Por Neva Milicic, psicóloga.
Sin duda que los niños participen en la reconstrucción del país, intentando disminuir los daños ocasionados por el terremoto del 27 de febrero, es una oportunidad para desarrollar en ellos valores como el altruismo, la generosidad y la cooperación.
También puede ser un aprendizaje de cómo ser efectivos al momento de ayudar.
Muchas veces existe la tentación frente a los problemas y a las adversidades de dar vuelta la página lo más pronto posible y tratar de olvidar lo sucedido, como si nada hubiera pasado.
Una catástrofe de la envergadura de lo sucedido, no permite una solución tan fácil y sería muy dañino intentarlo siquiera, ya que incentivaría la superficialidad, la disociación y la falta de compromiso.
¿Qué se puede hacer entonces, para que los niños —y por qué no los adultos— puedan recuperarse, ir superando progresivamente las secuelas y salir de esta dolorosa experiencia convertidos en mejores personas?
Hemos oído en forma reiterada que el terremoto mostró lo mejor y lo peor de los chilenos.
Hemos visto a niños pequeños abrir sus alcancías, jóvenes retirar escombros, familias acudir en la ayuda de otros y a muchísimas personas participar codo a codo en la reconstrucción con las personas damnificadas.
Por otra parte, con horror hemos mirado en la televisión a personas que no lo necesitaban saqueando, a otros aprovechándose de la situación subiendo los precios de artículos indispensables para la reconstrucción.
Si bien se sabe que esto ocurre en estas situaciones, cabe preguntarse: ¿En qué lugar queremos que se sitúen nuestros hijos? ¿Del lado de quienes solidarizan, apoyan y participan en la reconstrucción o de aquellos que se aprovechan de la situación?
Una lección importante de esta tragedia es que la formación en valores y el desarrollo de las virtudes es un tema esencial, para las familias y para el Estado.
Reflexionar sobre cómo podemos ayudar y cuál puede ser nuestro aporte, pondrá en la conciencia de los niños que, ante el dolor y el sufrimiento de las personas, no se puede ser un espectador pasivo.
Incentivarlos a la acción será una oportunidad para enseñarles en la medida de sus fuerzas a ser solidarios, a organizarse y a pensar ¿Cómo podré ayudar? La acción en beneficio de otro es un fuerte factor de formación personal.
La ética no es sólo una cuestión de principios, sino que constituye una práctica de vida.
Es necesario revisar nuestras acciones y las de otros, mirando los valores que subyacen a ellos.
Comentar, por ejemplo, las actitudes heroicas de niños y adultos, mostrando las virtudes que ellos representan, ayuda a sembrar valores.
Estas anécdotas actúan como modelos en la formación de la conciencia de los niños, estimulando a imitarlos.
Esta es una gran oportunidad para que los colegios organicen a los niños, y a las niñas y a toda la comunidad educativa en campañas solidarias con metas significativas.
Una comunidad educativa al ayudar cura a los niños de su egocentrismo y los hace proactivos en la solidaridad.
Las secuelas de los sismos y maremotos, estarán presente por mucho tiempo y está muy lejos de ser una crisis terminada.
Dar vuelta la página sin haber encontrado un sentido a los sucedido y sin haber ayudado lo suficiente, facilitará el desarrollo de una actitud pasiva y quizás hasta frívola frente a la adversidad.
Quien ayuda muchas veces —especialmente si es un niño— resulta más beneficiado que el que recibe la ayuda. Reflexionar y pasar de las palabras a la acción hará de nuestros niños y niñas mejores personas.
Sin duda que los niños participen en la reconstrucción del país, intentando disminuir los daños ocasionados por el terremoto del 27 de febrero, es una oportunidad para desarrollar en ellos valores como el altruismo, la generosidad y la cooperación.
También puede ser un aprendizaje de cómo ser efectivos al momento de ayudar.
Muchas veces existe la tentación frente a los problemas y a las adversidades de dar vuelta la página lo más pronto posible y tratar de olvidar lo sucedido, como si nada hubiera pasado.
Una catástrofe de la envergadura de lo sucedido, no permite una solución tan fácil y sería muy dañino intentarlo siquiera, ya que incentivaría la superficialidad, la disociación y la falta de compromiso.
¿Qué se puede hacer entonces, para que los niños —y por qué no los adultos— puedan recuperarse, ir superando progresivamente las secuelas y salir de esta dolorosa experiencia convertidos en mejores personas?
Hemos oído en forma reiterada que el terremoto mostró lo mejor y lo peor de los chilenos.
Hemos visto a niños pequeños abrir sus alcancías, jóvenes retirar escombros, familias acudir en la ayuda de otros y a muchísimas personas participar codo a codo en la reconstrucción con las personas damnificadas.
Por otra parte, con horror hemos mirado en la televisión a personas que no lo necesitaban saqueando, a otros aprovechándose de la situación subiendo los precios de artículos indispensables para la reconstrucción.
Si bien se sabe que esto ocurre en estas situaciones, cabe preguntarse: ¿En qué lugar queremos que se sitúen nuestros hijos? ¿Del lado de quienes solidarizan, apoyan y participan en la reconstrucción o de aquellos que se aprovechan de la situación?
Una lección importante de esta tragedia es que la formación en valores y el desarrollo de las virtudes es un tema esencial, para las familias y para el Estado.
Reflexionar sobre cómo podemos ayudar y cuál puede ser nuestro aporte, pondrá en la conciencia de los niños que, ante el dolor y el sufrimiento de las personas, no se puede ser un espectador pasivo.
Incentivarlos a la acción será una oportunidad para enseñarles en la medida de sus fuerzas a ser solidarios, a organizarse y a pensar ¿Cómo podré ayudar? La acción en beneficio de otro es un fuerte factor de formación personal.
La ética no es sólo una cuestión de principios, sino que constituye una práctica de vida.
Es necesario revisar nuestras acciones y las de otros, mirando los valores que subyacen a ellos.
Comentar, por ejemplo, las actitudes heroicas de niños y adultos, mostrando las virtudes que ellos representan, ayuda a sembrar valores.
Estas anécdotas actúan como modelos en la formación de la conciencia de los niños, estimulando a imitarlos.
Esta es una gran oportunidad para que los colegios organicen a los niños, y a las niñas y a toda la comunidad educativa en campañas solidarias con metas significativas.
Una comunidad educativa al ayudar cura a los niños de su egocentrismo y los hace proactivos en la solidaridad.
Las secuelas de los sismos y maremotos, estarán presente por mucho tiempo y está muy lejos de ser una crisis terminada.
Dar vuelta la página sin haber encontrado un sentido a los sucedido y sin haber ayudado lo suficiente, facilitará el desarrollo de una actitud pasiva y quizás hasta frívola frente a la adversidad.
Quien ayuda muchas veces —especialmente si es un niño— resulta más beneficiado que el que recibe la ayuda. Reflexionar y pasar de las palabras a la acción hará de nuestros niños y niñas mejores personas.