Por Neva Milicic, sicóloga.
Que la emociones influyen en el cómo aprenden los niños parece de perogrullo, sin embargo no parece tomarse suficientemente en cuenta al momento de enseñar.
Más aún, a veces los adultos, al perder la paciencia, actúan justamente en oposición a lo que la evidencia científica estaría demostrando.
A la luz de las investigaciones parece claro que cuando el niño se siente acorralado por el temor a no aprender y por las amenazas de castigo, se le altera el funcionamiento del hipocampo, con lo que se disminuyen las capacidades de aprender.
Las emociones están descritas como el motor del actuar de las personas. La decisión de hacer o dejar de hacer algo está fuertemente influida por lo que las personas sienten.
Aquello que despierta en los niños emociones positivas es altamente valorado y a su vez las emociones están determinadas por la experiencia.
El niño que es reconocido por sus habilidades para pintar tendrá una actitud positiva cada vez que se le solicita dibujar.
El que juega al fútbol y es seleccionado y reconocido, tendrá por cierto una actitud favorable a todo lo que se relacione con el deporte.
Si por el contrario, sus experiencias no son exitosas irá adquiriendo un sentimiento de falta de autoeficacia, lo que le producirá desánimo acerca de su posibilidad de aprender y, por lo tanto, el niño enfrentará las experiencias educativas con una disposición negativa.
Lo significativo es que estas experiencias no sólo marcan al niño psicológicamente ya que tienen repercusiones emocionales, sino que impactan el funcionamiento a nivel cerebral.
Las emociones negativas asociadas al aprendizaje tienen un tremendo impacto negativo, no sólo en la posibilidad de aprender en el momento en que está estudiando, sino que a futuro.
Por ejemplo, si usted grita a un niño porque no se concentra, el niño tendrá miedo porque se sentirá amenazado, y las amenazas producen además de miedo, rabia.
La conducta que gatilla los gritos y las amenazas es el temor, la tendencia a paralizarse y una actitud de aversión ante lo que debería aprender.
Las experiencias de fracaso están marcadas por una fuerte sensación de no querer estar ahí. La capacidad de aprendizaje se verá así interferida, y si la experiencia se repite, quedará instalada una memoria emocional negativa en relación con el aprendizaje.
Los efectos de la memoria emocional negativa es que cada vez que el niño enfrenta una situación de aprendizaje, ella se activa y el niño enfrenta la nueva situación, como una mochila de angustia que perturba y disminuye las posibilidades de aprender.
Cuando las situaciones difíciles en relación al aprendizaje se hacen crónicas, o bien, son extraordinariamente traumáticas, como el maltrato físico o psicológico, está demostrado que dañan las competencias para aprender.
Por el contrario, cuando la situación de aprendizaje es de bienestar y se produce en una atmósfera nutritiva, la experiencia dejará una memoria emocional positiva, producto de la sensación de bienestar.
Cuando un niño se siente bien, cuando está aprendiendo, se activa la zona de las emociones positivas que está en el hemisferio izquierdo.
Por lo tanto, esa experiencia será no sólo positiva en el “aquí y el ahora” del aprender, sino que se harán más sinapsis en esa zona.
A la inversa, cuando se siente incompetente en la situación de aprendizaje, la corteza prefrontal derecha es la que se activa, que es el centro de las emociones negativas.
Recuerde que cuando crea emociones positivas en relación con el aprendizaje no sólo facilita al niño en su aprendizaje académico, sino que favorece el desarrollo de competencias emocionales que influirán positivamente en su sensación de bienestar.
Que la emociones influyen en el cómo aprenden los niños parece de perogrullo, sin embargo no parece tomarse suficientemente en cuenta al momento de enseñar.
Más aún, a veces los adultos, al perder la paciencia, actúan justamente en oposición a lo que la evidencia científica estaría demostrando.
A la luz de las investigaciones parece claro que cuando el niño se siente acorralado por el temor a no aprender y por las amenazas de castigo, se le altera el funcionamiento del hipocampo, con lo que se disminuyen las capacidades de aprender.
Las emociones están descritas como el motor del actuar de las personas. La decisión de hacer o dejar de hacer algo está fuertemente influida por lo que las personas sienten.
Aquello que despierta en los niños emociones positivas es altamente valorado y a su vez las emociones están determinadas por la experiencia.
El niño que es reconocido por sus habilidades para pintar tendrá una actitud positiva cada vez que se le solicita dibujar.
El que juega al fútbol y es seleccionado y reconocido, tendrá por cierto una actitud favorable a todo lo que se relacione con el deporte.
Si por el contrario, sus experiencias no son exitosas irá adquiriendo un sentimiento de falta de autoeficacia, lo que le producirá desánimo acerca de su posibilidad de aprender y, por lo tanto, el niño enfrentará las experiencias educativas con una disposición negativa.
Lo significativo es que estas experiencias no sólo marcan al niño psicológicamente ya que tienen repercusiones emocionales, sino que impactan el funcionamiento a nivel cerebral.
Las emociones negativas asociadas al aprendizaje tienen un tremendo impacto negativo, no sólo en la posibilidad de aprender en el momento en que está estudiando, sino que a futuro.
Por ejemplo, si usted grita a un niño porque no se concentra, el niño tendrá miedo porque se sentirá amenazado, y las amenazas producen además de miedo, rabia.
La conducta que gatilla los gritos y las amenazas es el temor, la tendencia a paralizarse y una actitud de aversión ante lo que debería aprender.
Las experiencias de fracaso están marcadas por una fuerte sensación de no querer estar ahí. La capacidad de aprendizaje se verá así interferida, y si la experiencia se repite, quedará instalada una memoria emocional negativa en relación con el aprendizaje.
Los efectos de la memoria emocional negativa es que cada vez que el niño enfrenta una situación de aprendizaje, ella se activa y el niño enfrenta la nueva situación, como una mochila de angustia que perturba y disminuye las posibilidades de aprender.
Cuando las situaciones difíciles en relación al aprendizaje se hacen crónicas, o bien, son extraordinariamente traumáticas, como el maltrato físico o psicológico, está demostrado que dañan las competencias para aprender.
Por el contrario, cuando la situación de aprendizaje es de bienestar y se produce en una atmósfera nutritiva, la experiencia dejará una memoria emocional positiva, producto de la sensación de bienestar.
Cuando un niño se siente bien, cuando está aprendiendo, se activa la zona de las emociones positivas que está en el hemisferio izquierdo.
Por lo tanto, esa experiencia será no sólo positiva en el “aquí y el ahora” del aprender, sino que se harán más sinapsis en esa zona.
A la inversa, cuando se siente incompetente en la situación de aprendizaje, la corteza prefrontal derecha es la que se activa, que es el centro de las emociones negativas.
Recuerde que cuando crea emociones positivas en relación con el aprendizaje no sólo facilita al niño en su aprendizaje académico, sino que favorece el desarrollo de competencias emocionales que influirán positivamente en su sensación de bienestar.