Por Neva Milicic, psicóloga.
Vivir intensamente el hoy debería ser un derecho de todas las personas. El poder estar inmersos en el presente y no caminar por la existencia necesariamente cargados con el pasado u orientados por el futuro.
Si esto es verdad para los adultos, es necesario tenerlo presente al interactuar con los niños. Quizás son esos momentos mágicos en los que se está centrado en el presente los que dan sentido a la vida de un niño.
La infancia no puede ser concebida como un período de preparación para el futuro, negando lo que el niño es y necesita hoy.
Privar al niño de experiencias infantiles, o tener una planificación realizada sólo a partir de la percepción del adulto que será, nos lleva muchas veces a disminuir los espacios para que el niño haga lo que realmente quiere y necesita hacer.
Por ejemplo, cuando se los recarga de tareas y se les quita tiempo de juego.
En nombre de un futuro que no sabemos siquiera cómo será, se diseñan currículos educativos en que las necesidades de los niños a veces no tienen cabida.
Comentarios, por ejemplo, como "Haz algo útil y deja de jugar" desconocen la importancia que tiene el juego para el niño.
En la planificación de las ciudades, la voz de los niños está ausente. Viven en un mundo en que hay pocas posibilidades de jugar y circular fuera de su casa.
Los espacios públicos son pocos y a veces están lejos de las casas y en ellos no pueden estar sin la vigilancia de los padres.
Viven constreñidos en espacios pequeños, que les dificultan el correr libremente, y están encerrados entre cuatro paredes viviendo a través de la televisión más la vida y las actividades de otros que la propia.
El niño aprende y se desarrolla en el juego que hace hoy con otros. Al niño le importa lo que le pasa hoy, lo que siente en este momento, las inquietudes que tiene ahora.
Es cierto que el futuro existe, pero no puede ser percibido como un lugar tan demandante que les quite las posibilidades de ser y estar en el hoy.
Hay algo mágico en la capacidad de centración en el presente que tienen los niños: es esa búsqueda de explorar lo que les sucede hoy.
Escuchar lo que tienen que decir sobre lo que están viviendo es vital, y hay que ser capaz de leer lo que experimentan, dándoles significado.
Cuando un niño está en la playa jugando con arena y la deja caer una y otra vez, está tan inmerso en esta contemplación que le produce una enorme felicidad que sería una vulneración de su derecho al asombro interrumpirlo.
Vivir el momento hace a los niños felices y les da una conexión consigo mismos, lo que sustenta su armonía interior.