Por Neva Milicic, sicóloga.
Educar a los hijos es sin duda una aventura apasionante, pero no por ello está exenta de dificultades, porque así como los padres perfectos no existen, tampoco los hijos son perfectos y tampoco el entorno actual es especialmente favorable para educar a los hijos.
Quien sostenga que la crianza de los hijos es una tarea fácil, simplemente miente o más bien es de un optimismo patológico.
Uno de los problemas que con frecuencia complica la relación entre los padres y sus hijos, es que los niños al igual que la mayoría de las personas, quieren hacer lo que quieren hacer y muchas veces ello no coincide en lo que los padres esperan que haga o deje de hacer.
Así, cuando el padre espera que los niños o los adolescentes estudien, ellos preferirían sentarse a ver televisión; cuando la madre quiere que coman verduras, ellos quieren un poco saludable helado de chocolate.
Y podríamos multiplicar en forma infinita los ejemplos en relación a las diferencias de expectativas de unos y otros.
Convencer a los niños de que hay que hacer lo que hay que hacer, supone escuchar sus razones, dialogar y argumentar.
Por supuesto, esto provoca en muchas ocasiones resistencia a las propuestas y a las ideas de los padres, que podrá manifestarse en forma activa en una actitud rechazante o en una resistencia pasiva, como por ejemplo hacer como que estudian mientras están realmente con la cabeza en otra parte rumiando sus rabias.
De partida y para empezar a conversar, el primer desafío de los padres es conseguir que le presten atención y esto no resulta fácil si los niños se encuentran concentrados en otra actividad, por lo que hay que conseguir de buenas maneras que atiendan.
A veces es aconsejable —si es posible— darles un pequeño espacio de tiempo para terminar lo que estaban haciendo antes de interrumpirlos.
Por ejemplo, es mejor decirle: “termina de pintar tu dibujo y ven a conversar conmigo que quiero pedirte algo”, que gritarle: “deja de pintar y ponte a leer el libro que tiene para el viernes”.
La primera frase crea una natural curiosidad en el niño y no lo interrumpe en forma tan abrupta de lo que estaba haciendo, dejándolo en una mejor disposición para aceptar su proposición para aprender; ya que la rebeldía pone en una disposición cognitiva negativa, lo que es un obstáculo para el aprendizaje.
Si se consigue que el niño le preste atención, el segundo paso es lograr mantenerla. Son preferibles los argumentos cortos a los cuales el niño tenga la posibilidad de responder que largos sermones, porque si no puede suceder que la imaginación del niño vuele hacia otros lugares.
Una manera eficiente de conseguir atención es buscarles la mirada. La atención es contacto visual por lo que es más probable que el niño procese lo que usted le está diciendo si están comunicados por la mirada. Es muy difícil no prestar atención a alguien que te mira fijamente a los ojos.
La primera actitud frente a cualquier petición de cambio de conducta —en dirección hacia algo que le pudiera significar un mayor esfuerzo— es la resistencia inicial.
Probablemente, y no se extrañe, usted se encontrará con una actitud poco abierta y una tendencia a rebatir lo que le propone por sabia y razonable que sea su propuesta.
Así, por ejemplo, si le sugiere que ordene el escritorio antes de empezar a trabajar, porque de esa forma le será más fácil encontrar los materiales que necesita, no es de extrañar que le responda: “Yo estudio mejor cuando el escritorio está desordenado. Ordenar me hace perder tiempo”.
Las ideas toman tiempo en ser asimiladas por los niños y es importante que el perciba apertura a sus argumentos. Con un estilo más democrático los niños aprenden a negociar.
No se trata de ceder en todos los planos, pero sí considerar sus opiniones a la hora de tomar decisiones, fijando límites. “Ciertamente entiendo que te gustaría chatear ahora, pero tendrás media hora para hacerlo, si terminas tus tareas antes de la hora de comida”.
Empatizar con sus deseos y necesidades, facilita la comprensión de las demandas de sus padres. Se encontrará en un estado de ánimo más receptivo, si se ha sentido respetado y acogido en sus argumentos.
