Por Neva Milicic, Psicóloga
Hay casas a las que da gusto llegar, porque se respira un ambiente de armonía.
Se percibe que las personas que viven ahí se tratan bien y es posible, sin ser muy observador, darse cuenta de que hay vínculos de seguridad y afecto.
En otras casas, en cambio, se respira un clima frío y distante; se perciben carencias afectivas, lo que crea un clima desagradable o cargado de hostilidad.
El psicoterapeuta infantil Haim Ginnott, refiriéndose a la importancia del rol de los profesores en la sala de clases, planteó una idea que puede ser perfectamente aplicable a las familias si cambiamos en el texto del autor la palabra aula por casa y maestro por padre.
El texto es el siguiente: "He llegado a una conclusión aterradora: soy el elemento decisivo en el aula. Es mi actitud personal. Es mi humor diario el que determina el tiempo. Como maestro poseo el poder de hacer que la vida de un niño sea miserable o feliz".
El otro día, una niña de 9 años, bastante traviesa, decía con mucha tristeza: "Mis papás, especialmente mi mamá, está desilusionada de mí. Ella quiere una hija buena, ordenada, excelente alumna y flaca, y yo soy todo lo contrario. Mis notas son regulares, estoy gorda, soy desordenada y un poco rabiosa".
Frente a la argumentación de que su mamá la quería y que sólo buscaba que ella le fuera bien y ayudarla a crecer, ella respondió: "Eso no se nota, está todo el día enojada conmigo, está claro que no le gusta como soy".
Por supuesto, la niña estaba herida por sentirse no querida, y le respondía a su madre con agresión.
Esta relación hacía que el clima de su casa se tornara francamente irrespirable. El hermano mayor, que ya era un adolescente, empezó a ausentarse de su casa.
Su excusa era "llegar a la casa y oír a mi mamá y a mi hermana pelear constantemente me pone triste y de mal humor".
La toma de conciencia por parte de la mamá y del papá, que poco a poco iban perdiendo el afecto de sus hijos por el clima de hostilidad imperante, los orientó a tratar de buscar una forma de convivencia que fuera más saludable.
No fue fácil porque los hábitos de maltratarse, a pesar de las buenas intenciones que tenían, estaban muy arraigados.
Aprender nuevas formas de expresarse afecto a través de gestos y palabras los ayudó a acercarse, pero las heridas tardarán en cicatrizarse.
Hay que tener la sabiduría para entender que un buen clima familiar reside en las expresiones de afecto, en el respeto y en el buen trato.
Hay casas a las que da gusto llegar, porque se respira un ambiente de armonía.
Se percibe que las personas que viven ahí se tratan bien y es posible, sin ser muy observador, darse cuenta de que hay vínculos de seguridad y afecto.
En otras casas, en cambio, se respira un clima frío y distante; se perciben carencias afectivas, lo que crea un clima desagradable o cargado de hostilidad.
El psicoterapeuta infantil Haim Ginnott, refiriéndose a la importancia del rol de los profesores en la sala de clases, planteó una idea que puede ser perfectamente aplicable a las familias si cambiamos en el texto del autor la palabra aula por casa y maestro por padre.
El texto es el siguiente: "He llegado a una conclusión aterradora: soy el elemento decisivo en el aula. Es mi actitud personal. Es mi humor diario el que determina el tiempo. Como maestro poseo el poder de hacer que la vida de un niño sea miserable o feliz".
El otro día, una niña de 9 años, bastante traviesa, decía con mucha tristeza: "Mis papás, especialmente mi mamá, está desilusionada de mí. Ella quiere una hija buena, ordenada, excelente alumna y flaca, y yo soy todo lo contrario. Mis notas son regulares, estoy gorda, soy desordenada y un poco rabiosa".
Frente a la argumentación de que su mamá la quería y que sólo buscaba que ella le fuera bien y ayudarla a crecer, ella respondió: "Eso no se nota, está todo el día enojada conmigo, está claro que no le gusta como soy".
Por supuesto, la niña estaba herida por sentirse no querida, y le respondía a su madre con agresión.
Esta relación hacía que el clima de su casa se tornara francamente irrespirable. El hermano mayor, que ya era un adolescente, empezó a ausentarse de su casa.
Su excusa era "llegar a la casa y oír a mi mamá y a mi hermana pelear constantemente me pone triste y de mal humor".
La toma de conciencia por parte de la mamá y del papá, que poco a poco iban perdiendo el afecto de sus hijos por el clima de hostilidad imperante, los orientó a tratar de buscar una forma de convivencia que fuera más saludable.
No fue fácil porque los hábitos de maltratarse, a pesar de las buenas intenciones que tenían, estaban muy arraigados.
Aprender nuevas formas de expresarse afecto a través de gestos y palabras los ayudó a acercarse, pero las heridas tardarán en cicatrizarse.
Hay que tener la sabiduría para entender que un buen clima familiar reside en las expresiones de afecto, en el respeto y en el buen trato.