En Chile, los patriarcas de los clanes Frei y Piñera también inculcaron a los suyos la pasión por la vida pública.
Por El Mercurio.
En 1930, Estados Unidos, Nueva York, un matrimonio almuerza con sus nueve hijos, de entre 2 y 15 años. El padre de familia es Joseph P., conocido con el apodo de "Joe", empresario y político de 42 años.
Ella es Rose, dueña de casa (40). En el comedor hay una mesa especial para los hermanos mayores donde se discute de política, actualidad, literatura. "Haz algo meritorio con tu vida", les suele repetir el padre a los niños.
John, el segundo de los hermanos, en 1960 se convertiría en Presidente de Estados Unidos a los 43 años. La quinta, Eunice, que falleció el martes a los 88, pasó a la historia como la fundadora de los Juegos Olímpicos Especiales.
Robert, el séptimo de los hermanos Kennedy, llegó a ganar las primarias de California para la candidatura a la Presidencia en 1968.
El más pequeño, Edward "Ted", se convirtió en senador del Estado de Massachussetts en 1962, cargo que desempeña hasta hoy.
Los niños fueron educados para dedicar su vida al servicio público y, desde muy pequeños, aprendieron a convivir con la política y el poder.
"No Quiero Perdedores"
La historia de los Kennedy se teje con la misma mano. Los padres del numeroso clan, Joseph P. y Rose, siempre expresaron el amor a sus hijos transmitiéndoles sus altas expectativas e imponiéndoles muchas normas.
Para el patriarca lo más importante era ser un aporte para la sociedad y, en ese empeño, ahorró gran parte de su sueldo en un fondo de inversiones para que sus hijos no tuvieran que preocuparse de ganar dinero, sino, más bien, dedicar su vida al servicio público.
En 1938 Joe obtuvo el trabajo de sus sueños. El Presidente Franklin D. Roosevelt lo nombró embajador de Estados Unidos en el Reino Unido.
Junto a él partieron su esposa y sus hijos: Joseph Jr., John F., Rosemary, Kathleen, Eunice, Patricia, Robert o "Bobby", Jean y Edward o "Ted".
La prensa se encargó de seguir durante dos años a cada uno de los integrantes de la prole para capturar alguna foto. Los muchachos se acostumbraron en Londres a la exposición pública, a la fama y a relacionarse en círculos de poder.
Ya en ese entonces los ojos de Joe estaban puestos en los varones de más edad: Joseph Jr. y John. La presión sobre los más pequeños, Bobby y Teddy, vendría más tarde.
La máxima aspiración del padre de familia era que algún día los niños asumieran un alto cargo público. Algunos autores describen la mesa de los Kennedy como una "sala de clase", en la que Rose y Joe se empeñaban en interrogar a sus hijos.
Los progenitores comparaban a los hermanos constantemente y eso provocó que los niños Kennedy siempre compitieran entre sí.
Una vez de vuelta en los EE.UU., Joseph P. y Rose Kennedy siguieron inculcando en sus hijos los mismos valores.
Pese a que los muchachos tuvieron toda clase de comodidades, la vida para ellos no fue siempre fácil: la exigencia que imponían los padres a veces se les hacía cuesta arriba. "No quiero perdedores en la familia", solía repetir Joseph P.
La madre, Rose, también era estricta: tenía un decálogo de reglas que ninguno de sus hijos se atrevía a romper. Todos los hermanos tenían que levantarse e irse a la cama a la misma hora todos los días.
El horario de la cena, por ejemplo, era siempre a las 19.30 y los temas de conversación que se trataban en la mesa siempre alentaban las creencias políticas.
En aquellas charlas se cimentó la ideología de cada uno de los Kennedy, un clan que hasta el día de hoy es tal vez el más influyente del Partido Demócrata.
El modelo de educación empujó a los hermanos Kennedy para asumir roles sociales y políticos relevantes para la historia de Estados Unidos.
En Chile, algunas décadas más tarde, dos familias numerosas también criarían a sus hijos con un fuerte énfasis en la educación cívica: los Frei y los Piñera, castas fundadoras de la Democracia Cristiana.
Los niños crecieron con personajes públicos sentados en la mesa, desde pequeños escucharon hablar de política y aprendieron a relacionarse con el poder. Hoy en día los clanes se enfrentan en la campaña presidencial.
