Mayores Tasas de Depresión, Ansiedad y Abuso de Sustancias. Se supone que tienen todo para ser felices, pero no lo son. Expertos explican por qué.
Por Daniela Mohor W. El Mercurio.
Un día después de atender a su última paciente, la psicóloga Madeline Levine, quien lleva tres décadas atendiendo en el selecto condado de Marín, en el norte de San Francisco, se sentó en su sillón y se sorprendió al borde de las lágrimas.
"La niña de 15 años que acababa de abandonar mi oficina era inteligente, linda, estaba muy presionada por sus acomodados padres -que la adoraban pero andaban muy frecuentemente ensimismados-, y muy enojada.
Había usado una gillette para grabar la palabra 'vacía' en su antebrazo izquierdo. (...) Traté de imaginarme lo intensamente infeliz que debía haberse sentido mi joven paciente como para dejar marcada a sangre su angustia en la piel", cuenta la doctora en "The price of privilege: How parental pressure and material advantage are creating a generation of disconnected and unhappy kids.
("El precio del privilegio: cómo la presión parental y el bienestar material están creando una generación de niños desconectados e infelices"), que fue best seller del New York Times.
El episodio marcó un antes y un después para esta psicóloga clínica que trabaja en una comunidad de clase media alta de los suburbios norteamericanos.
Ese día reparó en la existencia de un fenómeno nuevo: cada vez más acudían a su consulta jóvenes del grupo socioeconómico alto con importantes desórdenes emocionales.
Adicciones, ansiedad, depresión, trastornos alimentarios y comportamientos autodestructivos se estaban convirtiendo en realidades corrientes entre esos adolescentes privilegiados.
"Hasta hace ocho o diez años, veía muchos niños que tenían los típicos problemas de la adolescencia, ya sea uso de drogas o depresión.
Pero tenían los síntomas de la depresión: mala higiene, su rendimiento había bajado en el colegio y estaban desconectados de su familia.
Ahora cada vez más los niños que llegan a mi consulta son adolescentes que se ven bien: tienen buenas notas, lideran su equipo de deporte o son presidentes del curso, es decir, que no están desconectados, y no se ven deprimidos.
Pero sí lo están", explica la doctora Levine desde Estados Unidos.
Agrega: "Son niños que tienen todo tipo de habilidades sociales y de bienes materiales, que tienen acceso a buenos colegios y muchas oportunidades educativas, pero que están desesperadamente infelices porque se sienten vacíos".
Madeline Levine quiso investigar por qué. Y no es la única. En los últimos años, han aparecido en Estados Unidos distintas investigaciones que comparan la salud mental y los índices de felicidad de los adolescentes según su realidad socioeconómica.
Y la tendencia que más se ha destacado es que los menos favorecidos económicamente no son necesariamente los menos felices.
La referencia cuando se habla de este fenómeno -que ha llevado a la publicación de distintos libros- es el trabajo realizado por la profesora de psicología y educación de la Universidad de Columbia, Sunyia Luthar.
Hace diez años, Luthar empezó a observar el desarrollo de los adolescentes en sectores pobres y ricos a través de grupos de distintas edades.
Lo que encontró llamó la atención de los expertos: los adolescentes que vivían en los suburbios y con familias cuyo ingreso promedio era de 120 mil dólares anuales presentaban tasas de depresión, ansiedad y abuso de sustancias más altas que cualquier otro grupo socioeconómico.
"Hemos sido un poco negligentes al asumir que los niños privilegiados eran inmunes al malestar emocional y a la victimización", declaró Sunyia Luthar cuando se hicieron públicos los resultados de ese estudio.
"El dolor trasciende la demografía y el ingreso familiar".
Adolescentes Sin Modelo
A partir de la información de la profesora Luthar y de entrevistas con psicólogos y psiquiatras del país, Madeline Levine decidió buscar respuestas a una pregunta básica: ¿por qué estos niños que tienen tantas oportunidades de vida lo están pasando tan mal?
"Lo que dice la investigación y la experiencia clínica es que esos niños están tremendamente estresados, sienten que permanentemente pesan sobre ellos expectativas desmedidas y eso desde muy chicos.
Son niños que tienen padres sobreinvolucrados en las cosas equivocadas y subinvolucrados en las cosas importantes, como asegurarse de que su hijo juegue, duerma bien, coma tres veces al día.
