Los niños ya casi no tienen acceso a la naturaleza: hoy recorren sólo una novena parte del territorio que en 1970 recorrían en torno a su casa. ¿Consecuencia? Les está quitando la posibilidad de desarrollar la creatividad y la resolución de problemas.
Por Jennifer Abate, La Tercera.
Un corto paseo por la plaza. Esa sencilla maniobra podría ayudar a que su hijo pasara de la peor hiperquinesis a la concentración en sus tareas del colegio.
Lógico, no hay recetas mágicas ni milagrosas, pero ya que estamos en esto, quizás le gustaría tener en cuenta lo que postula el autor Richard Louv, primero en su libro El último niño en el bosque: salvando a nuestros niños del desorden de déficit de naturaleza, y más recientemente en El principio de la naturaleza: restauración humana y el fin del desorden de déficit de naturaleza: a los niños les falta pasar tiempo entre los árboles y eso les está causando graves problemas, sobre todo, de concentración y desarrollo sicomotor.
Las razones para que los niños se hayan distanciado de la naturaleza son varias, y de que está ocurriendo y tiene efectos, no hay duda: según las cifras de Louv, hoy un niño de nueve años sólo puede recorrer una novena parte del territorio -alrededor de su casa- que se le permitía explorar en 1970.
Miedo de los padres a los peligros que puedan enfrentar en el exterior, crecientes horarios de trabajo que no permiten monitorear la actividad de los más chicos fuera de la casa y cada vez más formas de entretención frente a una pantalla, ya sea la de la televisión o el computador, están acortando progresivamente los metros de mundo verde al que los menores pueden acceder.
Muy malo para ellos, porque como advierte la sicóloga de la PUC Marcia Sasso, eso los limita a la casa y el colegio, donde los estímulos se concentran en la vista y el oído, lo que empieza a restringir su universo.
Y "si partimos de la base de que el desarrollo de la inteligencia depende de la variedad de estímulos y la experiencia que el niño pueda tener, no estar teniendo contacto con otra realidad, la de la naturaleza, restringe su desarrollo", explica.
Un ejemplo de lo que está ocurriendo se puede catastrar, por ejemplo, en que las principales deficiencias de los niños se producen en el desarrollo sicomotor, que comprende los avances sicológicos y las habilidades motoras.
Según Sasso, pasar tiempo en la naturaleza ayuda a ganar destrezas espaciales, pues implica recorrer distancias, y planificación, como la que se desarrolla cuando los niños van de campamento y deben enfrentarse a nuevas tareas, que los obligan a encontrar la mejor forma de disponer de su tiempo, fuerza y recursos.
Y no, el "aprender haciendo" de estas actividades es algo que los niños no van a conseguir mirando Animal Planet.
Pero quizás lo que más preocupa a los investigadores es la relación entre el déficit atencional y el insuficiente tiempo en contacto con la naturaleza, debido al aumento de este trastorno en el mundo.
Sólo en Chile, se estima que un 6% de los niños y un 8% de los universitarios padecen de este problema de concentración.
Para Marcia Sasso, este fenómeno no es raro, pues, en contra de lo que el sentido común pudiera dictar, su experiencia clínica le dice que "en los ambientes cerrados, los niños tienden a disperarse mucho más.
Hay niños que se portan muy mal en la casa, pero los llevan a un parque y se quedan tranquilos. El espacio abierto los ayuda a controlarse".
Además, agrega que si sabemos que el déficit atencional es un problema para manejar los diferentes estímulos del mundo, es posible que la naturaleza ayude, pues los estímulos no son tan poderosos como los del ruido, la televisión o internet. "
O sea, de alguna manera, la naturaleza te estimula de una manera amable, pacífica". Es por eso que, según Louv, "los niños con síntomas de trastorno de déficit atencional mejoran con sólo un poco de contacto con la naturaleza".
Y hay más. El investigador y experto en el tema de la Universidad de Yale, Stephen Kellert, asegura que "jugar en la naturaleza, particularmente durante el período crítico entre los seis y los ocho años, parece ser especialmente importante para el desarrollo de capacidades como la creatividad, la resolución de problemas y el desarrollo emocional e intelectual".
Por eso, Kellert ve con preocupación las cifras, que indican que durante los últimos 25 años, las posibilidades de que los niños experimenten directamente la naturaleza durante el tiempo de juego han declinado en forma drástica.
Según una investigación de la experta Rhonda Clements, profesora en el Manhattanville College, en Nueva York, en el 2000, un 71% de las madres estadounidenses recordaba haber salido a jugar a la calle todos los días cuando eran niñas, mientras que sólo un 26% de ellas declara que sus propios hijos siguen esa tendencia.