Por Neva Milicic, sicóloga.
Hay lugares en que al entrar se respira tranquilidad, paz y alegría; en otros, se respira tensión, crítica, rechazo y frialdad.
Una niñita de once años le comentaba a su mamá: “Me encanta ir donde mi madrina porque su casa es como calentita, siento que me quieren y que están contentos de verme”.
En su libro “Educar para las emociones, educar para la vida”, la psiquiatra infantil Amanda Céspedes resalta la importancia de los ambientes emocionalmente seguros para que los niños crezcan con confianza en sí mismos y se sientan protegidos emocionalmente.
Ella describe las siguientes características para que este clima de seguridad emocional se dé.
—Sentirse aceptado en forma incondicional. Esta característica que se destaca desde hace décadas como un elemento fundamental en el desarrollo de personalidades sanas es, sin duda, un ingrediente que aporta al niño seguridad emocional.
—Una segunda característica de estos ambientes sería el que los niños se sienten amados en forma explícita. La mayor parte de los padres quieren a sus hijos, pero no siempre saben expresarlo.
Es necesario explicitarlo lo más auténticamente posible, cómo y cuánto se quiere a los hijos para que tengan una sólida base de sustentación afectiva.
—Ser respetado en forma irrestricta. A veces se piensa que por que los niños son pequeños no se afectan tanto cuando se los critica. Ser tratado con respeto es una forma de que el niño aprenda también a tratar bien a los demás.
Presionar excesivamente a un niño para hacer cosas para las cuales no está suficientemente preparado o llamarle la atención en público, especialmente frente a sus amigos, son también formas de no respetarlo.
Además, es necesario respetar sus derechos a jugar, a tener fobia a algún alimento y no obligarlo compulsivamente a comer.
—Recibir cotidianamente reconocimiento y valoración. Como en la infancia se está formando el autoconcepto, los niños necesitan recibir de las personas que le son significativas una valoración positiva de sus acciones, de sus logros y de los esfuerzos que despliegan para aprender.
Todo ello contribuye a que un niño crezca en un ambiente emocionalmente seguro y se perciba visibilizado como una persona competente y capaz.
Para ello, los padres y los adultos a cargo tienen que desarrollar una actitud de centrarse en las fortalezas y virtudes del niño más que en sus carencias o en los problemas que pueda presentar.
Así un niño se sentirá bien tratado y esta experiencia personal le servirá de sustento para convertirse en una persona segura de sí mismo.
—Ser protegido y amparado en toda circunstancia. El niño o la niña debe sentirse cuidado por los adultos que son sus referentes.
En este sentido, la negligencia y el maltrato, por supuesto, son factores absolutamente incompatibles con un ambiente emocionalmente seguro.
En la medida en que los niños no tienen consciencia del riesgo necesitan de los adultos una actitud atenta para desarrollar sus juegos y satisfacer sus necesidades infantiles, para lo cual es necesario prevenir los riesgos.
Quien ha sido cuidado interiorizará la necesidad de cuidarse y aprenderá a cuidar a una nueva generación.
—Ser escuchado y confortado en situaciones emocionalmente difíciles. Los niños con frecuencia atraviesan crisis emocionales, algunas de las cuales son muy evidentes para los adultos a cargo, como cuando se muere su querida mascota; pero hay otras situaciones en que los adultos tienden a minimizar el impacto, como cuando no son invitados a un cumpleaños o se les rompe un juguete.
Son en estas ocasiones cuando necesitan sentirse acogidos y consolados para superar estas situaciones.
Nunca será suficiente insistir en la importancia de aprender a escuchar a los hijos.
Un niño que es escuchado aprenderá que sus padres están disponibles para él o ella y así, cuando esté en un problema grande o pequeño, tendrá confianza en recurrir a ellos, porque se sentirá comprendido.
Pocas cosas hacen sentir más seguro que ser escuchado de manera comprensiva.
Hay lugares en que al entrar se respira tranquilidad, paz y alegría; en otros, se respira tensión, crítica, rechazo y frialdad.
Una niñita de once años le comentaba a su mamá: “Me encanta ir donde mi madrina porque su casa es como calentita, siento que me quieren y que están contentos de verme”.
En su libro “Educar para las emociones, educar para la vida”, la psiquiatra infantil Amanda Céspedes resalta la importancia de los ambientes emocionalmente seguros para que los niños crezcan con confianza en sí mismos y se sientan protegidos emocionalmente.
Ella describe las siguientes características para que este clima de seguridad emocional se dé.
—Sentirse aceptado en forma incondicional. Esta característica que se destaca desde hace décadas como un elemento fundamental en el desarrollo de personalidades sanas es, sin duda, un ingrediente que aporta al niño seguridad emocional.
—Una segunda característica de estos ambientes sería el que los niños se sienten amados en forma explícita. La mayor parte de los padres quieren a sus hijos, pero no siempre saben expresarlo.
Es necesario explicitarlo lo más auténticamente posible, cómo y cuánto se quiere a los hijos para que tengan una sólida base de sustentación afectiva.
—Ser respetado en forma irrestricta. A veces se piensa que por que los niños son pequeños no se afectan tanto cuando se los critica. Ser tratado con respeto es una forma de que el niño aprenda también a tratar bien a los demás.
Presionar excesivamente a un niño para hacer cosas para las cuales no está suficientemente preparado o llamarle la atención en público, especialmente frente a sus amigos, son también formas de no respetarlo.
Además, es necesario respetar sus derechos a jugar, a tener fobia a algún alimento y no obligarlo compulsivamente a comer.
—Recibir cotidianamente reconocimiento y valoración. Como en la infancia se está formando el autoconcepto, los niños necesitan recibir de las personas que le son significativas una valoración positiva de sus acciones, de sus logros y de los esfuerzos que despliegan para aprender.
Todo ello contribuye a que un niño crezca en un ambiente emocionalmente seguro y se perciba visibilizado como una persona competente y capaz.
Para ello, los padres y los adultos a cargo tienen que desarrollar una actitud de centrarse en las fortalezas y virtudes del niño más que en sus carencias o en los problemas que pueda presentar.
Así un niño se sentirá bien tratado y esta experiencia personal le servirá de sustento para convertirse en una persona segura de sí mismo.
—Ser protegido y amparado en toda circunstancia. El niño o la niña debe sentirse cuidado por los adultos que son sus referentes.
En este sentido, la negligencia y el maltrato, por supuesto, son factores absolutamente incompatibles con un ambiente emocionalmente seguro.
En la medida en que los niños no tienen consciencia del riesgo necesitan de los adultos una actitud atenta para desarrollar sus juegos y satisfacer sus necesidades infantiles, para lo cual es necesario prevenir los riesgos.
Quien ha sido cuidado interiorizará la necesidad de cuidarse y aprenderá a cuidar a una nueva generación.
—Ser escuchado y confortado en situaciones emocionalmente difíciles. Los niños con frecuencia atraviesan crisis emocionales, algunas de las cuales son muy evidentes para los adultos a cargo, como cuando se muere su querida mascota; pero hay otras situaciones en que los adultos tienden a minimizar el impacto, como cuando no son invitados a un cumpleaños o se les rompe un juguete.
Son en estas ocasiones cuando necesitan sentirse acogidos y consolados para superar estas situaciones.
Nunca será suficiente insistir en la importancia de aprender a escuchar a los hijos.
Un niño que es escuchado aprenderá que sus padres están disponibles para él o ella y así, cuando esté en un problema grande o pequeño, tendrá confianza en recurrir a ellos, porque se sentirá comprendido.
Pocas cosas hacen sentir más seguro que ser escuchado de manera comprensiva.