Por Neva Milicic, psicóloga
La afirmación que está implícita en el título podría parecer exagerada, si no hubiera tanta evidencia científica acumulada de que un diagnóstico temprano de las dificultades que pudiera estar presentando un niño, seguido de una intervención oportuna, son claves para un buen desarrollo cognitivo y emocional y mejoran sustancialmente el pronóstico cuando existen problemas.
Se estima que alrededor de un 20% de los niños presentan algún tipo de dificultad en el desarrollo que afectará negativamente su rendimiento escolar o sus interacciones sociales.
Muchas veces los profesores, los pediatras y los padres asumen una actitud pasiva, considerando que los problemas que el niño o la niña tienen se originan en una supuesta "inmadurez".
Y aunque ese fuera un diagnóstico correcto, es necesario pensar cuáles pueden ser las consecuencias.
Una falta de maduración habitualmente tiene un origen, que de no ser tratada en forma oportuna va a aumentar la brecha en su nivel de desarrollo, con los niños que no tienen este problema.
Mejorar la calidad de la educación de los niños pasa por atender oportunamente este déficit, ya que sus cerebros -mientras más pequeños son- tienen mayor plasticidad.
Estimular en forma temprana hace que las posibilidades de recuperación aumenten significativamente.
Retrasar las intervenciones a la espera de que los niños maduren espontáneamente disminuye las posibilidades de compensar las deficiencias en las áreas en que presentan dificultades.
Uno de los signos de la baja calidad del proceso educativo es que se diagnostica y se interviene tardíamente en la compensación activa de los déficits de los alumnos.
La educación se planifica y se dirige a un alumno promedio que no existe. Cada niño tiene condiciones y necesidades educativas particulares.
Es necesario personalizar este proceso y cuando requieren de ayuda, es necesario dársela cuanto antes, para aumentar así la efectividad y evitar los dañinos efectos de sentir que se fracasa.
Las investigaciones apuntan a que el resultado de los niños en el primer año básico es altamente predictor del rendimiento de los alumnos en toda la vida escolar futura.
No se trata de alarmar a los padres, sino que de prevenir los efectos de problemas madurativos y de falta de estimulación apropiada en el momento preciso.
La afirmación que está implícita en el título podría parecer exagerada, si no hubiera tanta evidencia científica acumulada de que un diagnóstico temprano de las dificultades que pudiera estar presentando un niño, seguido de una intervención oportuna, son claves para un buen desarrollo cognitivo y emocional y mejoran sustancialmente el pronóstico cuando existen problemas.
Se estima que alrededor de un 20% de los niños presentan algún tipo de dificultad en el desarrollo que afectará negativamente su rendimiento escolar o sus interacciones sociales.
Muchas veces los profesores, los pediatras y los padres asumen una actitud pasiva, considerando que los problemas que el niño o la niña tienen se originan en una supuesta "inmadurez".
Y aunque ese fuera un diagnóstico correcto, es necesario pensar cuáles pueden ser las consecuencias.
Una falta de maduración habitualmente tiene un origen, que de no ser tratada en forma oportuna va a aumentar la brecha en su nivel de desarrollo, con los niños que no tienen este problema.
Mejorar la calidad de la educación de los niños pasa por atender oportunamente este déficit, ya que sus cerebros -mientras más pequeños son- tienen mayor plasticidad.
Estimular en forma temprana hace que las posibilidades de recuperación aumenten significativamente.
Retrasar las intervenciones a la espera de que los niños maduren espontáneamente disminuye las posibilidades de compensar las deficiencias en las áreas en que presentan dificultades.
Uno de los signos de la baja calidad del proceso educativo es que se diagnostica y se interviene tardíamente en la compensación activa de los déficits de los alumnos.
La educación se planifica y se dirige a un alumno promedio que no existe. Cada niño tiene condiciones y necesidades educativas particulares.
Es necesario personalizar este proceso y cuando requieren de ayuda, es necesario dársela cuanto antes, para aumentar así la efectividad y evitar los dañinos efectos de sentir que se fracasa.
Las investigaciones apuntan a que el resultado de los niños en el primer año básico es altamente predictor del rendimiento de los alumnos en toda la vida escolar futura.
No se trata de alarmar a los padres, sino que de prevenir los efectos de problemas madurativos y de falta de estimulación apropiada en el momento preciso.