Por Neva Milicic, sicóloga.
Es normal que en ocasiones los niños tengan sentimientos de indefensión, pero cuando ellos son muy intensos y frecuentes, pueden llegar a tener un impacto muy negativo en el desarrollo de su personalidad.
Los tradicionales y conocidos trabajos del psicólogo americano Martín Seligman, han puesto en evidencia que las personas sean niños o adultos, cuando sienten que no tienen control acerca de lo que les está sucediendo, experimentan perturbaciones en el plano emocional pero también en sus respuestas cognitivas y en sus comportamientos.
Cuando los niños se sienten indefensos, tienden a volverse pasivos, encuentran dificultad en resolver problemas que a su edad debieran ser sencillos de enfrentar.
Comienzan a presentar déficits motivacionales, en la medida que perciben que con sus respuestas no logran controlar la situación.
Por el contrario cuando el niño(a) experimenta la sensación de que sus acciones logran un efecto positivo en el ambiente y que si se esfuerza consigue resultados, lógicamente estará motivado a continuar esforzándose y respondiendo activamente a los desafíos del medio.
La falta de motivación es con frecuencia resultado de la percepción de fracaso en obtener lo que se buscaba a pesar de los esfuerzos realizados.
Un niño que siente que las demandas superan sus competencias verá disminuida su capacidad de aprender, ya que no hay motivación para iniciar respuestas voluntarias.
Denise contaba que ella había tenido un cuadro disléxico a raíz del cual confundía las letras y no lograba comprender las lecturas que la profesora daba. La familia atribuía sus dificultades a flojera y la castigaba severamente.
Ella desarrolló secundariamente una fobia a la lectura y relataba que aún cuando a veces conocía las respuestas, era tal la magnitud del bloqueo que no lograba articular respuesta alguna.
La indefensión produce lo que se ha llamado una disposición cognitiva negativa, que retrasa la capacidad de aprender y que es lo que le sucedió a Denise y a muchos niños con dificultades escolares; la falta de éxito en el aprendizaje, los paraliza.
Frente a las exigencias escolares se sienten incompetentes y acorralados y presentan una severa sensación de desorganización emocional que —además de disminuir la motivación por aprender— les aumenta la emotividad y la claridad perceptiva.
La sensación de sentirse indefensos, se da también en niños cuyas familias son altamente impredecibles y que actúan en forma descontrolada.
Sin duda, el maltrato físico o psicológico es la forma más extrema de hacer que los niños se sientan indefensos ante adultos que debieran ser sus figuras protectoras.
Los niños maltratados presentan con frecuencia severas perturbaciones emocionales como ansiedad o depresión. Y esto no es una reacción exclusivamente psicológica sino que tiene un concomitante biológico.
Cuando las personas están expuestas a situaciones que sienten incontrolables, presentan un déficit de la norepinefrina que es un neurotransmisor, cuya falla se asocia a cuadros depresivos.
En síntesis, si un niño aprende que sus respuestas no tienen efecto positivo en el ambiente disminuye su interés por aprender.
Por el contrario, si experimenta que sus respuestas son exitosas en lograr ciertos efectos positivos su actitud será más proactiva.
En este sentido es importante que la familia les dé espacios a sus hijos para que en las diferentes situaciones a que está expuesto tenga la sensación de que sus opiniones y lo que hace es tomado en cuenta y que puede influir en lo que sucede.
Los ambientes impredecibles, las exigencias no adecuadas a las capacidades, y las inconsistencias generan en los niños sentimientos de estar indefensos, lo que afecta su salud mental y que puede tener consecuencias en su vida adulta, ya que liberarse de los sentimientos de indefensión adquiridos en la infancia es una tarea difícil.
Es normal que en ocasiones los niños tengan sentimientos de indefensión, pero cuando ellos son muy intensos y frecuentes, pueden llegar a tener un impacto muy negativo en el desarrollo de su personalidad.
Los tradicionales y conocidos trabajos del psicólogo americano Martín Seligman, han puesto en evidencia que las personas sean niños o adultos, cuando sienten que no tienen control acerca de lo que les está sucediendo, experimentan perturbaciones en el plano emocional pero también en sus respuestas cognitivas y en sus comportamientos.
Cuando los niños se sienten indefensos, tienden a volverse pasivos, encuentran dificultad en resolver problemas que a su edad debieran ser sencillos de enfrentar.
Comienzan a presentar déficits motivacionales, en la medida que perciben que con sus respuestas no logran controlar la situación.
Por el contrario cuando el niño(a) experimenta la sensación de que sus acciones logran un efecto positivo en el ambiente y que si se esfuerza consigue resultados, lógicamente estará motivado a continuar esforzándose y respondiendo activamente a los desafíos del medio.
La falta de motivación es con frecuencia resultado de la percepción de fracaso en obtener lo que se buscaba a pesar de los esfuerzos realizados.
Un niño que siente que las demandas superan sus competencias verá disminuida su capacidad de aprender, ya que no hay motivación para iniciar respuestas voluntarias.
Denise contaba que ella había tenido un cuadro disléxico a raíz del cual confundía las letras y no lograba comprender las lecturas que la profesora daba. La familia atribuía sus dificultades a flojera y la castigaba severamente.
Ella desarrolló secundariamente una fobia a la lectura y relataba que aún cuando a veces conocía las respuestas, era tal la magnitud del bloqueo que no lograba articular respuesta alguna.
La indefensión produce lo que se ha llamado una disposición cognitiva negativa, que retrasa la capacidad de aprender y que es lo que le sucedió a Denise y a muchos niños con dificultades escolares; la falta de éxito en el aprendizaje, los paraliza.
Frente a las exigencias escolares se sienten incompetentes y acorralados y presentan una severa sensación de desorganización emocional que —además de disminuir la motivación por aprender— les aumenta la emotividad y la claridad perceptiva.
La sensación de sentirse indefensos, se da también en niños cuyas familias son altamente impredecibles y que actúan en forma descontrolada.
Sin duda, el maltrato físico o psicológico es la forma más extrema de hacer que los niños se sientan indefensos ante adultos que debieran ser sus figuras protectoras.
Los niños maltratados presentan con frecuencia severas perturbaciones emocionales como ansiedad o depresión. Y esto no es una reacción exclusivamente psicológica sino que tiene un concomitante biológico.
Cuando las personas están expuestas a situaciones que sienten incontrolables, presentan un déficit de la norepinefrina que es un neurotransmisor, cuya falla se asocia a cuadros depresivos.
En síntesis, si un niño aprende que sus respuestas no tienen efecto positivo en el ambiente disminuye su interés por aprender.
Por el contrario, si experimenta que sus respuestas son exitosas en lograr ciertos efectos positivos su actitud será más proactiva.
En este sentido es importante que la familia les dé espacios a sus hijos para que en las diferentes situaciones a que está expuesto tenga la sensación de que sus opiniones y lo que hace es tomado en cuenta y que puede influir en lo que sucede.
Los ambientes impredecibles, las exigencias no adecuadas a las capacidades, y las inconsistencias generan en los niños sentimientos de estar indefensos, lo que afecta su salud mental y que puede tener consecuencias en su vida adulta, ya que liberarse de los sentimientos de indefensión adquiridos en la infancia es una tarea difícil.