Son familias que se cansaron de las compras maratónicas y del "amigo secreto" y escogieron cambiar los paquetes de regalos por paseos en familia o intercambiar cartas, dibujos y buenos deseos en la noche del 24 de diciembre.
Por Jennifer Abate, La Tercera.
Que ya lo único que importa son los regalos, que se ha perdido el verdadero sentido, que ya no es como antes...
Cada vez que la Navidad aparece en el horizonte, vuelve a surgir el debate sobre qué hacer o cómo evitar que por estas fechas todo se transforme en una carrera desesperada por encontrar y pagar muchas cosas que regalar el 24 de diciembre.
Eso mismo pensó, hace ya un tiempo, un grupo de familias que no se conocen entre sí, pero que por opción decidieron no salir a comprar nada para Navidad y, por ende, no entregar paquetes envueltos en papel de regalo esa noche.
A cambio, surgió en una de ellas la idea de regalar buenos deseos, en otra hacer una especie de malón entre la familia y en una tercera, con niños de 13 y 17, cambiar los juguetes y MP3 por paseos.
Hasta el momento, dicen, todos están contentos o, al menos, nadie ha reclamado por el nuevo sistema.
Es el caso de Carolina Cares (24), para quien este será el tercer año sin regalos. "La Navidad es una fiesta para que los más chicos reciban cosas y como todos somos adultos, decidimos encontrar una forma novedosa de compartir", cuenta.
Así, se dieron cuenta de que la cocina es una de las tradiciones significativas en la familia y decidieron que compartirla era la mejor forma de celebrar: Carolina y su pololo, con quien vive hace un año, se suman al verdadero desfile de elaborados platos en que su familia ha convertido la Navidad.
Cada invitado -tíos, hermanos, papás, suegros- debe aportar un plato especial para la comida familiar.
"Al final, lo importante del regalo es el cariño, y esto ha funcionado muy bien, porque se nota el esfuerzo de todos por encontrar recetas choras y preparar un plato bonito", asegura.
La familia del empresario André Araya (33) vivió un proceso distinto. Como nunca estuvieron de acuerdo con la imposición de regalar para la Navidad, probaron el sistema del "Amigo secreto".
Pero hace una buen tiempo decidieron que lo mejor era una vía más radical: "Siempre nos negamos al consumismo, así es que hasta hace siete u ocho años jugábamos al amigo secreto, pero un día decidimos no hacernos más regalos y juntar esa plata para armar una canasta y entregarla a una persona que realmente lo necesitara".
Así de simple fue el tránsito para ellos. "Desde que empezamos a crecer, visualizamos que todo era demasiado comercial, y ahí fue cuando esto se convirtió realmente en una fiesta familiar", dice Araya, quien ahora, además de la canasta a gente que no conoce, adoptaron una nueva tradición: regalar cajitas con buenos deseos entre la familia.
Una manera de celebrar en la que, además, participan su suegra y su cuñada, que viven con él. "Para ellas ha sido un cambio muy positivo, y creo que todos experimentamos esta fiesta mucho más intensamente".
Similar proceso vivieron en la casa de María de la Luz Domínguez (44), donde los regalos siempre fueron sólo para los niños.
"Pero llega un punto en que ni siquiera los niños valoran los paquetes, porque tienen y reciben demasiadas cosas", cuenta María de la Luz, quien aboga por una Navidad donde compartir en familia sea lo más importante.
En esos términos, este año sus hijos de 13 y 17 años no recibirán nada envuelto con motivos pascueros. A cambio, tendrán un paseo familiar a Fantasilandia.
"Un regalo material jamás es la mejor opción, porque nunca puedes estar completamente seguro de lo que la otra persona quiere o necesita. Si es por comprar cosas, se pueden comprar en cualquier otro momento del año, cuando realmente se necesiten, no cuando estén particularmente caras, como en esta fecha", argumenta.
¿Y SI LOS NIÑOS ESPERAN AL VIEJO PASCUERO?
Una cosa es que los adultos no se regalen. De hecho, es un proceso fácil: tiene una línea de pensamiento medianamente razonable, ya que no creen en el Viejito Pascuero.
Con los niños ocurre todo lo contrario: todo pasa por el Viejito Pascuero y no hay razón para que deje de pasar por ahí.
Tanto así, que todo el escenario de André Araya podría variar con la llegada de su primer hijo.
No sabe qué decisión tomará, si darle o no regalos, pero tiene claro que su desafío es "darle a mi hijo el equilibrio entre vivir con niños de familias que piensan diferente, sin sentirse marginado, y entender que lo principal de la fiesta no son los regalos".
Pero quizás lo ayude la experiencia de Rosa Godoy (55), en cuya casa la última vez que hubo regalos fue cuando el menor de sus hijos tenía 10 años, de eso hacen ya siete años.
"¿40 regalos para hijos, primos y sobrinos? Era una locura. Llegó un momento en que dijimos hasta aquí no más llegamos y hablamos con toda la familia y les planteamos que la nuestra había optado por no hacer más regalos y que no nos molestaba dejar de recibirlos", relata.
Desde ese momento, las cosas cambiaron, dice, y pudieron comenzar a vivir la Navidad como siempre habían querido: en familia, sin estrés y jugando al amigo secreto en el que intercambian cartas, dibujos o poemas.
