"Cuando un niño aprende que es escuchado, habla más, desarrolla una actitud positiva hacia la participación y comunicación con otros".
Por Neva Milicic, psicóloga.
Ser escuchado para cualquier persona es sentirse visibilizado, respetado, comprendido en sus necesidades y sentir que su opinión es tomada en cuenta y que es valorada.
Cuando un niño percibe que sus padres prestan atención a lo que siente, se fortalece el vínculo con sus padres, va comprendiendo que comunicarse vale la pena y que allí encontrarán eco y acogida sus preocupaciones, temores y experiencias positivas.
Por el contrario, cuando un niño siente que no es escuchado, habitualmente comienza a guardar sus preocupaciones y a encerrarse en sí mismo o muchas veces a compartirlas con otras personas que a lo mejor no serán las mejores guías para ir progresando en su desarrollo emocional y en la comprensión del mundo que lo rodea.
Para escuchar, es necesario darse tiempo para estar con la atención focalizada en lo que el niño quiere decir o hacer.
A veces, se tratará de cosas poco trascendentes a los ojos de los adultos, pero que son centrales en las vivencias de los niños y las niñas.
Cuando Carolina no es elegida para trabajar en un grupo significa para ella una sensación de marginación y exclusión, que requiere de contención emocional de sus padres.
Si recibe por respuesta una minimización del problema ("cosas que pasan"), o lo que es más grave, una eventual disconfirmación de sus eventuales comportamientos ("algo habrás hecho tú para que esto pase"), Carolina aprenderá que no vale la pena comunicarles sus dificultades a sus padres, con lo que se afecta negativamente el vínculo.
Cuando los hijos se dan cuenta de que los padres están disponibles y son comprensivos en sus dificultades estarán más abiertos a comunicarse y a contar sus experiencias.
Pero escuchar realmente significa estar dispuesto a que haya que hacer ciertos cambios a partir de las demandas de los niños y tomar decisiones compartidas o justificadas.
Cuando un niño aprende que es escuchado, habla más, desarrolla una actitud positiva hacia la participación y comunicación con otros, porque percibe que comunicarse es efectivo.
El niño que no se siente escuchado ni siquiera por sus padres aprenderá que no vale la pena comunicarse.
Lo que es más lamentable es que probablemente no culpará necesariamente a quien no tiene la paciencia de conectarse con sus necesidades, sino que lo atribuirá a su falta de competencia para comunicarse.
Revertir estas situaciones es muy costoso, por ello es necesario desarrollar dentro de las competencias parentales la capacidad de escuchar empáticamente.
Por Neva Milicic, psicóloga.
Ser escuchado para cualquier persona es sentirse visibilizado, respetado, comprendido en sus necesidades y sentir que su opinión es tomada en cuenta y que es valorada.
Cuando un niño percibe que sus padres prestan atención a lo que siente, se fortalece el vínculo con sus padres, va comprendiendo que comunicarse vale la pena y que allí encontrarán eco y acogida sus preocupaciones, temores y experiencias positivas.
Por el contrario, cuando un niño siente que no es escuchado, habitualmente comienza a guardar sus preocupaciones y a encerrarse en sí mismo o muchas veces a compartirlas con otras personas que a lo mejor no serán las mejores guías para ir progresando en su desarrollo emocional y en la comprensión del mundo que lo rodea.
Para escuchar, es necesario darse tiempo para estar con la atención focalizada en lo que el niño quiere decir o hacer.
A veces, se tratará de cosas poco trascendentes a los ojos de los adultos, pero que son centrales en las vivencias de los niños y las niñas.
Cuando Carolina no es elegida para trabajar en un grupo significa para ella una sensación de marginación y exclusión, que requiere de contención emocional de sus padres.
Si recibe por respuesta una minimización del problema ("cosas que pasan"), o lo que es más grave, una eventual disconfirmación de sus eventuales comportamientos ("algo habrás hecho tú para que esto pase"), Carolina aprenderá que no vale la pena comunicarles sus dificultades a sus padres, con lo que se afecta negativamente el vínculo.
Cuando los hijos se dan cuenta de que los padres están disponibles y son comprensivos en sus dificultades estarán más abiertos a comunicarse y a contar sus experiencias.
Pero escuchar realmente significa estar dispuesto a que haya que hacer ciertos cambios a partir de las demandas de los niños y tomar decisiones compartidas o justificadas.
Cuando un niño aprende que es escuchado, habla más, desarrolla una actitud positiva hacia la participación y comunicación con otros, porque percibe que comunicarse es efectivo.
El niño que no se siente escuchado ni siquiera por sus padres aprenderá que no vale la pena comunicarse.
Lo que es más lamentable es que probablemente no culpará necesariamente a quien no tiene la paciencia de conectarse con sus necesidades, sino que lo atribuirá a su falta de competencia para comunicarse.
Revertir estas situaciones es muy costoso, por ello es necesario desarrollar dentro de las competencias parentales la capacidad de escuchar empáticamente.