En 1980, el 42% de los niños nacidos recibió el nombre de su papá. La cifra bajó a 32% en 2010. En las mujeres, pasó de 22% a 10% en igual período.
Por Carlos Pérez Escobar, La Tercera
El teléfono suena en la casa de los Olivares Oviedo y del otro lado de la línea se escucha: Aló, ¿está el Pato? La respuesta es inmediata: ¿Pato padre o Pato hijo?
Esta escena, que fue cotidiana en miles de hogares chilenos durante décadas, cada vez es menos común. ¿El motivo? La tendencia de bautizar a los hijos con el mismo nombre de los padres está a la baja.
Las cifras así lo muestran. Según datos del Registro Civil e Identificación, mientras en 1980, 57.081 (42%) de los niños nacidos ese año recibió uno de los nombres de su papá, en 2010 fueron sólo 40.721 (32%).
En el caso de las madres, el descenso es más pronunciado: si en 1980 fueron 31.003 (22%) los casos, en 2010 la cifra llegó a 12.981 (10%). Una reducción de un tercio en 30 años.
¿Los motivos? La caída de las tradiciones familiares y del valor social de heredar un nombre, la necesidad de darle una identidad propia al recién nacido a través de nombres originales y, en algunos casos, la búsqueda de movilidad social con nombres que no denoten un determinado origen.
El Clan de los Patos
La señora Elvira Oviedo se llama Elvira. Lo que parece una redundancia no lo es en el sector de El Canelo, en el Cajón del Maipo, donde vive su familia. Allá todos la conocen como "señora Pata".
¿Por qué? Porque es la esposa de Patricio Olivares y la madre de los hermanos Patricio, Andrés Patricio y Patricia Andrea, "la familia de los Patos". Una tradición que truncó el primogénito: Patricio (36) bautizó a sus dos hijas como Matilde Agustina y Sofía Ignacia.
Mónica Peña, académica de Sicología de la UDP, explica que la disminución en la cantidad de padres que legan su nombre a sus hijos refleja los cambios que ha tenido la relación padre-hijo en Chile en los últimos años.
"Hoy para los padres, la individualidad y originalidad en el nombre de sus hijos es un tema muy importante, pues no los ven como una continuidad de su vida, sino como individuos con un camino propio", explica.
Es el caso de Jorge Rodríguez (36). El arquitecto, que actualmente hace un posgrado en el estado de Iowa, en EE.UU., lleva el mismo nombre que su padre y abuelo, pero él no siguió la tradición: su hijo se llama Simón.
"Quisimos ser originales, ponerle el mismo nombre hubiese sido como no hacernos cargo del regalo de elegir un nombre", dice Rodríguez, quien también hizo esta elección por un tema práctico: su esposa es estadounidense y buscaron un nombre que se acomodara al inglés y al español.
Por eso también, su hija se llama Violeta, porque suena muy similar a Violet.
Es que las tradiciones se han ido perdido, tal como explica Rafael del Villar, doctor en semiótica y académico de la U. de Chile, para quien la importancia de heredar el nombre al hijo ha dejado de ser un valor social en Chile.
"En una sociedad industrial como esta, pierde importancia el raigambre familiar y se le entrega más importancia a la producción que a los apellidos y a la tradición", dice el experto.
Luis Díaz (27) se llama igual que su papá, pero prefirió no extender la tradición familiar hasta su hijo, bautizado como Santiago Felipe. ¿Los motivos? "En realidad nunca me gustó el nombre de mi papá, sentía que era muy de viejo y no iba con mi personalidad.
Por eso, para Santiago pensé en otro nombre", cuenta. El empresario Vicente Rodríguez adhiere a este punto y a pesar de venir de tres generaciones de "Vicentes" no bautizó a ninguno de sus cuatro hijos con su nombre. "Mi señora no quería y para mí la tradición no era tan importante", dice.
La Movilidad Social
Los nombres también responden a un tema social. Históricamente, ha habido nombres asociados a clases sociales y la elección de este ítem para un hijo habla de la expectativa que tienen los padres sobre la vida que este tendrá, explica Peña.
"Los papás buscan darle un nuevo espacio al hijo y en eso hay también algo aspiracional", dice la sicóloga. En ese sentido, hoy algunos padres evitan bautizar a sus hijos con nombres en inglés -muy común en los 80-, porque sienten que es destinarlo a vivir asociado a un determinado estrato social.
Esto también pasa en las clases más acomodadas, pero en sentido inverso. De hecho, hoy son justamente esas familias las que siguen manteniendo los nombres por generaciones.