre, en cambio, tiene la suficiente distancia como para ayudarlo en la aventura.
Y el niño instintivamente lo sabe. Por eso los juegos cambian, son más físicos y fuertes, y el niño aprende que el mundo de los hombres incluye ser más vital y algo más agresivo que las mujeres.
Pero al compartir estas actividades, el padre comienza a cambiar. Para Diamond, muchos hombres han asociado que para conseguir el éxito se tienen que deshacer de sus actitudes infantiles.
Con sus hijos modifican esta visión y se vuelven más empáticos, un aspecto que comienza a cambiar su masculinidad. Y aprenden a valorar de nuevo cualidades como el sorprenderse y el sentido de la aventura.
6 A 12 AÑOS: UN EQUIPO DE A DOS
Entre los seis y los 12 años, los juegos generan entre ellos el compañerismo y la amistad.
Es entonces cuando el rol del padre se centra en guiarlo para que aprenda a contener emociones difíciles, como la agresión, envidia, celos, competitividad, y dejen de lado el "equipo de a dos" para sociabilizar.
En esos términos, se ha demostrado que los niños que tienen el apoyo de sus padres en esta etapa son más empáticos y poseen autoestima alta.
El hombre mayor, entonces, comienza a ser visto como modelo, el "héroe" que años más tarde, insoslayablemente, cada hijo "matará" para seguir creciendo.
Sin embargo, no sólo el padre moldea la personalidad del hijo. Según Diamond, el hijo le enseña al padre, a través de su crecimiento, que "los conceptos de competitividad y rivalidad son excluyentes".
En definitiva, el padre aprende, gracias al hijo, que los éxitos no excluyen las relaciones con otros, sino que por el contrario, son complementarios.
Su hijo, paralelamente y a través de su propia experiencia, lo impulsa a reiniciar actividades deportivas y sociales que había dejado de lado.
Para Diamond, durante esta etapa, "ambos descubren la aprobación recíproca". Aunque este reconocimiento dura hasta que el niño se transforma en joven.
ADOLESCENCIA: HÉROES CAÍDOS
Durante la infancia, las relaciones entre un padre y su hijo son inmejorables. La aprobación mutua es incuestionada y cada quien tiene un lugar claro y definido.
Pero y a pasos agigantados, se acercan las dos crisis que cambiarán para siempre esa relación y que ocurren simultáneamente: la adolescencia y la crisis de la mediana edad, en la que ambos, por separado, buscan su propia identidad para encontrar un lugar propio en el mundo, en el caso del hijo, y para reacomodarse, en el del padre.
De hecho, esta es la etapa más complicada para los hombres. Su hijo ya no es un niño y él ya no es su héroe. Por el contrario, el joven lo critica y desautoriza. Esto, según el experto, "provoca que el hijo ya no se sienta cercano a su padre.
Lo que le genera un sentimiento de vacío y pérdida". En el otro extremo, el padre que atraviesa sus 40 años y que tiene hijos adolescentes, comienza a tomar conciencia de los años.
"Mientras sus primogénitos están pasando por su mejor momento físicamente y comenzando a disfrutar su sexualidad para transformarse en adultos, ellos se dan cuenta que se están convirtiendo en viejos y pueden surgir sentimientos como la envidia", dice Diamond, quien sostiene que hasta antes de la adolescencia de su hijo, el hombre "se piensa a sí mismo como algo heroico, concepción que está ligada al trabajo y a la familia".
Su hijo, a través de la indiferencia y críticas, da en el talón de Aquiles del padre.
"Los hombres, por el desdén de sus hijos, empiezan a cuestionar su heroísmo, se hacen patentes sus decepciones y asumen que muchas de sus ambiciones no se concretaron", afirma el autor.
Sin embargo y a pesar de que "los cuestionamientos son dolorosos, esto crea en el hombre una imagen mucho más realista de sí mismo y que perdura en el tiempo", escribe.
También es acá cuando los padres empiezan a recordar los logros y fracasos obtenidos durante su adolescencia e incluso revisan la relación con sus propios padres, pero ahora desde una visión de adultos.
Esto, en general, se convierte en una herramienta que ayuda a arreglar los problemas con su propio hijo.
Así y sin quererlo, los adolescentes no sólo ayudaron a su padre a reinventar su personalidad, también contribuyen a que éste resuelva temas pendientes con su propio progenitor.
EL ENTRENADOR AL COSTADO DE LA CANCHA
La relación, después de la adolescencia, se transforma en un vínculo mucho más horizontal.
Cada vez son más iguales, aunque el padre tiene mayor experiencia. El hijo empieza a buscar su lugar en el mundo y, según Diamond, esa es la madurez.
"Cuando los hijos no sienten miedo de decepcionar a sus padres, es cuando se acaba la adolescencia".
Y nuevamente, como en todas las etapas anteriores, ambos se redefinen. "Muchos padres no se dan cuenta de que la influencia en la trayectoria de la vida de su hijo ha acabado", dice el autor.