Todas esas necesidades básicas de la infancia empezaron a ser ignoradas a medida que los padres se volvieron más y más ansiosos respecto del éxito de sus hijos.
Y al mismo tiempo, la definición del éxito se restringió hasta significar exclusivamente éxito académico y, en algunos casos, éxito en los deportes.
Éste es un problema que se está viendo en todos los países desarrollados en los que los bienes materiales se hicieron muy accesibles y la estructura familiar se debilitó", explica la doctora Levine.
En Chile, no existen datos precisos al respecto. Pero los especialistas locales también han notado un aumento en la insatisfacción de los adolescentes privilegiados.
"No sé si es más que en otros sectores sociales, pero uno puede observar altos grados de ansiedad, inquietud e insatisfacción en los adolescentes de mayores recursos económicos.
Chile, además, tiene valores de consumo de marihuana y alcohol en jóvenes altos respecto al resto de América Latina", asegura Eduardo Nicholls, psicólogo especialista en adolescentes y miembro del Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Según Nicholls, el principal problema está en que los adolescentes acomodados de hoy no cuentan con un modelo. "Son jóvenes que no tienen referentes. Cada vez más están desencantados con sus padres.
No quieren tener su vida, porque los ven exitosos económicamente y profesionalmente, pero estresados y trabajólicos. Sus padres le ponen mucho énfasis en tener éxito y logro, entonces ellos se sienten muy exigidos en eso, se insegurizan y dicen no quiero eso.
Eso genera un vacío y los adultos no les hemos dado una orientación que les ayude a llenar ese vacío".
La consecuencia: adolescentes que recurren a lo que los psicólogos llaman "actuaciones", es decir que se dedican al carrete y a conductas de riesgo para obtener gratificación inmediata, sentir que están "haciendo" algo o tener emociones fuertes que llenan el vacío que sienten y les hace olvidarse de su malestar.
"En sus momentos más tranquilos, están en la confusión, no tienen ninguna meta, ningún norte, entonces viene la angustia", explica Nicholls.
La falta de tiempo para la reflexión es un punto crucial. Y según la doctora Levine se cruza con el problema de la presión por el éxito.
"Nuestra cultura se ha enfocado en el éxito que se mide fácilmente y nos hemos olvidado que para mucha gente éste pasa más por el tener buenas relaciones interpersonales, contar con un sistema de apoyo y un sentido de autenticidad; tiene que ver con saber quién es uno, con tener un sentido de sí mismo.
Si un niño va siete horas al colegio, luego entrena tres o cuatro más en algún deporte, más tarde hace sus tareas y además tiene una clase de piano, no tiene tiempo para desarrollar su propio sentido de sí mismo.
Convertirse en una persona requiere cierta introspección y reflexión y estos niños no cuentan con el tiempo para hacerlo".
Tanta presión, agrega, ha contribuido a la aparición de las más altas tasas de suicidio y depresión infantil en décadas y en una brutal desconexión entre padre e hijos.
"Existe investigación que muestra que hay altos niveles de desconexión en las familias de clase media alta, lo que siempre sorprende porque ahí se ven muchos de los llamados padres-helicóptero que viven pendientes de sus hijos.
Pero lo que pasa es que no están pendientes de lo que los conecta realmente con sus hijos. Los padres de ese segmento son personas que trabajan mucho para estar donde están y tienen una vida social muy activa.
Se sienten conectados con sus niños porque los llevan a miles de actividades, pero no se dan el tiempo, por ejemplo, de comer con ellos el viernes o el sábado en la noche y simplemente de conversar.
Entonces, sus hijos se sienten desconectados de ellos porque no están emocionalmente presentes".
Niños al Centro del Universo
Los especialistas también aseguran que los padres tienden a educar a sus hijos dándoles la idea de que son el centro del universo.
Son poco coherentes en su manera de actuar y si bien les pueden exigir mucho en lo académico, en otros ámbitos de la vida, les cuesta ponerles límites.
El hecho de que las parejas tengan menos hijos y, por lo tanto, puedan prestarle más atención a cada uno paradójicamente no sólo habría sido positivo.
De la misma manera, las altas tasas de divorcios y, en Estados Unidos, el hecho de que las parejas vivan muchas veces lejos de su familia de origen hace que los padres se sientan más solos.
