Por Neva Milicic, psicóloga.
La mirada de los niños sobre los adultos y especialmente sobre sus padres influye en la forma en que se vinculan con ellos, pero también con la realidad.
A los ojos de sus hijos, la forma en que los padres se comportan puede resultar para ellos muchas veces incomprensibles. Escapar a sus miradas y a sus juicios no es posible.
A veces será una mirada asustada sobre las rabias; otras, será una mirada orgullosa de lo que está haciendo.
Los descubrimientos sobre lo que hacen los adultos que están a cargo de educarlos, dejan huellas en su biografía y se consolidará como una imagen interna sobre ellos.
En la infancia esta mirada puede ser algo ingenua y benevolente, pero a medida que van creciendo y especialmente cuando se hacen adolescentes, su percepción será más implacable.
Rosario una adolescente de doce años le comentaba a su mejor amiga: "Mi mamá me exige que yo sea respetuosa, pero no sabes como ella trata a la suya, es decir, a mi abuela".
A veces los adultos actúan como si los niños no existieran y hablan de temas complejos delante de niños o niñas, que no tienen la estructura cognitiva para entender.
A veces los adultos pierden la perspectiva de cómo los niños absorben como esponjas la información, y tienden a no darse cuenta de la presencia de los niños mientras hablan.
El teléfono es una instancia en que son particularmente indiscretos y descuidados cuando están hablando.
De a poco, los niños y las niñas, se van dando cuenta de quiénes son sus padres y pueden pasar de una mirada amorosa a juicios implacables.
No son espectadores pasivos, observan lo que hacen sus padres, cómo ocupan su tiempo, lo que hablan entre ellos y con otros.
Su juicio sobre lo que ven marcará su validación o rechazo de las creencias y actitudes, especialmente de aquellos que tienen que ver con la forma en que se sienten tratados.
Esta imagen interna de cómo se han sentido tratados continúa hasta la vida adulta a veces, y ojala así sea con la sensación de haber sido bien tratado y querido, como Rodrigo.
Él relata: "Siempre sentí que mis padres me querían muchísimo y estaban orgullosos de mí y ello me ha ayudado mucho a tener confianza en mí y a enfrentar con éxito situaciones difíciles".
En otras desafortunadamente los recuerdos serán más negativos como los de Cristina una mujer de treinta y cinco años quien con nostalgia, se queja diciendo: "Durante toda mi niñez intenté conseguir la aprobación de unos padres exigentes y exitosos. A mí me costaba el colegio, pero me esforzaba mucho y lograba rendimientos regulares, pero para mis exitosos padres, especialmente para mi madre, nunca fue suficiente nada de lo que yo hacía. Esta sensación de que lo que hago no es suficiente, me acompaña hasta hoy que soy adulta".
Escuchar a los niños y tomar su perspectiva de cómo nos visualizan, puede ayudarnos a ser los padres que queremos ser.