Aprender a ser cooperador, amable, empático, ordenado, cumplidor de sus compromisos es un enorme desafío para el niño.
Por Neva Milicic, sicóloga.
A pesar de la unanimidad con que los expertos sostienen que el castigo físico es dañino para los niños, los autores Straus, Gelles y Steinmetz, en su clásico libro "Behind closed doors", que trata sobre la violencia en la familia norteamericana, sostienen que más del 84% de los padres entrevistados reconoce haber castigado físicamente a sus hijos.
Hay otras formas de castigo que, especialmente si se utilizan en exceso, pueden ser igualmente dañinas, como humillar a un niño frente a sus amigos, ridiculizarlo con apodos, o bien, amenazarlo en forma desmesurada.
Todas estas formas de castigar tienen "una eficacia aparente", y quizás pueden funcionar en el corto plazo, pero si en el largo plazo la conducta que es objeto de la sanción persiste, por extremo que sea el castigo, éste no parece tener un efecto disuasivo real.
Es cierto que los padres deben ayudar a cambiar ciertos comportamientos en sus hijos, pero el primer objetivo es que el niño esté consciente de que debe cambiar su comportamiento y sentirse capaz de lograr ese cambio.
Si un niño se siente incontrolable, incorporará dentro de su autoconcepto la idea de que es rebelde, indisciplinado y que nadie, ni siquiera él si se lo propone, podrá llevarlo por el buen camino.
El desarrollo de un niño es un largo proceso de ir aprendiendo a autorregularse y de adquisición de valores.
Aprender a ser cooperador, amable, empático, ordenado, cumplidor de sus compromisos es un enorme desafío para el niño, que sólo con la guía de padres cariñosos y serenos, que actúen como facilitadores de este proceso, podría cumplir.
Es posible que haya áreas en que al niño le sea más difícil progresar y que se constituyan en un problema.
Cuando esto sucede, es necesario reflexionar juntos, con serenidad, y no cuando están en lo más álgido del conflicto.
Conversar con el niño en forma empática y respetuosa, para ver si él o ella perciben la situación como problemática.
Si así fuera, corresponde preguntarse ¿cómo podría resolverse? Por ejemplo, si se le pierden los útiles escolares con frecuencia, ¿qué alternativas él propone para recordar que debe traerlos?
A las ideas que el niño ha mencionado, los padres pueden aportar otras, pero validando las que el niño ha propuesto.
Si el niño no ve la situación como problemática, explicarle en buenos términos, sin descalificar, por qué sería necesario modificar ese comportamiento.
Por ejemplo, si se levanta tarde, explicarle que los padres se estresan, se ponen de mal humor y así se parte el día con el pie cambiado, lo que afecta a toda la familia.
La definición del problema constituye el punto de partida en la búsqueda de los acuerdos para encontrar una solución.
Una disciplina positiva no consiste sólo en que el niño obedezca, sino que debe ser un mecanismo para interiorizar valores y comportamientos en forma de autodisciplina.
Por Neva Milicic, sicóloga.
A pesar de la unanimidad con que los expertos sostienen que el castigo físico es dañino para los niños, los autores Straus, Gelles y Steinmetz, en su clásico libro "Behind closed doors", que trata sobre la violencia en la familia norteamericana, sostienen que más del 84% de los padres entrevistados reconoce haber castigado físicamente a sus hijos.
Hay otras formas de castigo que, especialmente si se utilizan en exceso, pueden ser igualmente dañinas, como humillar a un niño frente a sus amigos, ridiculizarlo con apodos, o bien, amenazarlo en forma desmesurada.
Todas estas formas de castigar tienen "una eficacia aparente", y quizás pueden funcionar en el corto plazo, pero si en el largo plazo la conducta que es objeto de la sanción persiste, por extremo que sea el castigo, éste no parece tener un efecto disuasivo real.
Es cierto que los padres deben ayudar a cambiar ciertos comportamientos en sus hijos, pero el primer objetivo es que el niño esté consciente de que debe cambiar su comportamiento y sentirse capaz de lograr ese cambio.
Si un niño se siente incontrolable, incorporará dentro de su autoconcepto la idea de que es rebelde, indisciplinado y que nadie, ni siquiera él si se lo propone, podrá llevarlo por el buen camino.
El desarrollo de un niño es un largo proceso de ir aprendiendo a autorregularse y de adquisición de valores.
Aprender a ser cooperador, amable, empático, ordenado, cumplidor de sus compromisos es un enorme desafío para el niño, que sólo con la guía de padres cariñosos y serenos, que actúen como facilitadores de este proceso, podría cumplir.
Es posible que haya áreas en que al niño le sea más difícil progresar y que se constituyan en un problema.
Cuando esto sucede, es necesario reflexionar juntos, con serenidad, y no cuando están en lo más álgido del conflicto.
Conversar con el niño en forma empática y respetuosa, para ver si él o ella perciben la situación como problemática.
Si así fuera, corresponde preguntarse ¿cómo podría resolverse? Por ejemplo, si se le pierden los útiles escolares con frecuencia, ¿qué alternativas él propone para recordar que debe traerlos?
A las ideas que el niño ha mencionado, los padres pueden aportar otras, pero validando las que el niño ha propuesto.
Si el niño no ve la situación como problemática, explicarle en buenos términos, sin descalificar, por qué sería necesario modificar ese comportamiento.
Por ejemplo, si se levanta tarde, explicarle que los padres se estresan, se ponen de mal humor y así se parte el día con el pie cambiado, lo que afecta a toda la familia.
La definición del problema constituye el punto de partida en la búsqueda de los acuerdos para encontrar una solución.
Una disciplina positiva no consiste sólo en que el niño obedezca, sino que debe ser un mecanismo para interiorizar valores y comportamientos en forma de autodisciplina.