Por Neva Milicic, psicóloga
El hostigamiento escolar ha recibido múltiples denominaciones: acoso, bullying, intimidación, victimización y matonaje, entre otros.
El psicólogo noruego Dan Olweus, reconocido como el que dio impulso a la investigación de la violencia en el sistema escolar, lo define así: "Cuando un alumno es agredido o se convierte en víctima, cuando está expuesto de forma repetida y durante un tiempo a acciones negativas llevadas a cabo por otro alumno o varios de ellos".
Es necesario diferenciar el bullying de las peleas ocasionales que pueden tener dos niños. Para que haya hostigamiento tiene que haber una diferencia de poder y una mantención en el tiempo de la agresión.
Hace unas semanas, me correspondió participar en un seminario de violencia escolar, en el cual la pregunta central era: ¿Es el bullying el problema?
La respuesta de la mayor parte de los panelistas es que se trata de un síntoma de una sociedad violenta, que sería como la punta del iceberg dentro de un clima de violencia generalizada, partiendo de las familias y que abarca la sociedad general.
Un estudio de la Unicef realizado el año 2004 sobre convivencia escolar detectó que el 14% de los alumnos se sentía víctima de maltrato. En tanto que el 21% de los alumnos reconoció haber participado en situaciones de maltrato.
Es claro que el problema ha ido en aumento, posiblemente por la cantidad de violencia que consumen nuestros niños y que ha adaptado formas que lo hacen más peligroso, como es el cyberbullying; es decir, el hostigamiento a través de la red.
Así, las agresiones ponen a las víctimas en una situación de humillación y vergüenza de la que no es posible defenderse y que provoca que los niños a veces dejen de asistir al colegio por temor, e incluso en algunos niños aparezcan ideas suicidas.
A veces los padres y los profesores intentan resolver el problema silenciándolo y minimizándolo, que es lo mismo que hacen los agresores cuando son confrontados con sus acciones.
Es una mala estrategia, porque de alguna forma le otorga impunidad al agresor y legitima su agresión bajándole el perfil a la categoría de "broma".
Otra forma equivocada es impulsar al niño que está siendo hostilizado a responder agresivamente, lo que puede ser peligroso y hacer caer en una escalada de violencia.
Padres y profesores deben tener los oídos y los ojos bien abiertos para detectar situaciones abusivas, y aliarse en busca de estrategias.
Una pregunta central es: ¿Les estamos enseñando a nuestros niños a resolver sus conflictos pacíficamente?.
El hostigamiento escolar ha recibido múltiples denominaciones: acoso, bullying, intimidación, victimización y matonaje, entre otros.
El psicólogo noruego Dan Olweus, reconocido como el que dio impulso a la investigación de la violencia en el sistema escolar, lo define así: "Cuando un alumno es agredido o se convierte en víctima, cuando está expuesto de forma repetida y durante un tiempo a acciones negativas llevadas a cabo por otro alumno o varios de ellos".
Es necesario diferenciar el bullying de las peleas ocasionales que pueden tener dos niños. Para que haya hostigamiento tiene que haber una diferencia de poder y una mantención en el tiempo de la agresión.
Hace unas semanas, me correspondió participar en un seminario de violencia escolar, en el cual la pregunta central era: ¿Es el bullying el problema?
La respuesta de la mayor parte de los panelistas es que se trata de un síntoma de una sociedad violenta, que sería como la punta del iceberg dentro de un clima de violencia generalizada, partiendo de las familias y que abarca la sociedad general.
Un estudio de la Unicef realizado el año 2004 sobre convivencia escolar detectó que el 14% de los alumnos se sentía víctima de maltrato. En tanto que el 21% de los alumnos reconoció haber participado en situaciones de maltrato.
Es claro que el problema ha ido en aumento, posiblemente por la cantidad de violencia que consumen nuestros niños y que ha adaptado formas que lo hacen más peligroso, como es el cyberbullying; es decir, el hostigamiento a través de la red.
Así, las agresiones ponen a las víctimas en una situación de humillación y vergüenza de la que no es posible defenderse y que provoca que los niños a veces dejen de asistir al colegio por temor, e incluso en algunos niños aparezcan ideas suicidas.
A veces los padres y los profesores intentan resolver el problema silenciándolo y minimizándolo, que es lo mismo que hacen los agresores cuando son confrontados con sus acciones.
Es una mala estrategia, porque de alguna forma le otorga impunidad al agresor y legitima su agresión bajándole el perfil a la categoría de "broma".
Otra forma equivocada es impulsar al niño que está siendo hostilizado a responder agresivamente, lo que puede ser peligroso y hacer caer en una escalada de violencia.
Padres y profesores deben tener los oídos y los ojos bien abiertos para detectar situaciones abusivas, y aliarse en busca de estrategias.
Una pregunta central es: ¿Les estamos enseñando a nuestros niños a resolver sus conflictos pacíficamente?.