Por El Mercurio.
En 1930, Estados Unidos, Nueva York, un matrimonio almuerza con sus nueve hijos, de entre 2 y 15 años. El padre de familia es Joseph P., conocido con el apodo de "Joe", empresario y político de 42 años.
Ella es Rose, dueña de casa (40). En el comedor hay una mesa especial para los hermanos mayores donde se discute de política, actualidad, literatura. "Haz algo meritorio con tu vida", les suele repetir el padre a los niños.
John, el segundo de los hermanos, en 1960 se convertiría en Presidente de Estados Unidos a los 43 años. La quinta, Eunice, que falleció el martes a los 88, pasó a la historia como la fundadora de los Juegos Olímpicos Especiales.
Robert, el séptimo de los hermanos Kennedy, llegó a ganar las primarias de California para la candidatura a la Presidencia en 1968.
El más pequeño, Edward "Ted", se convirtió en senador del Estado de Massachussetts en 1962, cargo que desempeña hasta hoy.
Los niños fueron educados para dedicar su vida al servicio público y, desde muy pequeños, aprendieron a convivir con la política y el poder.
"No Quiero Perdedores"
La historia de los Kennedy se teje con la misma mano. Los padres del numeroso clan, Joseph P. y Rose, siempre expresaron el amor a sus hijos transmitiéndoles sus altas expectativas e imponiéndoles muchas normas.
Para el patriarca lo más importante era ser un aporte para la sociedad y, en ese empeño, ahorró gran parte de su sueldo en un fondo de inversiones para que sus hijos no tuvieran que preocuparse de ganar dinero, sino, más bien, dedicar su vida al servicio público.
En 1938 Joe obtuvo el trabajo de sus sueños. El Presidente Franklin D. Roosevelt lo nombró embajador de Estados Unidos en el Reino Unido.
Junto a él partieron su esposa y sus hijos: Joseph Jr., John F., Rosemary, Kathleen, Eunice, Patricia, Robert o "Bobby", Jean y Edward o "Ted".
La prensa se encargó de seguir durante dos años a cada uno de los integrantes de la prole para capturar alguna foto. Los muchachos se acostumbraron en Londres a la exposición pública, a la fama y a relacionarse en círculos de poder.
Ya en ese entonces los ojos de Joe estaban puestos en los varones de más edad: Joseph Jr. y John. La presión sobre los más pequeños, Bobby y Teddy, vendría más tarde.
La máxima aspiración del padre de familia era que algún día los niños asumieran un alto cargo público. Algunos autores describen la mesa de los Kennedy como una "sala de clase", en la que Rose y Joe se empeñaban en interrogar a sus hijos.
Los progenitores comparaban a los hermanos constantemente y eso provocó que los niños Kennedy siempre compitieran entre sí.
Una vez de vuelta en los EE.UU., Joseph P. y Rose Kennedy siguieron inculcando en sus hijos los mismos valores.
Pese a que los muchachos tuvieron toda clase de comodidades, la vida para ellos no fue siempre fácil: la exigencia que imponían los padres a veces se les hacía cuesta arriba. "No quiero perdedores en la familia", solía repetir Joseph P.
La madre, Rose, también era estricta: tenía un decálogo de reglas que ninguno de sus hijos se atrevía a romper. Todos los hermanos tenían que levantarse e irse a la cama a la misma hora todos los días.
El horario de la cena, por ejemplo, era siempre a las 19.30 y los temas de conversación que se trataban en la mesa siempre alentaban las creencias políticas.
En aquellas charlas se cimentó la ideología de cada uno de los Kennedy, un clan que hasta el día de hoy es tal vez el más influyente del Partido Demócrata.
El modelo de educación empujó a los hermanos Kennedy para asumir roles sociales y políticos relevantes para la historia de Estados Unidos.
En Chile, algunas décadas más tarde, dos familias numerosas también criarían a sus hijos con un fuerte énfasis en la educación cívica: los Frei y los Piñera, castas fundadoras de la Democracia Cristiana.
Los niños crecieron con personajes públicos sentados en la mesa, desde pequeños escucharon hablar de política y aprendieron a relacionarse con el poder. Hoy en día los clanes se enfrentan en la campaña presidencial.