Por Neva Milicic, psicóloga
Conectar al niño con la naturaleza es conectarlo con la vida y con los ciclos de cambios. Es darles la posibilidad de detenerse a disfrutar y observar la belleza y los ciclos de la vida.
La cotidiana, pero siempre sorprendente salida del sol al amanecer, y la llegada de la noche, con la aparición de la luna y las estrellas que anuncian la necesidad de ir a dormir, es un cambio que nunca deja de sorprendernos.
Cuando cambian las estaciones, se produce una serie de transformaciones que a veces pasan inadvertidas, pero que cuando son registradas por los niños, sus familias y profesores, pueden ser de gran interés formativo y educativo.
En la niñez es casi un clásico que al regreso de las vacaciones haya que escribir sobre el verano; luego, con la caída de las hojas vienen las composiciones sobre el otoño y el pisar de hojas crujientes, y más adelante, con la lluvia, las del invierno.
Después aparece la primavera con sus brotes y el renacer de una nueva vida en la naturaleza. Tener estaciones tan marcadas como las nuestras posibilita experimentar una naturaleza diversa, cambiante, pero cíclica.
No hay que desaprovechar la posibilidad de que los niños registren esta experiencia de manera estética, poética y científica.
Es una enorme oportunidad de retomarla vivencialmente con fines educativos, no sólo en los colegios, sino también en la vida diaria de las familias.
Es así como padres y profesores pueden organizar actividades y rituales para cada estación.
Es obvio que en el verano están las vacaciones, la vida al aire libre, la playa, el campo, los viajes fuera de la ciudad, pero el otoño, el invierno y la primavera también tiene una riqueza que las familias y escuelas pueden aprovechar.
Por ejemplo, salir a pasear observando el cambio del paisaje al modificar los árboles el color de sus hojas, lo que puede servir para conocer el nombre de árboles, arbustos y plantas.
El invierno puede ser una oportunidad para visitar cerros nevados que rodean la ciudad, aprender sus nombres, hacer paseos a la nieve y observar una naturaleza diferente.
Lo mismo en la primavera, cuando la naturaleza es otra, llena de vida y color, con volantines por todas partes y numerosas actividades al aire libre que reaparecen después del letargo del invierno.
El cambio de las estaciones también es una oportunidad para variar la alimentación, aprovechando las maravillosas frutas y verduras o las sopas, cazuelas o legumbres del otoño e invierno.
Todo esto realizado en el colegio o en la familia permite, además, educar en una alimentación saludable, y realizada en un ambiente que favorezca la creación de vínculos entre ellos y la naturaleza.
El cambio de estaciones tiene un mensaje; en cada cambio hay algo que se deja y algo que se pierde, pero también hay cosas nuevas para disfrutar y dar una bienvenida positiva todo lo que viene.