Al aceptarlo, los adultos adquieren una versión más real de sí mismos y menos ideal. La figura del padre en esta etapa, explica el sicólogo, es la de un entrenador que está a un costado de la cancha.
Si el padre apoya las decisiones de su hijo, durante esta etapa puede volver a ser mentor, pero esta vez sólo como consejero y soporte en las decisiones de su hijo.
NIDO VACÍO Y LA ÚLTIMA REVISIÓN
Cuando el padre se da cuenta de que su hijo ya no lo necesita como guía, es cuando vuelve a replantearse, quizás por última vez, en una masculinidad que no provee ni protege.
Eso, de acuerdo con Diamond, provoca el síndrome del nido vacío masculino, que es más tardío que el de las mujeres, porque "ellas se acostumbraron antes a que su hijo se alejara buscando la identidad masculina en su marido".
Pero al convertirse en abuelo, dice Diamond, el nieto ayuda a la relación porque para muchos hombres, "ese nieto les permite abordar temas que lo habían separado de su hijo".
¿Cómo salir victorioso de esta última revisión? El autor explica que, finalmente, "el éxito de un padre se da cuando reconoce a su hijo como un hombre igual a él".
Y es en esa etapa, en que ambos están en caminos paralelos y con muchas cosas en común, cuando el padre se da cuenta de cómo cambió desde la llegada de su hijo.
Por Noelia Zunino, Tendencias, La Tercera.
"¡Cuidado!". Pero la advertencia no sirve. "¡¡¡Cuidado!!!", dice la madre. Tampoco. Y está bien. De eso se trata.
Por algo, instintivamente, el niño escoge al padre, y no a la madre, para que lo lance al aire y lo vuelva a tomar, y por algo, también, cada vez que pide que el impulso sea más fuerte, más alto, lo consigue.
Porque es en esos momentos cuando comienza a forjarse un vínculo entre padre e hijo que hasta los dos años del niño no existía, y que tiene una influencia mucho más dependiente y recíproca de lo que se pensaba.
Que el padre influye en sus hijos está claro. Y especialmente en los que son hombres, obvio. Pero que ellos, los hijos -no las hijas-, son determinantes en la construcción de la personalidad del padre a lo largo de toda su vida, no.
Eso no se sabía hasta hace muy poco y es parte de la investigación que desarrolló Michael J. Diamond en su libro My father before me, donde explica cómo, por el hecho de ser padre, un hombre va cambiando su propia identidad y cómo su hijo es responsable de ayudarlo a redefinir su sentido de masculinidad.
El viaje, dice Diamond, es largo, "intrincado" y "complejo", y parte en los primeros años del niño, cuando por sus semejanzas biológicas el padre asume que está más capacitado para reconocer las necesidades de un hijo que de una hija y asume el rol natural de alejarlo de la órbita de la madre para mostrarle que hay una realidad distinta más allá de los brazos de la mamá y marcar la identidad masculina del niño.
EL JOVEN MAESTRO
Cuando cerca de los dos años de vida, el padre sale de la penumbra y se convierte en una figura reconocible y definida para el niño, éste se encuentra en una etapa de desarrollo explosivo en términos físicos y sicológicos.
El mundo de cuidado en el que estaba ya no es suficiente; están preparados para una estimulación más intensa que les cambiará la forma en que sienten, piensan, se mueven y perciben.
Y el padre está más preparado que la madre para eso. Según Diamond, el hecho de que el vínculo entre la mujer y la guagua se haya establecido tan fuerte durante los primeros meses de vida, la hace más proclive a la protección que a la exploración que puede involucrar riesgos.
El hombre, en cambio, tiene la suficiente distancia como para ayudarlo en la aventura.
Y el niño instintivamente lo sabe. Por eso los juegos cambian, son más físicos y fuertes, y el niño aprende que el mundo de los hombres incluye ser más vital y algo más agresivo que las mujeres.
Pero al compartir estas actividades, el padre comienza a cambiar. Para Diamond, muchos hombres han asociado que para conseguir el éxito se tienen que deshacer de sus actitudes infantiles.
Con sus hijos modifican esta visión y se vuelven más empáticos, un aspecto que comienza a cambiar su masculinidad. Y aprenden a valorar de nuevo cualidades como el sorprenderse y el sentido de la aventura.
6 A 12 AÑOS: UN EQUIPO DE A DOS
Entre los seis y los 12 años, los juegos generan entre ellos el compañerismo y la amistad.
Es entonces cuando el rol del padre se centra en guiarlo para que aprenda a contener emociones difíciles, como la agresión, envidia, celos, competitividad, y dejen de lado el "equipo de a dos" para sociabilizar.
En esos términos, se ha demostrado que los niños que tienen el apoyo de sus padres en esta etapa son más empáticos y poseen autoestima alta.
El hombre mayor, entonces, comienza a ser visto como modelo, el "héroe" que años más tarde, insoslayablemente, cada hijo "matará" para seguir creciendo.
