"Quizás imaginar y preguntarnos cómo recordarán nuestros hijos su infancia nos permita generar vínculos más nutritivos con ellos".
Por Neva Milicic, psicóloga
Los recuerdos de infancia que hacen parte de la memoria emocional dejan una huella imborrable que marca la personalidad hasta la vida adulta.
No son sólo los acontecimientos sucedidos, sino la forma en que se viven lo que determina los efectos que tendrán en la vida de las personas.
En su libro "Me acuerdo. El exilio de la infancia", Boris Cyrulnik, un psiquiatra que ha sido reconocido por su gran trabajo a favor de la infancia, confiesa los dramáticos hechos que marcaron su infancia durante el nazismo.
El autor regresa a Burdeos, ciudad donde nació, en el seno de una familia judía que fue víctima del holocausto.
Él tuvo una niñez particularmente difícil; sin embargo, logró sobreponerse a la adversidad y convertirse en una persona destacada por su labor intelectual y de servicio.
Su vida es un testimonio de resiliencia, es decir, de la capacidad de sobreponerse a la adversidad.
Sus mayores dificultades comienzan a los siete años, cuando los nazis toman prisionera a su madre, habiendo desaparecido su padre con anterioridad. Comienza allí una vida de peregrinación. Es la infancia de un niño que crece sin la protección de su familia.
Él plantea que muchas personas atribuyen a su "buen temperamento" que él haya podido sobrevivir a condiciones tan adversas.
Explica que el temperamento en los niños se forma en la interacción personal en sus primeros años con un adulto que le transmita seguridad, y que en su caso, sea posiblemente su madre quien haya sido fundamental para establecer una relación de apego seguro.
Tal como plantea el autor, los recuerdos son diferentes para cada persona, nadie recuerda en forma idéntica un mismo acontecimiento.
El recuerdo, dice él, está construido de fragmentos de verdades, algo así como un "patchwork", que se reconstruye posteriormente, para representar los hechos en nuestra memoria, dándole alguna ilación a la narración que permita darle un sentido, comprenderla y explicársela a otro, en una narración que sea coherente.
Ayudar a los niños a hacerse una narrativa de su infancia necesita de la ayuda de los otros, especialmente de la presencia cercana de sus padres, pues -tal como dice el autor en su libro, "Los alimentos afectivos"-, "La paradoja de la condición humana es que no podemos convertirnos en nosotros mismos más que bajo la influencia de otros".
Quizás imaginar y preguntarnos cómo recordarán nuestros hijos su infancia nos permita generar vínculos más nutritivos con ellos y contribuya a que se hagan una narrativa acerca de sí mismos que sea fortalecedora para su proyecto de vida personal.