Por Neva Milicic, sicóloga.
Es un tema recurrente en las familias escuchar quejas como las de la mamá de Raúl, que decía: “Lograr que empiece a hacer cualquier tarea me cuesta un triunfo.
El problema empieza en la mañana, que se levante es una batalla, que ordene su pieza significa una pelea, que haga las tareas significa discusiones y llantos.
Tengo la sensación de estar empujándolo el día completo para que haga lo que tiene que hacer, mientras él opone toda la resistencia posible.
Por él pasaría en cama todo el día, echado, viendo televisión, y no cumpliría con ninguna de sus obligaciones”.
A veces nos cuesta empatizar con la resistencia que tienen los niños y los adolescentes para ponerse a la tarea, pero es bueno recordar que la mayoría de las personas tienen una cierta tendencia a la inercia psicológica, que se manifiesta, especialmente, en la postergación del inicio de trabajos que son difíciles, aburridos o bien que requieren de mucho tiempo y energía.
En esa medida se van acumulando pendientes en la conciencia, con el peso de los yo debería. Por ejemplo: yo debería ordenar los clósets, pedir hora al dentista o hacer gimnasia.
Para los niños que naturalmente están regidos más por el principio del placer que por el del deber, les resulta más difícil poner manos a la obra frente a tareas que les parecen tan poco atractivas y, por lo tanto, poco motivadoras.
Y es esperable que así sea. Sin embargo, es necesario ir paulatinamente enseñándoles a asumir sus responsabilidades, ya que es en la infancia y en la adolescencia cuando se va a escribir el primer guión acerca de cuál será la actitud frente al cumplimiento de las metas y las obligaciones, y el nivel de compromiso que se tendrá frente a las diferentes tareas que es necesario enfrentar en la vida.
A los adultos de hoy nos resuena el haber sido socializados con la máxima: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”.
Algo que resulta tremendamente facilitador en la organización de los trabajos y que sin duda puede llevar a una alta productividad.
Pero hay que tener cuidado que no se transforme en una actitud un poco agobiante y que impida darse permiso para disfrutar la vida. Es necesario mantener los equilibrios.
Hay niños que son postergadores natos, para quienes cualquier argumento resulta bueno para no empezar a hacer lo que tienen que hacer o para interrumpir, dejando a medias lo recién comenzado y postergar el término de manera indefinida
Para ayudar a los niños a dejar de posponer, es necesario tener la sabiduría y el autocontrol para no estigmatizarlos diciéndole que son flojos, ya que ello agravará el problema y tenderá a consolidar esta actitud.
Hay que ayudarlos a través del logro de metas pequeñas, con ello tendrán la percepción de que va avanzando y terminando cosas, lo que puede ser en sí mismo muy reforzante.
Señalar “Ya has terminado dos capítulos, te queda menos”, le da más sensación de logro que decir: “todavía te quedan diez”.
Dividir las tareas en metas a corto, mediano y largo plazo ayuda a impedir que se junten cosas pendientes y que el hacerlas resulte algo abrumador.
Ponerse en la tarea y no acumular pendientes es un aprendizaje que debe empezar temprano y que debe inculcarse en un momento propicio, cuando el niño esté calmado y abierto a aprender y no —como suele suceder— en un momento en que por un mal resultado están todos ofuscados.
A veces los niños cuando están agobiados pueden reconocer que requieren de ayuda y ése puede ser un momento muy apropiado.
Enfatizar lo bien que se siente cuando logra terminar algo con éxito, cuando han tenido un logro o un avance, favorece en los niños la sensación de autoeficacia, que es esencial para romper la inercia psicológica que todos tenemos frente a algunas tareas que nos resultan abrumadoras.
Es un tema recurrente en las familias escuchar quejas como las de la mamá de Raúl, que decía: “Lograr que empiece a hacer cualquier tarea me cuesta un triunfo.
El problema empieza en la mañana, que se levante es una batalla, que ordene su pieza significa una pelea, que haga las tareas significa discusiones y llantos.
Tengo la sensación de estar empujándolo el día completo para que haga lo que tiene que hacer, mientras él opone toda la resistencia posible.
Por él pasaría en cama todo el día, echado, viendo televisión, y no cumpliría con ninguna de sus obligaciones”.
A veces nos cuesta empatizar con la resistencia que tienen los niños y los adolescentes para ponerse a la tarea, pero es bueno recordar que la mayoría de las personas tienen una cierta tendencia a la inercia psicológica, que se manifiesta, especialmente, en la postergación del inicio de trabajos que son difíciles, aburridos o bien que requieren de mucho tiempo y energía.
En esa medida se van acumulando pendientes en la conciencia, con el peso de los yo debería. Por ejemplo: yo debería ordenar los clósets, pedir hora al dentista o hacer gimnasia.
Para los niños que naturalmente están regidos más por el principio del placer que por el del deber, les resulta más difícil poner manos a la obra frente a tareas que les parecen tan poco atractivas y, por lo tanto, poco motivadoras.
Y es esperable que así sea. Sin embargo, es necesario ir paulatinamente enseñándoles a asumir sus responsabilidades, ya que es en la infancia y en la adolescencia cuando se va a escribir el primer guión acerca de cuál será la actitud frente al cumplimiento de las metas y las obligaciones, y el nivel de compromiso que se tendrá frente a las diferentes tareas que es necesario enfrentar en la vida.
A los adultos de hoy nos resuena el haber sido socializados con la máxima: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”.
Algo que resulta tremendamente facilitador en la organización de los trabajos y que sin duda puede llevar a una alta productividad.
Pero hay que tener cuidado que no se transforme en una actitud un poco agobiante y que impida darse permiso para disfrutar la vida. Es necesario mantener los equilibrios.
Hay niños que son postergadores natos, para quienes cualquier argumento resulta bueno para no empezar a hacer lo que tienen que hacer o para interrumpir, dejando a medias lo recién comenzado y postergar el término de manera indefinida
Para ayudar a los niños a dejar de posponer, es necesario tener la sabiduría y el autocontrol para no estigmatizarlos diciéndole que son flojos, ya que ello agravará el problema y tenderá a consolidar esta actitud.
Hay que ayudarlos a través del logro de metas pequeñas, con ello tendrán la percepción de que va avanzando y terminando cosas, lo que puede ser en sí mismo muy reforzante.
Señalar “Ya has terminado dos capítulos, te queda menos”, le da más sensación de logro que decir: “todavía te quedan diez”.
Dividir las tareas en metas a corto, mediano y largo plazo ayuda a impedir que se junten cosas pendientes y que el hacerlas resulte algo abrumador.
Ponerse en la tarea y no acumular pendientes es un aprendizaje que debe empezar temprano y que debe inculcarse en un momento propicio, cuando el niño esté calmado y abierto a aprender y no —como suele suceder— en un momento en que por un mal resultado están todos ofuscados.
A veces los niños cuando están agobiados pueden reconocer que requieren de ayuda y ése puede ser un momento muy apropiado.
Enfatizar lo bien que se siente cuando logra terminar algo con éxito, cuando han tenido un logro o un avance, favorece en los niños la sensación de autoeficacia, que es esencial para romper la inercia psicológica que todos tenemos frente a algunas tareas que nos resultan abrumadoras.