Por Neva Milivic, psicóloga.
No cabe duda que cada día los niños son más espectadores que personas activas.
La cantidad de horas que un niño pasa escuchando y mirando, ya sea frente a la televisión o en la sala de clases, es mayor que las horas que pasa hablando o participando de manera activa.
Este fenómeno es impresionante y debería ser motivo de preocupación para padres y educadores.
El problema de ser espectador frente a la pantalla de cualquier medio, es que esa pasividad tiende a transferirse hacia la vida cotidiana, haciendo a los niños pasivos, algo que según investigadores como el psicólogo americano Phillip Zimbardo, generaría una tendencia a la apatía.
Según Jean Twenge, el conectarse con la realidad principalmente a través de los medios produciría una disminución de la sensibilidad, derivada de la observación casi cotidiana de tragedias en la pantalla.
El efecto de la baja de sensibilidad, junto con una actitud pasiva, puede explicar el aumento del egocentrismo en los niños y la falta de empatía.
La pasividad produce que los niños tengan menos comportamientos pro sociales, y tiendan a involucrarse poco en acciones de ayuda.
Se ha llamado "efecto espectador" y el que ocurre cuando al enfrentar problemas -sean estos propios o ajenos- se tiende a pensar que la solución no tiene que ver con las propias acciones, sino que es responsabilidad de otros, generando una vez más una postura pasiva.
Impulsar a los niños a tener una actitud más proactiva de ayuda y a asumir la responsabilidad ante las dificultades -tanto de ellos como del medio- los hará mejores personas y se sentirán más autoeficaces.
Frente a las dificultades que los propios niños nos cuentan, la pregunta recomendable para hacer es: ¿Qué crees tú que tendrías que hacer? Así vamos fortaleciendo su capacidad de resolver problemas en forma activa.
Igualmente, si estamos viendo una situación de dolor o de pobreza, la pregunta que se impone es: ¿Qué podríamos hacer para ayudar? o si un compañero está enfermo, preguntarse: ¿Cómo podré ayudarlo?
Por supuesto hay que incentivarlo a realizar lo que piensa, ya que sólo realizando acciones se logrará que el niño pase de una actitud pasiva a una actitud activa, basada en la comprensión de la situación a resolver.
Sólo de esta manera se desarrolla la empatía y la toma de perspectiva del otro. Y logramos, además, que el niño pase de ser espectador a ser actor.
Las conductas pro sociales son competencias socioemocionales esenciales para incentivar al niño a tener una actitud activa, y además una excelente experiencia educativa.