Concentran entonces toda su vida emocional en los hijos. "Si una madre le da a un hijo una importancia tremenda, porque su matrimonio no es bueno o porque se siente sola, es muy difícil para ella disciplinarlo, porque eso implica un quiebre.
A los niños no les gusta que uno les ponga límites y si uno pone todas sus emociones en su hijo, entonces no podrá tolerar que no esté contento", explica la doctora Levine.
Estos niños, señala, nunca aprenden a enfrentar un desafío y el resultado es que no cuentan con algunas de las habilidades básicas que se necesita para manejarse en la vida, como la resiliencia, la colaboración, la tolerancia a la frustración.
"En algún minuto de su vida, se van a topar con algún problema y no están preparados para resolverlo".
Muriel Halpern, psiquiatra de la Unidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile, coincide.
Dice ver en su consulta privada muchos adolescentes con dificultades para adaptarse al mundo que los rodea, en parte porque los padres los sobreprotegen y buscan que cumplan con características muy específicas de lo que ellos consideran un niño exitoso.
"La búsqueda de la identidad es una acción activa, entonces si tú les das a los niños esa identidad calada, como ocurre en nuestras comunidades más cerradas, no hay una exploración más activa.
Ellos se quedan, por lo tanto, con una visión más constreñida del mundo y les cuesta adaptarse a lo distinto y lo nuevo. Hoy existe una mala mezcla de control, exigencia y permisividad. No se les permite a los niños buscar un camino más autónomo".
Otra consecuencia es el aumento del egocentrismo y narcisismo. Una investigación realizada recientemente por la profesora de psicología de la San Diego State University, Jean M. Twenge, indicó que en Estados Unidos, en las últimas generaciones, uno de cada cuatro estudiantes de "college" tiene un alto grado de narcisismo, mientras en 1985 la cifra no superaba el uno de cada siete.
Esos rasgos narcisistas, dicen los expertos, generan una serie de problemas en los adolescentes: tienden a ser malqueridos por sus pares y les cuesta establecer relaciones interpersonales significativas.
"Tenemos esta cultura posmoderna que señala un mayor egocentrismo y omnipotencia. Eso lleva a que a los adolescentes se les haga más difícil tener relaciones de intimidad. Cuando están en el grupo regular, en la misma sintonía, no hay problema.
Pero sí tienen dificultades en desarrollar relaciones más profundas, no sólo de pareja, sino de amistades más genuinas. Eso les genera angustia porque se sienten solos", dice Muriel Halpern.
Rescatar el Sentido Común
Desde la publicación de su libro en 2006, Madeline Levine ha recorrido todo Estados Unidos y también ha viajado al extranjero para presentarlo (el libro ha sido traducido al español y al chino).
Y asegura que gran parte de su éxito se debe a que la mayoría de la gente está consciente del origen de las dificultades que enfrentan hoy los adolescentes acomodados. Lo que falta ahora es tomar medidas para remediar a esta situación.
"Cuando los padres vienen a mi consulta empiezo diciéndoles cosas que mi abuela habría sabido porque son de sentido común.
Por ejemplo, que el niño no puede tener tres actividades extraprogramáticas al día, sino que sólo una y que comer con ellos es importante", dice la doctora Levine.
La psiquiatra Muriel Halpern cree, además, que los padres tienen que aprender a percibir mejor lo que les puede estar pasando a sus hijos.
"Tienen que sentarse tranquilos a pensar y a mirar a sus hijos de un modo desprejuiciado, y eso significa también no verlos como buenos y perfectos, porque muchas veces es una pantalla.
Tienen que escuchar las señales que les dan los adolescentes y no basarse sólo en el parámetro de resultados para evaluar si el niño está bien", dice.
El psicólogo Eduardo Nicholls insiste en que conectarse con los hijos no requiere de mucho esfuerzo. "Lo más importante es que como papás tenemos que entregar un mensaje más coherente a los hijos.
Todos queremos tener logros, pero tenemos que equilibrar eso con tener tiempo de buena calidad con nuestros hijos.
Por ejemplo, salir a caminar o a andar en bicicleta. Recuperar un espacio de intimidad con ellos no requiere ni un gran viaje, ni una gran producción, sino que cosas simples como tener un tiempo de conversación, estar ahí", concluye.
