Por Neva Milicic, psicóloga
Si hay una etapa en que los vínculos padres-hijos entran en crisis -incluso en las familias más armoniosas-, es en la adolescencia. Los cambios sufridos en esta etapa tanto cognitivos como afectivos son de tal magnitud que resultan a veces incomprensibles para los padres.
La adolescencia marca un período especialmente crítico para el lazo, y el tipo de apego desarrollado previamente es decisivo para la evolución de la relación.
Si el enfoque educativo se centra más en los déficits que en las competencias, la relación estará marcada por elementos de resentimiento y de rebelión.
La falta de miedo al riesgo que caracteriza la adolescencia sería un mecanismo evolutivo necesario para favorecer la construcción de mundos que les corresponderá como nueva generación.
La neurociencia ha planteado una explicación. Un grupo de la Universidad de Cornell describió cambios en la actividad cerebral en las áreas del cerebro que almacenan la memoria del miedo.
Los ratones adolescentes tenían menor actividad neuronal en la amígdala y en el hipocampo en comparación con los adultos y las crías pequeñas.
Ello, sumado a una mayor actividad del sistema meso límbico de la dopamina, que impulsa a buscar placer y recompensa, explicaría la tendencia no evaluar suficientemente los riesgos.
La comprensión de la enorme significación que esta etapa tiene para el desarrollo de la identidad personal, de la importancia para el proyecto personal que tienen las decisiones que se hacen en este período, lleva a los padres a involucrarse y a tratar de controlar a sus hijos, lo que es resistido.
La rebeldía adolescente, causa de tantos conflictos en la relación, es en gran medida producto de los cambios que los cerebros y los cuerpos de los niños experimentan en la pubertad.
Hay equilibrios que se alteran en la adolescencia, como las conexiones entre el córtex prefrontal con el cuerpo estriado y áreas esenciales para el procesamiento emocional.
La maduración retardada de algunas áreas del cerebro estaría en la base de la tendencia a tomar riesgos sin anticipar las consecuencias.
Los mecanismos de contención que los padres intentan desplegar entonces entran en conflicto con la búsqueda de emociones y riesgos de sus hijos, quienes no miden en forma suficiente las consecuencias de sus actos, producto de su menor sensibilidad al miedo.
Es un tema complejo ya que la protección es percibida por los hijos como un freno a su desarrollo y a su libertad.
Mantener el equilibrio entre la función de protección y el respeto por la autonomía es quizás el desafío educativo más importante que enfrentan los padres de adolescentes.