En contra de lo que se pudiera pensar, Rosa cuenta que sus niños (hoy de 17, 18, 20 y 22 años) no se hicieron ningún problema por ser una excepción el 24 de diciembre y no abrir ningún regalo.
Por Jennifer Abate, La Tercera.
Que ya lo único que importa son los regalos, que se ha perdido el verdadero sentido, que ya no es como antes...
Cada vez que la Navidad aparece en el horizonte, vuelve a surgir el debate sobre qué hacer o cómo evitar que por estas fechas todo se transforme en una carrera desesperada por encontrar y pagar muchas cosas que regalar el 24 de diciembre.
Eso mismo pensó, hace ya un tiempo, un grupo de familias que no se conocen entre sí, pero que por opción decidieron no salir a comprar nada para Navidad y, por ende, no entregar paquetes envueltos en papel de regalo esa noche.
A cambio, surgió en una de ellas la idea de regalar buenos deseos, en otra hacer una especie de malón entre la familia y en una tercera, con niños de 13 y 17, cambiar los juguetes y MP3 por paseos.
Hasta el momento, dicen, todos están contentos o, al menos, nadie ha reclamado por el nuevo sistema.
Es el caso de Carolina Cares (24), para quien este será el tercer año sin regalos. "La Navidad es una fiesta para que los más chicos reciban cosas y como todos somos adultos, decidimos encontrar una forma novedosa de compartir", cuenta.
Así, se dieron cuenta de que la cocina es una de las tradiciones significativas en la familia y decidieron que compartirla era la mejor forma de celebrar: Carolina y su pololo, con quien vive hace un año, se suman al verdadero desfile de elaborados platos en que su familia ha convertido la Navidad.
Cada invitado -tíos, hermanos, papás, suegros- debe aportar un plato especial para la comida familiar.
"Al final, lo importante del regalo es el cariño, y esto ha funcionado muy bien, porque se nota el esfuerzo de todos por encontrar recetas choras y preparar un plato bonito", asegura.
La familia del empresario André Araya (33) vivió un proceso distinto. Como nunca estuvieron de acuerdo con la imposición de regalar para la Navidad, probaron el sistema del "Amigo secreto".
Pero hace una buen tiempo decidieron que lo mejor era una vía más radical: "Siempre nos negamos al consumismo, así es que hasta hace siete u ocho años jugábamos al amigo secreto, pero un día decidimos no hacernos más regalos y juntar esa plata para armar una canasta y entregarla a una persona que realmente lo necesitara".
Así de simple fue el tránsito para ellos. "Desde que empezamos a crecer, visualizamos que todo era demasiado comercial, y ahí fue cuando esto se convirtió realmente en una fiesta familiar", dice Araya, quien ahora, además de la canasta a gente que no conoce, adoptaron una nueva tradición: regalar cajitas con buenos deseos entre la familia.
Una manera de celebrar en la que, además, participan su suegra y su cuñada, que viven con él. "Para ellas ha sido un cambio muy positivo, y creo que todos experimentamos esta fiesta mucho más intensamente".
Similar proceso vivieron en la casa de María de la Luz Domínguez (44), donde los regalos siempre fueron sólo para los niños.
"Pero llega un punto en que ni siquiera los niños valoran los paquetes, porque tienen y reciben demasiadas cosas", cuenta María de la Luz, quien aboga por una Navidad donde compartir en familia sea lo más importante.
En esos términos, este año sus hijos de 13 y 17 años no recibirán nada envuelto con motivos pascueros. A cambio, tendrán un paseo familiar a Fantasilandia.
"Un regalo material jamás es la mejor opción, porque nunca puedes estar completamente seguro de lo que la otra persona quiere o necesita. Si es por comprar cosas, se pueden comprar en cualquier otro momento del año, cuando realmente se necesiten, no cuando estén particularmente caras, como en esta fecha", argumenta.
¿Y SI LOS NIÑOS ESPERAN AL VIEJO PASCUERO?
Una cosa es que los adultos no se regalen. De hecho, es un proceso fácil: tiene una línea de pensamiento medianamente razonable, ya que no creen en el Viejito Pascuero.
Con los niños ocurre todo lo contrario: todo pasa por el Viejito Pascuero y no hay razón para que deje de pasar por ahí.
Tanto así, que todo el escenario de André Araya podría variar con la llegada de su primer hijo.
No sabe qué decisión tomará, si darle o no regalos, pero tiene claro que su desafío es "darle a mi hijo el equilibrio entre vivir con niños de familias que piensan diferente, sin sentirse marginado, y entender que lo principal de la fiesta no son los regalos".
Pero quizás lo ayude la experiencia de Rosa Godoy (55), en cuya casa la última vez que hubo regalos fue cuando el menor de sus hijos tenía 10 años, de eso hacen ya siete años.
"¿40 regalos para hijos, primos y sobrinos? Era una locura. Llegó un momento en que dijimos hasta aquí no más llegamos y hablamos con toda la familia y les planteamos que la nuestra había optado por no hacer más regalos y que no nos molestaba dejar de recibirlos", relata.
Desde ese momento, las cosas cambiaron, dice, y pudieron comenzar a vivir la Navidad como siempre habían querido: en familia, sin estrés y jugando al amigo secreto en el que intercambian cartas, dibujos o poemas.
En contra de lo que se pudiera pensar, Rosa cuenta que sus niños (hoy de 17, 18, 20 y 22 años) no se hicieron ningún problema por ser una excepción el 24 de diciembre y no abrir ningún regalo.