Por Daniela Mohor W. El Mercurio.
Un día después de atender a su última paciente, la psicóloga Madeline Levine, quien lleva tres décadas atendiendo en el selecto condado de Marín, en el norte de San Francisco, se sentó en su sillón y se sorprendió al borde de las lágrimas.
"La niña de 15 años que acababa de abandonar mi oficina era inteligente, linda, estaba muy presionada por sus acomodados padres -que la adoraban pero andaban muy frecuentemente ensimismados-, y muy enojada.
Había usado una gillette para grabar la palabra 'vacía' en su antebrazo izquierdo. (...) Traté de imaginarme lo intensamente infeliz que debía haberse sentido mi joven paciente como para dejar marcada a sangre su angustia en la piel", cuenta la doctora en "The price of privilege: How parental pressure and material advantage are creating a generation of disconnected and unhappy kids.
("El precio del privilegio: cómo la presión parental y el bienestar material están creando una generación de niños desconectados e infelices"), que fue best seller del New York Times.
El episodio marcó un antes y un después para esta psicóloga clínica que trabaja en una comunidad de clase media alta de los suburbios norteamericanos.
Ese día reparó en la existencia de un fenómeno nuevo: cada vez más acudían a su consulta jóvenes del grupo socioeconómico alto con importantes desórdenes emocionales.
Adicciones, ansiedad, depresión, trastornos alimentarios y comportamientos autodestructivos se estaban convirtiendo en realidades corrientes entre esos adolescentes privilegiados.
"Hasta hace ocho o diez años, veía muchos niños que tenían los típicos problemas de la adolescencia, ya sea uso de drogas o depresión.
Pero tenían los síntomas de la depresión: mala higiene, su rendimiento había bajado en el colegio y estaban desconectados de su familia.
Ahora cada vez más los niños que llegan a mi consulta son adolescentes que se ven bien: tienen buenas notas, lideran su equipo de deporte o son presidentes del curso, es decir, que no están desconectados, y no se ven deprimidos.
Pero sí lo están", explica la doctora Levine desde Estados Unidos.
Agrega: "Son niños que tienen todo tipo de habilidades sociales y de bienes materiales, que tienen acceso a buenos colegios y muchas oportunidades educativas, pero que están desesperadamente infelices porque se sienten vacíos".
Madeline Levine quiso investigar por qué. Y no es la única. En los últimos años, han aparecido en Estados Unidos distintas investigaciones que comparan la salud mental y los índices de felicidad de los adolescentes según su realidad socioeconómica.
Y la tendencia que más se ha destacado es que los menos favorecidos económicamente no son necesariamente los menos felices.
La referencia cuando se habla de este fenómeno -que ha llevado a la publicación de distintos libros- es el trabajo realizado por la profesora de psicología y educación de la Universidad de Columbia, Sunyia Luthar.
Hace diez años, Luthar empezó a observar el desarrollo de los adolescentes en sectores pobres y ricos a través de grupos de distintas edades.
Lo que encontró llamó la atención de los expertos: los adolescentes que vivían en los suburbios y con familias cuyo ingreso promedio era de 120 mil dólares anuales presentaban tasas de depresión, ansiedad y abuso de sustancias más altas que cualquier otro grupo socioeconómico.
"Hemos sido un poco negligentes al asumir que los niños privilegiados eran inmunes al malestar emocional y a la victimización", declaró Sunyia Luthar cuando se hicieron públicos los resultados de ese estudio.
"El dolor trasciende la demografía y el ingreso familiar".
Adolescentes Sin Modelo
A partir de la información de la profesora Luthar y de entrevistas con psicólogos y psiquiatras del país, Madeline Levine decidió buscar respuestas a una pregunta básica: ¿por qué estos niños que tienen tantas oportunidades de vida lo están pasando tan mal?
"Lo que dice la investigación y la experiencia clínica es que esos niños están tremendamente estresados, sienten que permanentemente pesan sobre ellos expectativas desmedidas y eso desde muy chicos.
Son niños que tienen padres sobreinvolucrados en las cosas equivocadas y subinvolucrados en las cosas importantes, como asegurarse de que su hijo juegue, duerma bien, coma tres veces al día.