Educar a los hijos es sin duda una aventura apasionante, pero no por ello está exenta de dificultades, porque así como los padres perfectos no existen, tampoco los hijos son perfectos y tampoco el entorno actual es especialmente favorable para educar a los hijos.
Quien sostenga que la crianza de los hijos es una tarea fácil, simplemente miente o más bien es de un optimismo patológico.
Uno de los problemas que con frecuencia complica la relación entre los padres y sus hijos, es que los niños al igual que la mayoría de las personas, quieren hacer lo que quieren hacer y muchas veces ello no coincide en lo que los padres esperan que haga o deje de hacer.
Así, cuando el padre espera que los niños o los adolescentes estudien, ellos preferirían sentarse a ver televisión; cuando la madre quiere que coman verduras, ellos quieren un poco saludable helado de chocolate.
Y podríamos multiplicar en forma infinita los ejemplos en relación a las diferencias de expectativas de unos y otros.
Convencer a los niños de que hay que hacer lo que hay que hacer, supone escuchar sus razones, dialogar y argumentar.
Por supuesto, esto provoca en muchas ocasiones resistencia a las propuestas y a las ideas de los padres, que podrá manifestarse en forma activa en una actitud rechazante o en una resistencia pasiva, como por ejemplo hacer como que estudian mientras están realmente con la cabeza en otra parte rumiando sus rabias.
De partida y para empezar a conversar, el primer desafío de los padres es conseguir que le presten atención y esto no resulta fácil si los niños se encuentran concentrados en otra actividad, por lo que hay que conseguir de buenas maneras que atiendan.
A veces es aconsejable —si es posible— darles un pequeño espacio de tiempo para terminar lo que estaban haciendo antes de interrumpirlos.
Por ejemplo, es mejor decirle: “termina de pintar tu dibujo y ven a conversar conmigo que quiero pedirte algo”, que gritarle: “deja de pintar y ponte a leer el libro que tiene para el viernes”.
La primera frase crea una natural curiosidad en el niño y no lo interrumpe en forma tan abrupta de lo que estaba haciendo, dejándolo en una mejor disposición para aceptar su proposición para aprender; ya que la rebeldía pone en una disposición cognitiva negativa, lo que es un obstáculo para el aprendizaje.
Si se consigue que el niño le preste atención, el segundo paso es lograr mantenerla. Son preferibles los argumentos cortos a los cuales el niño tenga la posibilidad de responder que largos sermones, porque si no puede suceder que la imaginación del niño vuele hacia otros lugares.
Una manera eficiente de conseguir atención es buscarles la mirada. La atención es contacto visual por lo que es más probable que el niño procese lo que usted le está diciendo si están comunicados por la mirada. Es muy difícil no prestar atención a alguien que te mira fijamente a los ojos.
La primera actitud frente a cualquier petición de cambio de conducta —en dirección hacia algo que le pudiera significar un mayor esfuerzo— es la resistencia inicial.
Probablemente, y no se extrañe, usted se encontrará con una actitud poco abierta y una tendencia a rebatir lo que le propone por sabia y razonable que sea su propuesta.
Así, por ejemplo, si le sugiere que ordene el escritorio antes de empezar a trabajar, porque de esa forma le será más fácil encontrar los materiales que necesita, no es de extrañar que le responda: “Yo estudio mejor cuando el escritorio está desordenado. Ordenar me hace perder tiempo”.
Las ideas toman tiempo en ser asimiladas por los niños y es importante que el perciba apertura a sus argumentos. Con un estilo más democrático los niños aprenden a negociar.
No se trata de ceder en todos los planos, pero sí considerar sus opiniones a la hora de tomar decisiones, fijando límites. “Ciertamente entiendo que te gustaría chatear ahora, pero tendrás media hora para hacerlo, si terminas tus tareas antes de la hora de comida”.
Empatizar con sus deseos y necesidades, facilita la comprensión de las demandas de sus padres. Se encontrará en un estado de ánimo más receptivo, si se ha sentido respetado y acogido en sus argumentos.