Sin embargo, no sólo el padre moldea la personalidad del hijo. Según Diamond, el hijo le enseña al padre, a través de su crecimiento, que "los conceptos de competitividad y rivalidad son excluyentes".
En definitiva, el padre aprende, gracias al hijo, que los éxitos no excluyen las relaciones con otros, sino que por el contrario, son complementarios.
Su hijo, paralelamente y a través de su propia experiencia, lo impulsa a reiniciar actividades deportivas y sociales que había dejado de lado.
Para Diamond, durante esta etapa, "ambos descubren la aprobación recíproca". Aunque este reconocimiento dura hasta que el niño se transforma en joven.
ADOLESCENCIA: HÉROES CAÍDOS
Durante la infancia, las relaciones entre un padre y su hijo son inmejorables. La aprobación mutua es incuestionada y cada quien tiene un lugar claro y definido.
Pero y a pasos agigantados, se acercan las dos crisis que cambiarán para siempre esa relación y que ocurren simultáneamente: la adolescencia y la crisis de la mediana edad, en la que ambos, por separado, buscan su propia identidad para encontrar un lugar propio en el mundo, en el caso del hijo, y para reacomodarse, en el del padre.
De hecho, esta es la etapa más complicada para los hombres. Su hijo ya no es un niño y él ya no es su héroe. Por el contrario, el joven lo critica y desautoriza. Esto, según el experto, "provoca que el hijo ya no se sienta cercano a su padre.
Lo que le genera un sentimiento de vacío y pérdida". En el otro extremo, el padre que atraviesa sus 40 años y que tiene hijos adolescentes, comienza a tomar conciencia de los años.
"Mientras sus primogénitos están pasando por su mejor momento físicamente y comenzando a disfrutar su sexualidad para transformarse en adultos, ellos se dan cuenta que se están convirtiendo en viejos y pueden surgir sentimientos como la envidia", dice Diamond, quien sostiene que hasta antes de la adolescencia de su hijo, el hombre "se piensa a sí mismo como algo heroico, concepción que está ligada al trabajo y a la familia".
Su hijo, a través de la indiferencia y críticas, da en el talón de Aquiles del padre.
"Los hombres, por el desdén de sus hijos, empiezan a cuestionar su heroísmo, se hacen patentes sus decepciones y asumen que muchas de sus ambiciones no se concretaron", afirma el autor.
Sin embargo y a pesar de que "los cuestionamientos son dolorosos, esto crea en el hombre una imagen mucho más realista de sí mismo y que perdura en el tiempo", escribe.
También es acá cuando los padres empiezan a recordar los logros y fracasos obtenidos durante su adolescencia e incluso revisan la relación con sus propios padres, pero ahora desde una visión de adultos.
Esto, en general, se convierte en una herramienta que ayuda a arreglar los problemas con su propio hijo.
Así y sin quererlo, los adolescentes no sólo ayudaron a su padre a reinventar su personalidad, también contribuyen a que éste resuelva temas pendientes con su propio progenitor.
EL ENTRENADOR AL COSTADO DE LA CANCHA
La relación, después de la adolescencia, se transforma en un vínculo mucho más horizontal.
Cada vez son más iguales, aunque el padre tiene mayor experiencia. El hijo empieza a buscar su lugar en el mundo y, según Diamond, esa es la madurez.
"Cuando los hijos no sienten miedo de decepcionar a sus padres, es cuando se acaba la adolescencia".
Y nuevamente, como en todas las etapas anteriores, ambos se redefinen. "Muchos padres no se dan cuenta de que la influencia en la trayectoria de la vida de su hijo ha acabado", dice el autor.
Al aceptarlo, los adultos adquieren una versión más real de sí mismos y menos ideal. La figura del padre en esta etapa, explica el sicólogo, es la de un entrenador que está a un costado de la cancha.
Si el padre apoya las decisiones de su hijo, durante esta etapa puede volver a ser mentor, pero esta vez sólo como consejero y soporte en las decisiones de su hijo.
NIDO VACÍO Y LA ÚLTIMA REVISIÓN
Cuando el padre se da cuenta de que su hijo ya no lo necesita como guía, es cuando vuelve a replantearse, quizás por última vez, en una masculinidad que no provee ni protege.
Eso, de acuerdo con Diamond, provoca el síndrome del nido vacío masculino, que es más tardío que el de las mujeres, porque "ellas se acostumbraron antes a que su hijo se alejara buscando la identidad masculina en su marido".
Pero al convertirse en abuelo, dice Diamond, el nieto ayuda a la relación porque para muchos hombres, "ese nieto les permite abordar temas que lo habían separado de su hijo".
¿Cómo salir victorioso de esta última revisión? El autor explica que, finalmente, "el éxito de un padre se da cuando reconoce a su hijo como un hombre igual a él".
Y es en esa etapa, en que ambos están en caminos paralelos y con muchas cosas en común, cuando el padre se da cuenta de cómo cambió desde la llegada de su hijo.