Todas esas necesidades básicas de la infancia empezaron a ser ignoradas a medida que los padres se volvieron más y más ansiosos respecto del éxito de sus hijos.
Y al mismo tiempo, la definición del éxito se restringió hasta significar exclusivamente éxito académico y, en algunos casos, éxito en los deportes.
Éste es un problema que se está viendo en todos los países desarrollados en los que los bienes materiales se hicieron muy accesibles y la estructura familiar se debilitó", explica la doctora Levine.
En Chile, no existen datos precisos al respecto. Pero los especialistas locales también han notado un aumento en la insatisfacción de los adolescentes privilegiados.
"No sé si es más que en otros sectores sociales, pero uno puede observar altos grados de ansiedad, inquietud e insatisfacción en los adolescentes de mayores recursos económicos.
Chile, además, tiene valores de consumo de marihuana y alcohol en jóvenes altos respecto al resto de América Latina", asegura Eduardo Nicholls, psicólogo especialista en adolescentes y miembro del Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Según Nicholls, el principal problema está en que los adolescentes acomodados de hoy no cuentan con un modelo. "Son jóvenes que no tienen referentes. Cada vez más están desencantados con sus padres.
No quieren tener su vida, porque los ven exitosos económicamente y profesionalmente, pero estresados y trabajólicos. Sus padres le ponen mucho énfasis en tener éxito y logro, entonces ellos se sienten muy exigidos en eso, se insegurizan y dicen no quiero eso.
Eso genera un vacío y los adultos no les hemos dado una orientación que les ayude a llenar ese vacío".
La consecuencia: adolescentes que recurren a lo que los psicólogos llaman "actuaciones", es decir que se dedican al carrete y a conductas de riesgo para obtener gratificación inmediata, sentir que están "haciendo" algo o tener emociones fuertes que llenan el vacío que sienten y les hace olvidarse de su malestar.
"En sus momentos más tranquilos, están en la confusión, no tienen ninguna meta, ningún norte, entonces viene la angustia", explica Nicholls.
La falta de tiempo para la reflexión es un punto crucial. Y según la doctora Levine se cruza con el problema de la presión por el éxito.
"Nuestra cultura se ha enfocado en el éxito que se mide fácilmente y nos hemos olvidado que para mucha gente éste pasa más por el tener buenas relaciones interpersonales, contar con un sistema de apoyo y un sentido de autenticidad; tiene que ver con saber quién es uno, con tener un sentido de sí mismo.
Si un niño va siete horas al colegio, luego entrena tres o cuatro más en algún deporte, más tarde hace sus tareas y además tiene una clase de piano, no tiene tiempo para desarrollar su propio sentido de sí mismo.
Convertirse en una persona requiere cierta introspección y reflexión y estos niños no cuentan con el tiempo para hacerlo".
Tanta presión, agrega, ha contribuido a la aparición de las más altas tasas de suicidio y depresión infantil en décadas y en una brutal desconexión entre padre e hijos.
"Existe investigación que muestra que hay altos niveles de desconexión en las familias de clase media alta, lo que siempre sorprende porque ahí se ven muchos de los llamados padres-helicóptero que viven pendientes de sus hijos.
Pero lo que pasa es que no están pendientes de lo que los conecta realmente con sus hijos. Los padres de ese segmento son personas que trabajan mucho para estar donde están y tienen una vida social muy activa.
Se sienten conectados con sus niños porque los llevan a miles de actividades, pero no se dan el tiempo, por ejemplo, de comer con ellos el viernes o el sábado en la noche y simplemente de conversar.
Entonces, sus hijos se sienten desconectados de ellos porque no están emocionalmente presentes".
Niños al Centro del Universo
Los especialistas también aseguran que los padres tienden a educar a sus hijos dándoles la idea de que son el centro del universo.
Son poco coherentes en su manera de actuar y si bien les pueden exigir mucho en lo académico, en otros ámbitos de la vida, les cuesta ponerles límites.
El hecho de que las parejas tengan menos hijos y, por lo tanto, puedan prestarle más atención a cada uno paradójicamente no sólo habría sido positivo.
De la misma manera, las altas tasas de divorcios y, en Estados Unidos, el hecho de que las parejas vivan muchas veces lejos de su familia de origen hace que los padres se sientan más solos.
