Por Neva Milicic, psicóloga
Como preparación a una conferencia sobre el uso del tiempo libre en niños de los primeros años de la educación básica, los profesores de esos cursos pidieron a los niños que realizaran un dibujo de lo que habían hecho el fin de semana anterior.
Con estos dibujos realizaron una exposición para los padres. ¿Qué hacemos el fin de semana?, fue el tema de reflexión. Los resultados eran patéticos: más del 70% de los niños se dibujó con sus padres en el centro comercial.
Si a las excesivamente frecuentes visitas al mall, le sumamos la fuerte propaganda a la que están expuestos por todos los medios, no debería extrañarnos que los niños sean tan demandantes en relación al consumo.
Preguntas como: ¿qué y para qué comprar? ¿Qué otras alternativas existen? ¿Cuánto vale? ¿Tenemos los recursos?, constituyen mecanismos educativos para generar una actitud racional ante el consumo.
Las piezas atiborradas de juguetes, los clósets llenos de ropa que no se usa, los aparatos electrónicos que ni siquiera saben usar, no son un factor de estimulación, sino que más bien uno de distracción, y lo que es más peligroso, una actitud acaparadora que no tiene que ver con las necesidades de consumo.
Los niños se hacen adictos a las compras también por exposición a los modelos que les entregamos los adultos.
Si los padres pasan horas en el centro comercial y vuelven cargados de cosas que no necesitan, al niño le parecerá algo natural dedicar la mayor parte de su tiempo libre a comprar y hacer de ello el pasatiempo más importante de la familia.
Comprar es un medio para satisfacer las necesidades familiares, pero no puede constituirse en un fin en sí mismo y ocupar la mayor parte del tiempo del que dispone la familia para estar juntos.
Aprender a resistir ciertas exigencias infantiles relacionadas con artículos no necesarios y caros no es fácil en una sociedad consumista, pero es educativo.
Aprender a postergar la gratificación, esperar un poco por lo que se quiere, tener algo ahorrado antes de comprar lo que quieren hará que los niños valoren más lo que obtienen.
Y también poner atención a qué comprar. Elegir juguetes que permitan al niño desarrollar vínculos, construir y desarrollar su creatividad.
Por supuesto algo de tecnología, pero entendida como un medio y no como un fin.
Y, por supuesto, libros, que alimentarán su inteligencia, su comprensión del mundo y su vocabulario.
Aprender a valorar lo que se compra, no endeudarse más allá de las posibilidades y aprender a esperar por algunas cosas ayuda a no caer en un consumismo compulsivo.
Como preparación a una conferencia sobre el uso del tiempo libre en niños de los primeros años de la educación básica, los profesores de esos cursos pidieron a los niños que realizaran un dibujo de lo que habían hecho el fin de semana anterior.
Con estos dibujos realizaron una exposición para los padres. ¿Qué hacemos el fin de semana?, fue el tema de reflexión. Los resultados eran patéticos: más del 70% de los niños se dibujó con sus padres en el centro comercial.
Si a las excesivamente frecuentes visitas al mall, le sumamos la fuerte propaganda a la que están expuestos por todos los medios, no debería extrañarnos que los niños sean tan demandantes en relación al consumo.
Preguntas como: ¿qué y para qué comprar? ¿Qué otras alternativas existen? ¿Cuánto vale? ¿Tenemos los recursos?, constituyen mecanismos educativos para generar una actitud racional ante el consumo.
Las piezas atiborradas de juguetes, los clósets llenos de ropa que no se usa, los aparatos electrónicos que ni siquiera saben usar, no son un factor de estimulación, sino que más bien uno de distracción, y lo que es más peligroso, una actitud acaparadora que no tiene que ver con las necesidades de consumo.
Los niños se hacen adictos a las compras también por exposición a los modelos que les entregamos los adultos.
Si los padres pasan horas en el centro comercial y vuelven cargados de cosas que no necesitan, al niño le parecerá algo natural dedicar la mayor parte de su tiempo libre a comprar y hacer de ello el pasatiempo más importante de la familia.
Comprar es un medio para satisfacer las necesidades familiares, pero no puede constituirse en un fin en sí mismo y ocupar la mayor parte del tiempo del que dispone la familia para estar juntos.
Aprender a resistir ciertas exigencias infantiles relacionadas con artículos no necesarios y caros no es fácil en una sociedad consumista, pero es educativo.
Aprender a postergar la gratificación, esperar un poco por lo que se quiere, tener algo ahorrado antes de comprar lo que quieren hará que los niños valoren más lo que obtienen.
Y también poner atención a qué comprar. Elegir juguetes que permitan al niño desarrollar vínculos, construir y desarrollar su creatividad.
Por supuesto algo de tecnología, pero entendida como un medio y no como un fin.
Y, por supuesto, libros, que alimentarán su inteligencia, su comprensión del mundo y su vocabulario.
Aprender a valorar lo que se compra, no endeudarse más allá de las posibilidades y aprender a esperar por algunas cosas ayuda a no caer en un consumismo compulsivo.