Concentran entonces toda su vida emocional en los hijos. "Si una madre le da a un hijo una importancia tremenda, porque su matrimonio no es bueno o porque se siente sola, es muy difícil para ella disciplinarlo, porque eso implica un quiebre.
A los niños no les gusta que uno les ponga límites y si uno pone todas sus emociones en su hijo, entonces no podrá tolerar que no esté contento", explica la doctora Levine.
Estos niños, señala, nunca aprenden a enfrentar un desafío y el resultado es que no cuentan con algunas de las habilidades básicas que se necesita para manejarse en la vida, como la resiliencia, la colaboración, la tolerancia a la frustración.
"En algún minuto de su vida, se van a topar con algún problema y no están preparados para resolverlo".
Muriel Halpern, psiquiatra de la Unidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile, coincide.
Dice ver en su consulta privada muchos adolescentes con dificultades para adaptarse al mundo que los rodea, en parte porque los padres los sobreprotegen y buscan que cumplan con características muy específicas de lo que ellos consideran un niño exitoso.
"La búsqueda de la identidad es una acción activa, entonces si tú les das a los niños esa identidad calada, como ocurre en nuestras comunidades más cerradas, no hay una exploración más activa.
Ellos se quedan, por lo tanto, con una visión más constreñida del mundo y les cuesta adaptarse a lo distinto y lo nuevo. Hoy existe una mala mezcla de control, exigencia y permisividad. No se les permite a los niños buscar un camino más autónomo".
Otra consecuencia es el aumento del egocentrismo y narcisismo. Una investigación realizada recientemente por la profesora de psicología de la San Diego State University, Jean M. Twenge, indicó que en Estados Unidos, en las últimas generaciones, uno de cada cuatro estudiantes de "college" tiene un alto grado de narcisismo, mientras en 1985 la cifra no superaba el uno de cada siete.
Esos rasgos narcisistas, dicen los expertos, generan una serie de problemas en los adolescentes: tienden a ser malqueridos por sus pares y les cuesta establecer relaciones interpersonales significativas.
"Tenemos esta cultura posmoderna que señala un mayor egocentrismo y omnipotencia. Eso lleva a que a los adolescentes se les haga más difícil tener relaciones de intimidad. Cuando están en el grupo regular, en la misma sintonía, no hay problema.
Pero sí tienen dificultades en desarrollar relaciones más profundas, no sólo de pareja, sino de amistades más genuinas. Eso les genera angustia porque se sienten solos", dice Muriel Halpern.
Rescatar el Sentido Común
Desde la publicación de su libro en 2006, Madeline Levine ha recorrido todo Estados Unidos y también ha viajado al extranjero para presentarlo (el libro ha sido traducido al español y al chino).
Y asegura que gran parte de su éxito se debe a que la mayoría de la gente está consciente del origen de las dificultades que enfrentan hoy los adolescentes acomodados. Lo que falta ahora es tomar medidas para remediar a esta situación.
"Cuando los padres vienen a mi consulta empiezo diciéndoles cosas que mi abuela habría sabido porque son de sentido común.
Por ejemplo, que el niño no puede tener tres actividades extraprogramáticas al día, sino que sólo una y que comer con ellos es importante", dice la doctora Levine.
La psiquiatra Muriel Halpern cree, además, que los padres tienen que aprender a percibir mejor lo que les puede estar pasando a sus hijos.
"Tienen que sentarse tranquilos a pensar y a mirar a sus hijos de un modo desprejuiciado, y eso significa también no verlos como buenos y perfectos, porque muchas veces es una pantalla.
Tienen que escuchar las señales que les dan los adolescentes y no basarse sólo en el parámetro de resultados para evaluar si el niño está bien", dice.
El psicólogo Eduardo Nicholls insiste en que conectarse con los hijos no requiere de mucho esfuerzo. "Lo más importante es que como papás tenemos que entregar un mensaje más coherente a los hijos.
Todos queremos tener logros, pero tenemos que equilibrar eso con tener tiempo de buena calidad con nuestros hijos.
Por ejemplo, salir a caminar o a andar en bicicleta. Recuperar un espacio de intimidad con ellos no requiere ni un gran viaje, ni una gran producción, sino que cosas simples como tener un tiempo de conversación, estar ahí", concluye.